Por: Kepa Arbizu
Richard Hawley es en la actualidad uno de los más reconocidos, con total merecimiento, músicos de rock con trazas de crooner. Dos aspectos que el británico ha combinado a la perfección en su admirable carrera en solitario hasta destacarse bajo una sugerente personalidad. No es de extrañar por lo tanto que este su octavo disco, tras tres años de espera, sea recibido con ansia y expectativas, más si tenemos en cuenta que su predecesor, “Standing at the Sky’s Edge”, nos mostraba una cara hasta ese momento menos presente donde tomaba mayor relevancia su lado eléctrico.
En la nueva grabación, con un título en referencia directa a su Sheffield natal, sigue contando con sus habituales colaboradores, que ya hay que considerarles por derecho propio como parte esencial de este proyecto, los músicos y también co productores Shez Sheridan y Colin Elliot. Una conjunción que tras el paso previo ya comentado regresa a lo que ha sido la esencia, por lo menos la parte más reconocible, de la obra de Hawley, aunque todavía siga dejando algunas esquirlas, sin ser significativas, en su sonido ese pasado cercano.
El rostro del inglés que observamos en la portada, reflejado sobre un espejo roto, es una perfecta metáfora de los sensaciones que emite este disco, y es que en ese, llamémosle, regreso a las sonoridades más intimas y melancólicas también suma su habitual lírica sobre vaivenes emocionales y diversas pérdidas, algo a lo que además hay que sumar el contexto en el que grabó este material, en medio de una convalecencia por problemas físicos.
Una canción como “I Still Want You” (no parece casualidad que sea la elegida para abrir el álbum) ejemplifica a la perfección todas esas percepciones. Por medio de esa mezcla en la que se dan cita desde Scott Walker a Frank Sinatra o Leonard Cohen, su cada vez más profunda y raspada voz susurra nostálgica entre una cuidada instrumentación. Más directas, y menos cavernosas en cuanto a interpretación, pero con un ambiente similar, nos encontramos “The World Looks Down” o “Serenade of Blue”, donde la lánguida belleza que transmiten va inundado nuestro espíritu a base de detalles sonoros. Será sin embargo un incremento de la desnudez, primero soportada por el piano de “Tuesday Pm” y más adelante por la guitarra de “What Love Means”, la que se imponga.
Otro de los nombres que no puede faltar en ese imaginario que maneja Hawley, y el propio disco, es el de Roy Orbison, que asoma de manera más patente en un tema como “Long Time Down”, en la que interviene la delicada slide de Martín Simpson. Ahonda más la faceta folk, esta vez con cadencia cercana al vals, “Sometimes I Feel”. Las partes más vigorosas del álbum llegan de la mano de la profundidad que imprimen, principalmente, las percusiones en “Welcome the Sun” y sobre todo de la electricidad desbordante de la distorsionada “Which Way” o “Heart of Oak”.
Richard Hawley tiene entre sus manos una fórmula tan bella como absorbente, aplicada de nuevo con maestría en “Hollow Meadows”, y que ejecuta con tanta, aparente, facilidad que parece por momentos transmitir una leve complacencia, haciendo a la larga que este trabajo probablemente no esté a la gran altura de otros pasados. Eso o simplemente que nos tiene demasiado bien acostumbrados.