Por: María Solano Conde
Sin repertorio, y con lo puesto. Así se presentó Quique González ante el público de la Galileo Galilei. Algunos de ellos nuevos, muchos otros forman parte de la fiel multitud que le sigue desde hace años, desde la época de Personal y los pequeños locales, desde que no tenía nueve discos en el mercado. Vuelve al lugar en el que ha tocado noches y noches, aunque cada una de ellas diferente y especial.
Acompañado tan solo por sus guitarras, su armónica y un piano, entró iluminando el entonces sombrío escenario. Entre el público alguien gritaba “¡Viva Manuela!”, en alusión a unas recientes declaraciones del músico, en las que aseguraba estar “absolutamente enamorado” de la líder de Ahora Madrid. Los gritos se repitieron a lo largo de la velada en los espacios entre canción y canción, que los asistentes utilizaban para trasladar sus peticiones al artista. Este dividió la sala en sectores, para facilitar la participación en esta singular fiesta de la democracia, aunque algunas de ellas las tocó simplemente porque él quiso, aseguró. Quique abrió también la posibilidad de votar por correo, por seguir con la metáfora electoral: aquellos que se encontraban más lejos del escenario podían pedir su canción a través de una nota. Así, el escenario se fue llenando de papelitos, la carta blanca dejaba de serlo para convertirse en el repertorio improvisado. Las canciones de siempre volvían a casa, las más nuevas aprovechaban para presentarse y anunciar que han venido para quedarse.
No faltaron los guiños a otros compañeros de profesión. A Los Secretos, que tantas veces han pasado por la sala de la calle Galileo, con una versión particular de Hoy no, y con Aunque tú no lo sepas, que Quique le cedió a Enrique Urquijo. Y al también habitual del Templo de la Música Antonio Vega. Primero insinuando algunos acordes de El sitio de mi recreo, antes de interpretar De haberlo sabido; tocando la primera estrofa después. Alguien entre el público se valió de esa circunstancia para pedir La madre de José, de El canto del loco, pero no cuajó. No fue la única que se quedó fuera, pero si tuviera que tocarlas todas, reconoció, la Galileo tendría que cambiar su licencia para convertirse en un after hour. Una idea que no pareció disgustar del todo al respetable, a juzgar por la explosión de júbilo que se produjo inmediatamente después.
Tampoco faltaron las anécdotas que tanto gustan siempre. Una de las canciones más pedidas fue probablemente Músico de guardia. Antes de tocarla Quique González confesó que la compuso estando literalmente de guardia en el Rincón del Arte Nuevo de la calle Segovia, un lunes en el que esperaba que alguien entrase para empezar a tocar.
En esta ocasión fue bien distinto. El viernes era la segunda fecha del madrileño en la Galileo dentro de la gira Carta blanca, y tanto ese día como el anterior se agotaron todas las entradas para verle. Entradas que han hecho lo propio en conciertos pasados y en el que dará a finales de junio en Pontevedra. Y que van por el mismo camino respecto al resto de fechas de la gira, en Córdoba, Ciudad Real y Gijón.
De ahí que se entienda la felicidad que desprendía el artista, y el agradecimiento que manifestó una y otra vez. Tras los primeros bises, desenchufó una de las guitarras y se hizo el silencio para escuchar Vidas cruzadas. Ahora más que nunca, como en casa.