Por: Alejandro Guimerà
Cuando se tiene una cámara permanentemente grabando tu vida uno está pendiente de todo lo que hace y dice, y se comporta de manera impostada de cara al futuro visionado ...solo las primeras horas. Porqué si la cámara acompaña durante semanas uno acaba por olvidarla y por volver a ser uno mismo.
Este es el caso de lo que le pasó al gran Leonard Cohen en su gira de 1972 y este es el caso de este maravilloso documental del director Tony Palmer, homenajeado en la última edición del festival internacional de cine documental musical In-Edit que se ha celebrado en Barcelona.
“Bird On A Wire” recoge unas impagables grabaciones y nos las trae de nuevo a nuestras pantallas más de cuarenta años después, para recordarnos no sólo que el bardo un día fue joven sino para mostrarnos sus múltiples caras y facetas. Hablamos del falso pudoroso, del seductor implacable, del místico mordaz, del maestro de ceremonias juguetón, del taciturno rapsoda, del improvisador ocurrente, del judío autodidacta, del tierno compungido, del fumador compulsivo o del dandy con porte. Entre muchos otros.
Son los primeros planos los que muestran estos auténticos Leonard Cohen, quien llega a desnudarse (en ocasiones literalmente). Pero también nos muestran sus respuestas ocurrentes y reflexivas a unas entrevistas que va recibiendo pacientemente, o los pasajes de su día a día en la gira, viajando, relajándose en los camerinos (sensacional escena del lunch con canciones tradicionales), lidiando con mil y una dificultades, encandilando a bellas groupies, ironizando a la vida o escribiendo poesía. ´
Pero sobre todo encima de las tablas, jugueteando con el público en el Berlín Occidental antes de cantarles a la libertad, denunciando la contundente seguridad en Tel Aviv, haciendo de visionario de futuro en Manchester, disculpándose noche tras noche con los problemas con los equipos de sonido. Unos problemas que obligan a suspender conciertos por los que las reclamaciones llevan a un mercadeo delirante.
Aunque por encima de todo tenemos su música. Con interpretaciones de los temas de sus tres primeros álbumes como son “Suzanne” (de la que recuerda cómo le robaron los derechos de autor) , “Sisters Of Mercy”, “Chelsea Hotel” que dedicó a una noche loca con Janis Joplin o “Avalanche”, que se escuchan a las mil maravillas para el deleite del espectador (aquí no hubo problemas de sonido) gracias en parte a la banda de lujo de acompañamiento cuya conexión con el front-man es patente en todo el visionado.
Para la última media hora, la traca final con el concierto final en Jerusalén, ciudad de cruces de religiones y cultura, en dónde los sentimientos de Cohen estallan después de aguantar varios temas – proyectados en retales de acertados primeros planos que reflejan el intimismo de la la ocasión - , se derrumba y bloquea para continuar. Malas sensaciones consigo mismo que son relatadas y discutidas en el camerino con el ansioso y festivo respetable esperando la abrupta interrupción. Después de un rato de incertidumbre la vuelta con “Hey That’s No Way To Say Goodbye” y una celestial interpretación de “So Long Marianne” con la que el canadiense se pierde entre lágrimas para acabar con el concierto definitivamente. Es la victoria de la melancolía y del cansancio por la gira, el llanto a las emociones del cantante que alcanza a contagiar a la banda de vuelta a vestidores. El punto y final lo pone un íntimo canto a la pieza que dá título al documental con un hombre que ha dado todo de si los últimos meses. Sincerely L. Cohen.