Por: Kepa Arbizu
Siéndolo, puede que tildar a Egon Soda de súpergrupo, entendiendo el término como la unión de integrantes de diferentes bandas de prestigio, quizás no sea exacto; incluso tampoco parecen estar sujetos a los parámetros habituales asociados a lo que se entiende por un grupo. La mezcla de músicos que se engloban bajo este nombre tiene más de unión de amistad, aparentemente exentos de presiones a la hora de publicar y por lo tanto regidos por la pura apetencia. Algo que no quiere decir, sin embargo, que no hayan construido un discurso propio (no solo musical) realmente sobresaliente.
Precisamente hay elementos concretos en la banda que les hacen sobresalir e incluso adquirir cotas en ciertos ámbitos difícilmente igualables en el contexto local. El más destacable es un compromiso con las letras envidiable. La aportación en este aspecto de Ferran Pontón, alguien ligado muy de cerca al mundo literario, es encomiable. Su manejo lírico, nunca excesivo, engarzado con una visión, digamos, social, alejado de tópicos o panfletos, y espolvoreado todo con un tono irónico resulta una mezcla sobresaliente. Unas palabras que toman mayor relevancia con esa forma excelente de cantar del ubicuo Ricky Falkner, con un tono de voz profundo, emotivo y levemente rasgado; si además a la base sonora le sumamos la incorporación definitiva del “mago” Charlie Bautista a los teclados, la cosa se pone realmente seria.
Este nuevo disco se abre con una efectiva y acertadamente efectista, en esa utilización contenida de la épica, "El cielo es una costra", donde sus melodías, rodeadas de un gran trabajo instrumental, pueden recordar a unos Love of Lesbian pero con un mayor grado de intensidad y profundidad y donde los magistrales versos ya comienzan a nacer quedando esparcidos por todo el álbum. Canciones como "Escápula" o la extraordinaria "Cáliban & Co.", y haciendo hincapié en esa asimilación de los sonidos americanos, se desarrollan bajo un deje blues-soul que cae a la perfección en la voz de Falkner, No acaban ahí, ni con mucho, ese ámbito de influencias, un ambiente folk-rock se deja ver en "Roble inverso", interrumpido por un arranque instrumental jazzistico-ambiental que recuerda a las experimentaciones de Tim Buckley, mientras que en "Diluvio universal", colofón del álbum, desarrolla un tono apacible, mecido por un slide llorón, acercándose a grupos como Los Madison,
Pero no hay que obviar que estamos ante un álbum de espíritu rockero, y eso no significa solo que tengan una alta presencia las guitarras, sino que hay una asimilación perfectamente incorporada en el alma de la banda del lado más clásico del género, como el espíritu quizás no muy obvio setentero que se vislumbra en "Delta y estuario" o en "La recuperación", otra vez sumergidas en ese tono épico-melancólico. Y si de rugir de electricidad se trata, y apoyados en la presencia de Martí Perarnau, nada mejor que hablar de la directa y contundente "Reunión de pastores, ovejas muertas" que continuando con las analogías aparentemente disparatadas nos puede recordar incluso a unos Barricada y sus incisivos estribillos.
"Dadnos precipicios" es un gran disco y triunfa en todos los ámbitos en los que se propone trabajar, ya sea en la cada vez más perfecta imbricación del tono pop-rock con las diferentes caras del sonido clásico americano como en unos textos con un empaque y lirismo ejemplar. Estamos ante una serie de canciones que se convierten en la perfecta banda sonora para acompañar la práctica de ese salto al vacío en el que descubrir si nos aguarda agua o no en el fondo.