Por: Kepa Arbizu
Hay un elemento en la narración (ya sea musical, literaria o cinematográfica) típicamente norteamericana que para muchos se presenta como definitivo y es el de la figura, tanto a un lado como a otro, o a ambos, de la obra en cuestión, del antihéroe. Principalmente aquel perfil descrito alrededor de un individuo solitario, y casi siempre hosco, que expresa una visión personal, descrita mayormente de forma sobria y profunda, no demasiado halagüeña pero atinada respecto a la realidad. La música de Malcolm Holcombe, e incluso su propia persona, tiene mucho de todo eso. Su sonido árido de raíces se desarrolla bajo esas tesituras y un título como el elegido para su último disco, “Another Black Hole”, es otra prueba irrefutable de ello.
Otro elemento a sumar en este arquetipo de creador es el reconocimiento procedente de sus compañeros de profesión pero nunca sustentado en un apoyo más, llamémosle, popular. En relación al compositor nacido en Carolina del Norte, las buenas palabras proceden de nombres tan consagrados como Steve Earle, Emmylou Harris o Lucinda Williams, un aval más que suficiente para que su voz, dicho desde ya emocionante en su rugosidad e imperfecta dicción, alcanzara a un número mayor de oyentes. Pero como muy bien sabe tanto él como todos los que comparten, o entienden, su visión, este mundo no es un lugar precisamente fácil.
Tras hacer un repaso a su carrera en el pasado álbum, “The RCA Sessions”, el norteamericano regresa ahora con material inédito. Y lo hace rodeado por algunos de sus habituales acompañantes, como el productor Ray Kennedy, presente en muchas de sus grabaciones, o músicos de confianza como Jared Tyler, sobresaliente en su manejo de diferentes instrumentos de cuerdas (guitarras, dobro banjo, mandolina..), aunque también contando con la presencia del reputado Tony Joe White, todo un ejemplo en representaciones musicales afincadas en el lodazal.
Tras hacer un repaso a su carrera en el pasado álbum, “The RCA Sessions”, el norteamericano regresa ahora con material inédito. Y lo hace rodeado por algunos de sus habituales acompañantes, como el productor Ray Kennedy, presente en muchas de sus grabaciones, o músicos de confianza como Jared Tyler, sobresaliente en su manejo de diferentes instrumentos de cuerdas (guitarras, dobro banjo, mandolina..), aunque también contando con la presencia del reputado Tony Joe White, todo un ejemplo en representaciones musicales afincadas en el lodazal.
Este crudo recorrido, en forma pero sobre todo en fondo, nombrado bajo el explícito título de “Another Black Hole”, nos sitúa en un terreno lírico muy evidente, y por lo tanto donde no hay lugar al engaño en ese aspecto. Buena parte del equipaje musical que forma este álbum está basado en el folk-country de la escuela ejercida por Steve Earle o Guy Clark, como se demuestra de manera nítida en las, a pesar de todo, apacibles “Sweet Georgia” o “To Get By”, ésta con ese fraseo tan típicamente “campestre” levemente hablado. “Someone Missing” sigue tirando de raíces puras aunque esta vez opta por un ritmo más acelerado consecuencia del influjo ejercido por el bluegrass. Para continuar por ese territorio más dinámico destaca el rock and roll sureño, con el apoyo vocal de Drea Merritt que aporta un contrapunto “negro”, “Papermill Man”.
La presencia ya mencionada de alguien como Tony Joe White tiene un valor mucho más allá de lo anecdótico y de proporcionar nivel a los créditos del álbum, su labor, al margen del trabajo con las seis cuerdas, deja un rastro estilístico claro, lo que supone la aparición de un sonido pantanoso y arrastrado , que en este caso también encaja en la idiosincrasia del propio autor, presente en temas como el homónimo o “Don’t Play Around”. Árido pero de una manera más sobria y emocionante se va a mostrar en la bellísima, y dolorosa, “September”. Una intimidad que se teñirá de nostalgia en otro selecta composición de folk-country, “Way Behind”. Un final apoteósico en la que su voz se rasga hasta romperse cada vez que intenta elevar la sensibilidad. Una metáfora perfecta del mundo que nos traslada el autor.
No hay engaños en la música de Malcolm Holcombe. Incluso esa apariencia de hombre castigado por la vida ayuda a traslucir de forma clara y rotunda lo que a través de esa aguardentosa -pero cercana - voz y su guitarra, elementos constitutivos de la forma emocionante que tiene de ejecutar la música de raíces, manifiesta nítidamente, también en este nuevo disco. Un lenguaje apasionante que nos canta, en esencia, sobre la soledad vital, el transcurrir del tiempo entre cigarros gastados, vidas errantes y trenes ya demasiado lejanos como para adivinar su silueta.