Por: J.J. Caballero
Lo que son las cosas. Alcanzas la madurez, tu trabajo te sigue yendo relativamente bien, llevas una vida sana dentro de lo que cabe… y de repente la muerte amenaza con teñir de negro todo lo que tienes. Algo así, y a punto de acarrearle definitivas consecuencias, le sucedió a Mikel Erentxun, uno de los clásicos de nuestro pop (tardaremos en olvidar las grandísimas canciones que compuso e interpretó como miembro de Duncan Dhu), y tras escuchar detenidamente su nuevo trabajo musical nos preguntamos si no era necesario que un asunto tan serio le rondara tan de cerca para que otro golpe, este de gran magnitud artística, le sorprendiera igualmente sin previo aviso. Y de paso, la sorpresa alcanza a quienes hasta ahora no dábamos un duro por su resurrección creativa.
Corazones es un disco puramente orgánico, creado y grabado desde el centro del órgano vital (no en vano en todas las canciones que contiene se incluye precisamente la palabra “corazón”) y orientado a la humildad de las composiciones escuetas y encantadoras, con el propio Erentxun tocando todos los instrumentos junto a un insospechado aliado, un Paco Loco que ya parece haberse erigido en el compañero imprescindible de todo músico que quiera bajar a la tierra para tomar el impulso necesario. La precisión con la que se atacan aquí temas como Los muros de Jerusalén suena a artesanía y nos traslada a un imaginario estudio –que es real como la vida misma, y se puede pisar en el paradisíaco Puerto de Santa María- en el que percusiones, cuerdas, teclados y metales se confabulan en un soberbio ejercicio de concreción. Para saber mirar atrás con orgullo y recorrer un camino conocido, el que se ve en El corazón del dragón, un tema que podría haberse extraído de las últimas sesiones junto a su eterna mitad Diego Vasallo. Pero también para mostrarse agradecido con los regalos que le ha dado la vida, sean su propia descendencia, a la que dedica la sentimental Dakota y yo y una preciosa Ojos de miel (escalofriante, por liviano, el relato del momento en que, convaleciente en el hospital, despierta para encontrarse con la mirada entregada de su hija).
El ámbito confesional domina más de la mitad de este trabajo, y escuchándolo sucesivamente resulta totalmente justificado en el rock and roll descarnado de Un corazón llamado muerte y en la especialmente metafórica letra de El corazón del dragón o el imponente retrato de la dama de la guadaña que incluye en El último vals . Tras el susto encontró el momento para relatar el lento y costoso período de recuperación y reflejarlo en otro tema valiosísimo, Viento errante. Tampoco se olvida del habitual homenaje a sus adorados Beatles, presentes de un modo u otro en todos y cada uno de sus álbumes, y suelta amarras en El hombre que hay en mí mientras insiste en sus obsesiones sesenteras en Veneno y corazón (otra vez la dichosa cardiopatía en lontananza). Es una forma inteligente de camuflar los temores y publicar el gozo por seguir dando guerra, y ahora parece mucho más centrado en escribir temas intensísimos (Tú es uno de los mejores de toda su trayectoria en solitario) que de experimentar con la voz y los ambientes, como ya hizo en anteriores e irregulares entregas. Al grano, que diría aquel.
El músico donostiarra ha conseguido ganar en credibilidad, si es que había perdido algo de eso, y ha reunido una colección de canciones sencillamente impecable. En varios tonos y tempos, llenas de muchos más colores que el gris que parece inundarlo todo y hecho con la más absoluta coherencia. Alejado de cualquier intención de virtuosismo e imbuido de un espíritu urgente y clarificador. Como se hacen las cosas que salen del corazón.