Sala Hangar, Córdoba. Miércoles, 21 de octubre del 2015
Por: J.J. Caballero
Fotografías: Raisa McCartney
Empiezan un concierto tributando deberes y haberes al inmortal Chuck Berry y lo terminan reivindicando la música como ayuda humanitaria universal para todos aquellos mortales que necesiten alguna vía de salvación. Y lo hacen con el sonido de dos guitarras acústicas y una batería, sin necesidad de mayores recursos –ahí los concentran todos- y una pasión por lo que hacen y transmiten sin aparente límite. Javier Vielba, Rubén Marrón y Guillermo Aragón son un trío vallisoletano que ya dispone de un cancionero más que solvente y aseado para presentar a audiencias variopintas. La de un miércoles nocturno en una capital que deja a la cultura campar a sus anchas por el lado olvidado de la ciudad no era a priori la más idónea para degustar con todos sus matices una puesta en escena austera e intensiva, con las barbas kilométricas en primer plano y un virtuosismo en los dedos del guitarrista sentado que era imposible que pasara desapercibido. En las notas de “Johhny B. Goode” ya quedó claro, y así se fue prolongando la cosa hasta recorrer de manera puntual recientes cortes como ‘Owners of the world’, ‘New road’ o ‘Real lies’, la primera de las propinas como dardo camuflado hacia la diana de los despropósitos que vivimos a diario. Muy motivador, la verdad.
El señor Vielba, como buen filólogo, hace gala de sus amplias dotes de comunicador y casi se podría entrever en sus formas algún ramalazo de predicador, pero de los divertidos y no aleccionadores, que son los que nos gustan. Dan ganas de reunirse junto a él y los suyos en un fuego nocturno, como dicen en ‘Gather round the fire’, y hablar de los misterios de la creación humana y divina, al igual que se da a entender en ‘Create your own god’, otra canción destacada en directo. De su más compacto trabajo hasta la fecha, ‘Secret fires’, reponen también en diferentes versiones en la actual gira la fenomenal ‘My love’ y la explícita ‘Time to go’, y de sus anteriores escarceos antes de que su pequeña leyenda empezase a vivir de boca en boca rescatan ‘The truth’, uno de los temas con los que los descubrimos para nuestra pequeña familia; ‘Dirge’, agradable por inesperada, y una fantástica ‘Shiralee’ que llena de ritmo y fogosidad la antesala de la despedida. Las cuerdas echan chispas con apenas dos amplis enchufados y una desapercibida ausencia de electricidad en escena. Un mérito enorme el de estos tipos, está claro.
Johnny Cash o los Platters hicieron sonar mucho antes que ellos el pequeño clásico ’16 tons’, pero ahora lo reservan para avivar la llama a mitad de concierto y vender al mejor postor otras valiosas piezas de su colección como ‘If I could’ y ‘Wooden nickles’. Las compramos, obviamente, sin mirar ni por un instante el dinero que nos queda en la cartera. Porque la música, como su propio discurso asegura, es un bien demasiado preciado como para malgastarlo atendiendo a minucias económicas. Estos forajidos de pelo en pecho (no solo de barba vive el músico) saben que lo que nos queda es la lucha, el coraje y el empecinamiento de unos cuantos aventureros de su calaña en que esto no va a quedar así y habrá muchas más ocasiones de demostrar a los ignorantes que nos (des)ordenan el mundo cada día que nosotros somos más y mejores a medida que aprendemos a unirnos. La música en directo, esa gran incomprendida por tantos, será nuestro pegamento. Como siempre lo fue.