Por: Kepa Arbizu
No es nueva la historia en la que alguien al que estamos acostumbrados a ver como un talentoso músico siempre inmerso en proyectos más grupales decide iniciar una carrera en solitario. Victor Sánchez, con su guitarra, ha sido, y es, un pilar esencial en el sonido definitivo de José Ignacio Lapido, pero también desde el 2013, momento en el que debutó con su disco “Yo quemé a Gram Parsons”, autor de sus propias composiciones. Ahora, con un nuevo trabajo, “Sacromonte”, demuestra que aquel no se trató de un capricho temporal sino que existe la intención de edificar un estilo propio.
Un trabajo en el que han tomado parte en su creación otros acompañantes del ex (aunque durante este año otra vez reunidos) 091, que también hace alguna aparición, como Popi González (batería) o Raúl Bernal (teclados), y que en su concepción comparte con su predecesor la marcada influencia del sonido americano en su representación elegante y con cierto toque embriagador, lo que nos lleva hasta nombres como George Harrison o The Byrds por ejemplo, pero en el que igualmente resulta evidente el paso adelante emprendido por construir un armazón más recio, eléctrico y personal.
Tomando como ejemplo el título de la canción “Alhambra-Central Park”, y por extensión el del propio disco, se puede derivar como otra conclusión sobre el resultado general del álbum, también incidiendo en esa fabricación de formas propias, la aparición de un deje sonoro más local, relacionado con la herencia musical más cercana, logrando así tender puentes con esa otra orilla antes comentada. Por eso en el mencionado tema, a pesar de estar perfectamente integrada en el contexto global del disco, se descubre una melodía mucho más pop, en la que se puede hacer referencia al hilo histórico que se trazaría desde Los Brincos a Lori Myeres, o incluso también nos topamos con la directamente pegadiza, con sus insistentes riffs, “En un mundo perfecto”.
En canciones como “Aviones a reacción” o “Círculos concéntricos”, entre otras, sobresale ese sonido más folk-rock, alimentado de una línea imaginaria que reuniría a Bob Dylan con el propio Lapido, y donde se demuestra que épica y nostalgia conjugan a la perfección para desarrollar emocionantes composiciones. Las guitarras, junto al detallista trabajo que aportan los teclados de Raúl Bernal, siempre presentes a lo largo del álbum, se van a poner al servicio del rock and roll, todavía inyectado con un tono melancólico, en “Revolución” o de una forma más dinámica en “Tormenta loloriana”.
“Sacromonte” es uno de esos discos en los que todo encaja, el minucioso trabajo de la instrumentación, unos textos en perfecta consonancia con el espíritu musical, y sobre todo la certificación de que las maneras personales de Víctor Sánchez cada vez tienen mayor impronta, en este segundo capítulo definiendo un sonido más aguerrido que ya forma parte de una carrera de la que desconocemos su futuro pero que de momento ya nos ha dejado unas semillas tan gratificantes como las que aquí se reúnen.