Por: J.J. Caballero
Cabría preguntarse, antes de escuchar y sobre todo juzgar un disco de estas características, si era realmente necesario. Para los seguidores más acérrimos de Robe Iniesta, seguramente sí, habituados como están a aplaudir cualquier frase supuestamente profunda de su ídolo; para el público y aficionados en general, no parece que este irregular Lo que aletea en nuestras cabezas vaya a cambiar tampoco las impresiones sobre un músico que, cuando está verdaderamente inspirado, es capaz de poner patas arriba cualquier tipo de convención artística, a todos los niveles. Es decir, unos se quedarán igualmente encantados con esta escueta colección de canciones y otros pensarán que si no las hubiera grabado la vida seguiría adelante con sus mismas grandezas y miserias. Y probablemente sea así.
Robe (así, a secas, firma este álbum, un trabajo más que nunca “de autor”) decidió reunir a un nutrido grupo de brillantes músicos, casi todos de formación clásica y acostumbrados a meterse en proyectos bien diferentes, y dejar que la cosa fluyera hasta ver por dónde podrían explotar los arreglos de violín, acordeón, piano, saxo y clarinete, esporádicos hasta ahora en Extremoduro, con la libertad que otorgó a todos y cada uno de los ejecutantes. Siempre con su mano maestra dirigiendo las operaciones y, por supuesto, escribiendo todas y cada una de las letras, sin duda el punto fuerte de Lo que aletea en nuestras cabezas. El libre albedrío no siempre es buen consejero en estos menesteres, y aunque la voluntad y la eficacia de sus acompañantes es mucha (David Lerman juega con los vientos y el bajo de manera envidiable), en ciertos momentos se nota que algunas canciones adolecen de un acabado formal algo más lustroso, algo impensable en los trabajos con banda del de Plasencia. Su reciente querencia por eternizar los temas es clara en los más de nueve minutos de Un suspiro acompasado (cercana al lounge de Divine Comedy, por cierto) y las divagaciones instrumentales lastran Guerrero, otro que podría pasar por el hit del álbum, de haber alguno, claro.
Muestra Iniesta los dientes en la combativa Contra todos, perfectamente encajada al final del disco en señal de afirmación. No anda lejos, pese a lo que pueda parecer, de las aproximaciones de Extremoduro al flamenco, siempre desde su particular graderío, y De manera urgente sería el descarte de cualquiera de sus últimas entregas, probablemente el mejor tema aquí incluido, lleno de inmediatez y agresividad rítmica. Sin embargo, lo explícito de sus mensajes se atenúa y transforma en odas al desarraigo urbanita en Por ser un pervertido, con el saxo como guía melódico en otra explosión lírica de altura. No podemos olvidar que estamos hablando de un creador dotado y profundamente observador, para quien el amor es algo realmente fácil de cantar, incluso reducido a su expresión más vulgarizada en Nana cruel y prescindiendo más de lo habitual de términos barriobajeros o desaliño poético. Inspiración y locura, que diría aquel.
Reconduciendo su discurso pero manteniendo el atril de portavoz de los que tienen mucho que decir y lo dicen a su manera, Robe se pierde en interludios intrascendentes como Ruptura leve pero en general es capaz de mantener el pulso a su improvisada banda (magnífico el trabajo a las segundas voces del gran Lorenzo González) y alejarse, al menos en la superficie, de las estrofas explícitas y la provocación que le ha llevado a la cima. Un escritor de canciones de vocación, como es el caso, tiene todo el derecho del mundo a intentar esquivar la sombra de la fama dejándose llevar por donde le dicte el intelecto, que de eso tiene y mucho, aun sabiendo que esa ruta al margen de la autopista puede resultar más dura y menos cómoda. Los que le jalean desde cualquier rincón del país saben que los experimentos suelen y deben hacerse con gaseosa, aunque a él le siga saliendo casi todo bien.