Por: Kepa Arbizu
Utilizar el propio nombre de un grupo, o lo que viene a ser lo mismo prescindir de cualquier otro, como forma de titular un disco suele tener siempre, o casi siempre, un significado encaminado a enfatizar la identidad y/o la estrecha relación entre banda y dicha grabación. Una decisión que puede resultar todavía más significativa cuando se realiza, como es en el caso de Biscuit, tras una considerable trayectoria, el sexto trabajo concretamente, por lo que no resulta aventurado ver en este recién publicado la misión de reivindicar la personalidad y momento actual que viven.
Los catalanes llevan ya más de veinte años en la lucha, edad que fue conmemorada y homenajeada con el recopilatorio "20 Years a Million Beers & a Lotta Nerve" editado por el sello australiano Off The Hip, a base de reivindicar y representar sonidos sixties con alma garagera sin dejar aparacada casi ninguna representación de géneros clásicos, ya sea el power pop, el rhythm and blues o el rock. Un conglomerado sonoro que han sabido ofrecer en cada nuevo capítulo bajo novedades o elementos diferenciadores. Y su nuevo trabajo no es una excepción en ese sentido.
Así que tras la celebración de ese vigésimo aniversario y para el que pudiera pensar que tras la fiesta llega el descanso, la banda opta por tomar el sentido contrario a esa máxima y nos regalan un disco explosivo, rotundo y crudo como pocos han facturado a lo largo de su vida musical. Once cortes que expulsan todas las influencias cosechadas a lo largo de este tiempo pero visibilizadas de la forma más incisiva y directa.
Un álbum en el que prácticamente no va a haber tregua a la hora de inducirnos a subir el volumen en cada una de sus composiciones. Un inicio marcado ya por los riffs a medio camino ente el power pop y el garage que dan forma a “Welcome to Dundersville” y continuado en “Blame Me”, bajo una rotunda batería que hace de cicerone hacia unos postulados más punk, todavía abordados con más plenitud en “Agus Young”, con un sonido más saturado, por momentos acercándoles a los que realizan bandas del tipo de Mudhoney, pero siempre sin renunciar a una de las marcas de las casa como son esos pegadizo estribillos.
La electricidad, los ritmos contagiosos y en definitiva la aceleración en cada una de las canciones es norma común de este trabajo, cualidades que adoptarán diferentes manifestaciones a lo largo de él, como en “Duke’s Tale” donde toman el aspecto de unos Kinks cargados de testosterona o la apuesta por un tono más robusto y chillón, adentrándose en la década de los noventa y en ese llamado rock alternativo, Redd Kross mediante, en “Need My Coach”. “Unthinkable” y la manera de utilizar el saxofón, que recuerda inevitablemente a los Stooges, como en buena parte del desarrollo del tema, construye un desquiciante y adictivo ritmo.
“Blank Morning (She Said)”, sin cambiar del todo el paso del disco, sí que añade un tono más épico, en detrimento de la urgencia habitual, creando un ambiente más envolvente pero todavía con pegada. En “Saw Ya” los decibelios también se apartarán de la electricidad dominante para aportar un toque más pop y pegadizo, recogiendo esa parte del espíritu que contendrían unos Muck and the Mires. Será con la llegada de “Goodbye Again Or”, que curiosamente, o todo indica que no tanto, cierra el disco, cuando dominado por las influencias negras, concretamente las de la Motown, imponga su momento más melódico.
Hemos visto, a menudo, que la evolución, o el paso del tiempo, en los grupos les lleva a ser más reflexivos, más dados a ralentizar su ritmo, pero Biscuit ha decidido con este nuevo disco todo lo contrario y se presentan concisos, sobrios pero repletos de energía y fuerza. El resultado un álbum excelente y vibrante.