Por: Javier González
Fotos: Jorge Bravo Crespo
Fotos: Jorge Bravo Crespo
Hay noches que quedarán marcadas a fuego en nuestra memoria colectiva por y para siempre. Días trascendentes de aquellos que uno señala con énfasis en rojo dentro de su calendario por representar un hito en el camino, un elemento importante en el devenir de su vida. Un instante cumbre, casi existencial. Donde la importancia del espectáculo que se va a presenciar va más allá del sonido y de las canciones que se vayan interpretar. Y es que existe una división universal que marca la sutil diferencia entre los conciertos a los que uno va y aquellos conciertos a los que uno está obligado a ir. Una de esas fechas tuvo lugar el otro día en Madrid, nuestra ciudad natal.
El pasado jueves día diez de marzo de 2016 quedará para la posteridad como el de la noche en que los granadinos 091 volvían a subirse a un escenario en la capital, veinte años después de aquella mítica noche de lágrimas y emoción que cerraba su periplo como banda en nuestras tierras en la ya desaparecida sala Revólver de nuestra ciudad. Un adiós meditado y lleno de elegancia donde el mito cobraba vida, dejando huérfanos a muchos de los que habían crecido con el existencialismo de sus canciones y también a otros muchos que aún sin conocerles en vida llegamos a enamorarnos de su poesía, hasta el punto de unir nuestros caminos con miembros de esa otra generación mayor que la nuestra convirtiéndonos en hermanos de sangre eternos.
Una ceremonia convertida en multitudinaria celebración que el Jueves se hizo carne donde en una noche llena de justicia poética los cero demostraron que nunca estuvieron solos, que el premio del reconocimiento masivo llegó, demasiado tarde, pero llegó, y donde dejaron bien claro que sus himnos aún hoy siguen sonando rotundos, convincentes y con absoluta vigencia.
Es harto complicado hace una valoración objetiva de lo que fue el concierto de 091 en la noche de autos y mucho más hacer una enumeración lineal. No era momento de libretas y set list. Eran momentos de piel de gallina, ojos brillantes y abrazos de fraternidad con alguno de aquellos con los que aprendí el oficio de ser libre campeando el temporal.
Recuerdo las luces desvanecer y una intro de marcada elegancia antes de que los cero acometieran "Palo Cortao", tras ella una vibrante "Zapatos de Piel de Caimán" y detrás un intercambio de medios tiempos con canciones más cañeras donde no faltaron clásicos como "En la Calle", "La Torre de la Vela", "En el Laberinto", "Qué fue del Siglo XX", "Esta Noche", "Este es Nuestro Tiempo", con unas segundas voces que fueron pura magia; "La Canción del Espantapájaros", en formato reducido a voz y guitarra, las fenomenales "Tormentas Imaginarias", "Para Impresionarte", "Mi Sombra y Yo" y "Un cielo Color Vino". Las ejemplares "Sin Raíces", "Cementerio de Automóviles", "El Lado Oscuro de las Cosas" o "Nubes con Forma de Pistola", y la emoción desbordante de "Sigue Estando Dios de Nuestro Lado" y "La Vida que Mala Es", entre otras que a buen seguro dejo en el camino.
Reconozco que el orden arriba expuesto es totalmente aleatorio, pues solamente recuerdo ver a la gente cantar y disfrutar, viviendo un momento que ansiaban disfrutar desde hace muchos años; el de ver sobre las tablas otra vez a la sección rítmica que conforman Tacho González y Jacinto Ríos, efectivos y sobrios como siempre, dibujando líneas que eran cortadas como cuchillos por la destreza a las seis cuerdas de los hermanos Lapido, José Ignacio, el ideólogo en la sombra, y Víctor, el aprendiz hace tiempo convertido en maestro, capitaneados por la presencia y el poderío escénico de José Antonio García, al que los años han hecho ganar matices ya que ahora canta mejor que nunca, sabiéndose el centro de todas las miradas de un quintento rigurosamente vestido de negro como bien mandan los cánones del rock and roll que con tanto acierto saben destilar.
Sin darnos cuenta las dos horas del espectáculo pasaron volando, devolviéndonos a la realidad de una puerta salida donde las colas eran una constante, sobre todo frente al puesto de merchandising, allí los más fieles seguidores de la banda, con una sonrisa de oreja a oreja, compraban toda clase de material relacionado con los granadinos, demostrando que las cosas que se hacen esperan son mil millones de veces mejor que las efímeras, y también que se saborean de un modo distinto.
Tener que esperar veinte años para recoger los frutos de un trabajo bien hecho es una auténtica putada, aunque apostaría a que esa espina clavada se verá bastante mitigada, creo que con creces, cuando vuelves y ves a la gente entregada, disfrutando de tus canciones, regalándote con su absoluta fidelidad una noche de triunfo y de justicia poética que quedará en los anales de nuestras vidas. Unas vidas marcadas por la canciones, actitud y grandeza de los cero. Porqué sí, nosotros estuvimos allí el día que 091 volvía a Madrid. ¿Y tú? ¿Tú qué hacías?