Por: Kepa Arbizu
De acuerdo que el adjetivo “único” se suele usar con cierta ligereza en el mundo de la música, pero no hay duda de que en el caso de Poch, de nombre real Ignacio María Gasca Ajuria, es más que ajustado y merecido. Estamos hablando del singular y genial cantante de Derribos Arias, una de las agradecidas rarezas que surgieron en el vientre de la movida madrileña pese a tener sus orígenes en Donosti.
Carlos Rego, crítico musical y autor del libro “Derribos Arias. Licencia para aberrar”, lo deja claro desde el principio, no se trata, pese al magnetismo del personaje, de una biografía o panegírico dedicada exclusivamente a él, sino acerca de su materialización artística de mayor esplendor, que tuvo lugar precisamente dentro del grupo mencionado. Una determinación que no impide que buena parte de la mirada se dirija principalmente hacia él, cosa totalmente entendible para todos aquellos que sepan de quién hablamos y que terminará por serlo para los que lo descubran por primera vez a lo largo de las páginas.
Todo comienza, dentro del desarrollo cronológico por el que apuesta la obra, durante los años setenta en una capital guipuzcoana opresiva que vive su mayor expresión la actividad armada de ETA y una sofocante represión policial. En ese contexto van naciendo pequeño reductos, a modo de locales oscuros, que algunos peculiares seres nocturnos comienzan a tomar como lugar de reunión , y de supervivencia, donde el rock relegará a los intensos cantautores vascos como banda sonora. Alrededor de una figura como la de Jaime Stinus comienzan a surgir nombres esenciales en esta narración como Alejo Alberdi y el mencionado Poch, génesis de La Banda Sin Futuro, grupo guadianesco que pone la primera piedra de esta historia.
Es nuestro inteligente (anti)héroe el que poco a poco irá haciéndose un hueco en esa borboteante escena musical madrileña. Toma relación con representantes significativos de ella, como Gabinete Caligari, Ejecutivos Agresivos o Glutamato Ye-Ye, o ingresa en ese conglomerado de las mentes más ácidas del panorama de por aquel entonces, Las Hornadas Irritantes, nacida con el ánimo de contraposición respecto a los grupos más ñoños (babosos si usamos la terminología del momento). Su éxito, tanto en lo personal como en lo artístico, se iba a sustentar en un sorprendente histrionismo teñido de un espíritu tan irónico como bonachón. Características surgidas, paradójicamente, como consecuencia en parte de su secreto mejor guardado, la enfermedad degenerativa de Huntington que padecía.
Será Alejo Alberdi el compinche necesario para dar forma a Derribos Arias, una banda que instauró el caos ordenado como única religión a base de electrizantes sonidos en los que las influencias de Siouxsie and the Banshees, Talking Heads, la Velvet Underground o Stooges entre otras tantas, eran solo el caladero para dar rienda suelta a un concepto vanguardista donde unas letras telegráficas con sabor dadaísta explosionaban todo tipo de clichés. Con esta base es lógico que su gran aportación fueran unos directos siempre diferentes y sorpresivos, al borde del desplome pero manteniendo el equilibrio en el momento exacto para dejar boquiabierta a la audiencia. No debe de extrañar, por lo tanto, que la popularidad que sí abrazó a otros coetáneos nunca les llegará de manera total.
La producción discográfica de la banda, realmente escasa, con un único larga duración llamado "En la guía, en el listín", nunca logró representar con exactitud ese momento único e irrepetible que eran sus interpretaciones en vivo. Además algunas malas decisiones profesionales-comerciales, el intento de salto en solitario de Poch y otras cuantas vicisitudes relacionadas con los problemas personales entre integrantes, terminaron por labrar esa leyenda “maldita” del grupo a la hora de su incapacidad para materializar en grabaciones todo ese desbordante e inclasificable proyecto del que se podía disfrutar en sus múltiples actuaciones.
Carlos Rego no logra únicamente con este libro construir la biografía de un grupo y/o la de un carismático músico, lo que entre datos, conversaciones con sus cercanos y descripciones contextualizadoras termina por manifestar de manera tan excelente como concisa, es esa festiva huida hacia adelante, como queda constancia en los emotivos últimos pasajes del libro con un Poch en estado avanzado de su enfermedad, de alguien que como aquellos versos de T.S. Eliot sabía que en su principio estaba su fin, tomando la determinación de plantar en ese traumático camino algunos de los episodios mas genialmente surrealistas que ha dado el pop-rock hecho en castellano.