Por: Kepa Arbizu
Observando las últimas obras de, sobre, Nick Cave sería lógico extraer la conclusión de que cada vez está más presente, sin prácticamente ningún subterfugio, un tono casi de panegírico y por momentos ególatra sobre la propia figura del australiano, a veces casi presentado con un halo de misticismo . Una sensación que quedó patente en el reciente documental 20.000 Days on Earth, lo que no supone que en él no se pudieran encontrar algunas ideas realmente interesantes, sobre todo relacionadas con el proceso creativo del artista. Lo dicho puede ser también aplicado respecto a su nueva ocurrencia, un libro que lleva el explicito nombre de La canción de la bolsa de mareo y que como se desprende del título recoge los pensamientos escritos en dichos artefactos.
A la larga estamos ante lo que se puede considerar un diario de su gira por los Estados Unidos donde lo importante no es tanto el itinerario seguido ni las etapas musicales en las que se divide, aunque queden nombradas, sino todo lo reflexionado a lo largo y entorno a ella. La forma de recoger esas ideas fue plasmándolas en los objetos que dan nombre a la obra. Al margen de lo anecdótico y curioso de dicha categorización, también usada como "leitmotiv" en alguno de los escritos, no es desdeñable su poder metafórico, ya que representan esos instrumentos utilizados para desahogar las indigestiones que causa viajar, fácil analogía respecto al hecho de vivir/crear (“La canción de la bolsa para el mareo es lo rechazado, vomitado.”).
A pesar del aparente desorden que parece reinar a lo largo del volumen, donde se podría decir que la reflexiones están dejadas caer al azar, sí se observa en el fondo cierto río temporal-argumental basado en el binomio infancia y presente (“El niño no se da cuenta de que no es un niño en absoluto, sino más bien el recuerdo de un niño.”), lo que se transforma en una reflexión sobre el paso del tiempo . En ese transcurso nos encontramos con la lírica habitual desarrollada por Cave en diferentes ámbitos, hecha a base de imágenes como fogonazos en las que se mezcla lo biográfico, mitológico, tétrico, erótico...
Precisamente una de las temáticas principales en este maremágnum de pensamientos, vivencias, bosquejos de canciones/poemas, es esa visión sobre el transcurrir de los años y la manera en la que éste actúa en el proceso creativo y por lo tanto en el propio ser del creador. Una mirada que es capaz de enfocarla sin solución de continuidad desde la autoironía o lo reflexivo, como se demuestra en el capítulo de Milwauke. Tampoco falta el carácter lírico como modo de transmisión, con algunos momentos logrados (“He bajado desde las colinas, / he cruzado montañas y ríos, / he viajado por autopistas enormes, / he entrado en tu fortaleza húmeda y umbría / para estar contigo esta noche.”).
No es fácil calificar una obra como esta La canción de la bolsa para el mareo, pero su mayor valor lo encontrarán seguramente aquellos irredentos del músico australiano, a modo completista o simplemente como parte de la ebullición de su mente creadora. Para cualquier oto lector el interés recaerá en momentos puntuales o ciertas ideas que se presentan, pero difícilmente como un artefacto unitario y compacto. Sea como sea, nada puede poner a estas alturas en duda el talento y la singularidad de Nick Cave, y en ese sentido nunca está de más inmiscuirse en sus pliegues mentales.