Por: J.J. Caballero
El intimismo no siempre está reñido con la sensación de libertad. Las canciones de Low, la banda más psicodélicamente melancólica de Minnesota, han servido más de una vez para transformar un entorno “cortavenas” en el paisaje ideal para empezar a perseguir los sueños. Ensimismados y rebeldes, los músicos capitaneados por Alan Sparhawk nunca se han olvidado de anteponer la emoción y los sentimientos (privados, claro) a cualquier otra base que pudiera describir sus composiciones. De ambas cosas hay –de nuevo- mucho en esta nueva colección, que sin pretender pasar a la pequeña historia de la banda como algo realmente imprescindible, afina el tiro y se queda cerca del centro de la diana de los corazones revolucionados.
Ayuda el ambiente creado por BJ Burton, que les ha grabado en el refugio otoñal, sin que ello signifique que lo hicieran próximos a esa estación, de Justin Vernon (Bon Iver para sus conocidos) en Eau Claire, en el pulmón de Wisconsin, y que todo ello haya contribuido a diferenciar notablemente esta de su anterior entrega, en la que Jeff Tweedy dejó una marca indeleble que no han tardado demasiado en borrar. Sin embargo, ahora hay otra intención, otra forma de hacer que, si bien no anuncia cambios notables ni formas nuevas de entender la música, los lleva por caminos paralelos pero complementarios en el estudio. Esos falsetes tremebundos recitados por Mimi Parker sobre la base industrial de ‘Gentle’, sin ir más lejos, les dan un aspecto reposadamente atractivo. No pierden tampoco el gusto por el minimalismo y por extraer todo el jugo posible de las no-melodías que les suelen salir, y en temas tan espesos y crudos como ‘Landslide’, ‘DJ’, o en la plácida ‘The innocents’, parecen querer rebelarse contra sí mismos y no dan tregua al oyente ocasional, al que advertimos que puede salir mal parado de una experiencia tan exigente como la de aguantar el ritmo marcial de las percusiones en ‘Congregation’ o reptar hacia los rincones oscuros de ‘Lies’ (ay, si los Flaming Lips la hubiesen grabado, sería harina de otro costal). Por el contrario, si la escucha es concienzuda se puede llegar a flotar literalmente entre la reverberación guitarrera de ‘Kids’ y el amable aperturismo de ‘No end’, único corte que podría calificarse de “pop” sin oír demasiadas voces discordantes. El esfuerzo, pues, merece la pena.
‘No comprende’ es el título por excelencia, el que pudiera definir el estupor de encontrarse ante una banda única en su especie y a la vez desconcertante, capaz de llenar de electrónica el hermoso claroscuro en el que suele moverse a placer y divagar entre los límites del rock seduciendo a unos cuantos incautos que siguen sus pasos sin desanimarse a cada paso. ‘Ones and sixes’ no es ni de lejos el mejor álbum de Low (era difícil superar la belleza frugal del magnífico ‘Drums and guns’), pero en él se entregan de nuevo a su particular visión del slowcore, que es la buena, y apuntan alguna que otra nueva clave para seguir entendiéndolos de ahora en adelante. O al menos intentarlo.