Por: Txema Mañeru
El bueno y guapo de Dwight Yoakam tiene un sorprendente y extraño misterio. Su actitud, sus discos, su imagen y sus ganas de aderezar su hillbilly country de rock’n’roll le hacen parecer un eterno joven. El caso es que lleva ya más de 30 años en esto y más de 20 discos sin ningún patinazo y se le sigue considerando como un joven revolucionario del estilo. Quizás aquí haya tenido más repercusión entre la crítica el estupendo Steve Earle, pero en los USA, Dwight Yoakam es mucho más popular y vendedor. Y no precisamente porque facture típico country de Nashville. De hecho huyó de la meca del country comercial a finales de los 70 rumbo a Los Angeles. Allí tocó junto a Los Lobos, The Blasters o Lone Justice por lo que se endureció y ganó el respeto de las parroquias más rockeras.
El caso es que desde su impetuoso e impecable debut del 86, Guitars, Cadillacs, Etc. se hizo más de 15 discos en dos décadas con el prestigioso Pete Anderson. La mayoría superventas y en Warner Records. Luego paso por un sello más pequeño pero del prestigio de New West Records, dónde nos entregó hasta un guapo tributo al Rey del Bakersfield Sound, Buck Owens. Por cierto, que en New West Records ahora han recalado, por ejemplo, Giant Sand, para entregarnos con Heartbreak Pass uno de los mejores discos de su también extensa trayectoria.
Pero ahora el eterno joven, Dwight Yoakam (también buen actor) está de nuevo en Reprise / Warner Music y nos ha entregado un sensacional Second Hand Heart con la producción ejecutiva de Lenny Waronker (Beck, Tom Waits) pero es él quien lleva la voz cantante en todos los procesos de la creación. Bueno, su mano derecha instrumental es el gran multi-instrumentista Brian Whelan que toca de todo y siempre muy bien.
Comienza muy eléctrico como su “alumno” Steve Earle en muchos de sus mejores trabajos con la potente In another world. Sigue más melódico, pero con más garra que todo Nashville junto, con un single como She y tres guitarras eléctricas entre ellas la suya propia. En la estupenda Dreams of Clay me recuerda al Elvis Presley más cercano al country de temas como I just can’t help believing, aunque también se acerca a su lado más rockero en la cañera, y también claro single, The big time.
En Believe suena de miedo y demuestra que hay que seguir creyendo en él. Parece una versión, pero es un tema propio al igual que todas las canciones del disco excepto dos. Aquí y en otros momentos se aprecia que también se acerca al registro de Tom Petty & The Heartbreakers o que también es maestro para otros destacados artistas del género como Robbie Fulks o Dale Watson. Ese lado outlaw a lo Waylon Jennings, Dale
Watson o Johnny Cash sale a relucir en la adaptación que hace del tradicional Man of constant sorrow que popularizó Bob Dylan, pero al que le da un mayor toque honky tonk y de puro rock’n’roll en las guitarras. Liar es otro posible single de puro rock’n’roll clásico y el final es para V's of birds, un tema de Anthony Crawford que comienza majestuoso y emocionantemente lento. Aquí se palpa algo que hemos destacado ya antes. Se sale Brian Whelan con el piano, pero más aún con una estremecedora mandolina y un brutal órgano. Las armonías vocales de Jonathan Clark redondean un gran tema y un espectacular cierre para un disco increíble que sigue dejando a su creador como un eterno, revolucionario y rebelde joven.