Por: J.J. Caballero
Si algo se le puede achacar al bueno de Luis Alberto Segura (L.A. para los que conocemos sus canciones) es su excesiva querencia por los ambientes americanos cada vez que se mete en un estudio de grabación. Al más que sólido Dualize, su anterior disco, ya se le intuía una inmediatez y una energía basados en las intensas escuchas de discos de Pearl Jam o Neil Young, algunos no tan alejados entre sí como podría parecer. Ahora, con la publicación del flamante From the city to the ocean side no solo insiste en un sonido que ya es plenamente identificable, sino que lo amplía y ahonda en la medida en que las canciones se lo permiten. ¿Handicap o virtud? Probablemente, ni una cosa ni la otra. O las dos a la vez.
Un viaje de ida y vuelta con base en Big Sur, en la parte baja de los dominios de San Francisco. Algo así como una road movie vital que lo llevó a recorrer parajes áridos, moteles oscuros, carreteras secundarias y garitos de dudosa reputación como método inspirador y revelador de esta nueva cosecha musical. Al final, cuando el bagaje era suficientemente amplio, se fue a Long Beach (L.A. recibiendo a su homónimo) y se puso manos a la obra de forma mucho más reposada, con una sensibilidad insospechada y menor grado de instantaneidad en instrumentación y letras, lo cual tampoco debería suponer inconveniente alguno a priori. Pasemos a las canciones y comprobémoslo.
La voz sigue ahí, poderosa y fiel a sus referencias, sobre todo en piezas rabiosas como Revolutionary disguise, tristemente relegada a la edición digital (también reserva para el vinilo dos cortes, June y Away from me), y en el falsete marca de la casa que incorpora en Higher place. Las guitarras ya no son tan tensas pero han ganado en oscuridad, y eso resulta sumamente atractivo en In gold, por ejemplo. De Secrets undone poco más se puede decir después de haberlo escuchado de manera regular durante los conciertos de su última gira, salvo que es uno de los temas más logrados de su última cosecha. Y de Living by the ocean, cuya pegadiza melodía nos devuelve al L.A. de aquel impresionante debut titulado Heavenly hell, que se pliega a sus más recientes y atemperadas maneras. Ha descubierto lo bien que le sienta el saxo a algunas canciones, y pese a que otros dignos intentos como Wonderful o Steal my rivals emprenden un viaje que se acaba quedando a mitad de varios destinos, suponen un paso más allá, pequeño pero seguro, en la delgada línea que separa el mimetismo de la creatividad.
El rock americano (otra vez) de autor forma parte de su ADN y lo exhibe sin complejos en Love comes around, y si Michael Stipe hubiera escrito Ordinary lies y R.E.M. lo hubieran tocado en sus últimos discos tampoco habría extrañado a nadie. Más allá de sus obsesiones y cada vez menos limitaciones, la personalidad de este músico vocacional vuelve a desdoblarse para ir abriendo una brecha importante respecto a sus anteriores grabaciones. Para todo hay que valer, y él sabe que tiene las cualidades requeridas para ir un poco por delante de sí mismo. Ya estamos esperando el próximo viaje.