Playa de la Zurriola, Donostia. Sábado, 25 de julio del 2015
Por: Kepa Arbizu
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Como ya es norma habitual, y seña de identidad, en el festival Jazzaldia de Donostia, que esta edición celebraba sus 50 años de historia, suele intercalar entre su programa propuestas que se salen del género al que se dedica dicha cita anual. En esta ocasión, una de ellas ha sido la del soulman Lee Fields, veterano de la escena que no ha alcanzado un lugar meritorio y visible hasta el encuentro con la que es su actual banda de acompañamiento The Expressions con aquel My World, fechado en el 2009.
Precisamente todos ellos hicieron acto de aparición pasada la medianoche del sábado en el escenario ubicado en plena playa de Zurriola de la capital guipuzcoana. A pesar de que uno siempre añora el ambiente de la sala de conciertos, con su cercanía y “calor”, desde luego el paraje que rodeaba al intérprete norteamericano era realmente bello, ideal como contexto, aunque también propicio para un tipo determinado de público, para acompañar los lamentos que esparce su garganta. Fue su banda sin embargo la que apareció primero para por medio de una introducción instrumental, inyectada de ambientación blaxploitation, presentar al cantante, vestido de un llamativo traje que mezclaba la plata con estampado.
En la carrera de Lee Fields siempre ha estado presente de una manera u otra, inducido por él mismo de hecho, la majestuosa figura de James Brown, algo que no ha supuesto, gracias a su propio mérito, ninguna rémora, al contrario, ha logrado hacerle aparecer en sus composiciones pero sin aparcar su propia personalidad, la misma que le ha aupado hasta ser una de las voces de soul contemporáneas más importante y de calidad.
Esa diversa adaptación personal del género que realiza quedó ya patente en su actuación desde su primer tema, por medio de la elegante y sosegada Just Can’t Win, en la que su banda dejó constancia de sus condiciones y de su buen hacer pero también de su determinación, luego corroborada, de tomar un papel, salvo en ciertas actuaciones como maestro de ceremonias de su bajista, de acompañamiento de lujo, rehuyendo más presencia. I Still Got It siguió insistiendo en su lado más comedido, por medio eso sí de un pegadizo estribillo, a pesar de que ya sirvió para descubrir algunas de sus particulares poses y pasos de baile.
La influencia del autor de Sex Machine en Lee Fields tiene una clara relevancia, tanto en el aspecto musical como en el incluso gestual o teatral, aunque en este ámbito todavía le queda bastante lejos su fiereza escénica, algo que sin embargo compensó con cierto tono entrañable en sus movimientos. Ese funk de la escuela James Brown se manifestó en temas como Talk to Somebody, en la que comenzó su interacción con el público, algo que haría en varios momentos, o en Money is King, en la que entró literalmente en trance bailarín.
No faltaron en el repertorio auténticos dardos cargados de emotividad e intensidad, al más puro estilo Percy Sledge, como Don’t Leave Me This Way , con la que rompió la noche con su voz; la preciosa Eye to Eye, que encandiló al público; la exuberante Faithful Man, solo interrumpido su éxtasis por problemas con el micrófono, o Honey Dove, con la que reapareció en los bises para dar por terminado el concierto.
Lee Fields demostró en pleno Jazzaldia que esas canciones que han constituido en el presente una de las representaciones de soul más perfectas aguantan ese status a la perfección en vivo. Enseñó cómo su clasicismo sabe atacar lo más profundo del alma como su capacidad para hacer bailar al respetable. Sólo un concierto demasiado corto, lo que a lo postre supone que lo accesorio tuviera demasiada relevancia porcentualmente, impidió asistir a una escenificación soberbia, tal y como se se merece este intérprete.