Por: J.J. Caballero
Resucitados hace tres años para conmemorar las tres décadas de intermitente existencia de la banda, los hermanos Gil (Albert y Ricky) comprobaron que su alma y su piel seguían siendo impulsadas por el mismo latido mod que un día los convirtieron en la primera referencia del movimiento en su Barcelona natal. Se unió a ellos el batería Eric Herrera, miembro de Dr. Calypso entre otros, y emprendieron juntos otra batalla contra el tiempo, ese juez que no suele pasar en balde para nadie y que ha jugado un papel fundamental en el trabajo de asentamiento, asimilación y reforma de unos planteamientos que no han variado en esencia pero sí en perspectiva. Quienes recuerden a Los Brigatones o a Matamala, ese par de grupos que significaron la prolongación de una herencia que aún no ha decidido a quién transferir su legado, sabrá que la vuelta definitiva de los grandísimos Brighton 64 no podía demorarse demasiado. Quizá nos aventuramos al afirmar que este sería el primer disco de muchos nuevos por venir, pero el deseo puede en esta ocasión a la mera realidad.
Con el valor intacto para aventurarse en las procelosas aguas (estancadas) del pop del siglo veintiuno en España y los arrestos suficientes para plantarle cara a una industria resignada a su obsolescencia, graban poderosos manifiestos de identidad juvenil a una edad a la que cualquier otra banda sonaría ridícula (Som indomables, reivindicando el catalán como medio de expresión) y en un revitalizante acto de generosidad recuperan un viejo y nervioso tema de otros “modernistas” incomprensiblemente olvidados, Los Canguros. Lo cual no significa que debamos considerar endogámica a una escena mucho más rica de lo que se pueda pensar, incluso abierta a experimentos instrumentales como La manta de Linus, en la que demuestran que dejarse llevar hacia donde te dicten tus sentimientos debe ser la única base para sobrevivir en una jungla en la que ya supone bastante esfuerzo aventurarse. Los nuevos Brighton 64 lo hacen esgrimiendo armas antiguas con la misma valentía que antaño (Modernista, el tema central, tiene casi la misma edad que su carrera) e inclinando la cabeza en señal de duelo a la vez que de reverencia ante la desaparición de sus ídolos (Caminos por recorrer lamenta la pérdida de Alfredo Calonge, el líder de los imprescindibles Negativos). Todo sin que se noten demasiado los años transcurridos entre aquellos viejos himnos y estas nuevas melodías.
A estas alturas es obvio que saben poner Los puntos sobre las íes y señalar sin rubor a alguno de esos personajes que todos conocemos y de los que no nos atrevemos a hablar por miedo a no ser bien interpretados, y tampoco tienen miedo alguno a padecer del Síndrome de Rebeca si se lo contagia la pluma de su amigo Carlos Zanón, que les ayuda en la transmisión de un virus irremediablemente contagioso. Si a ello le sumamos la energía que transmite esta tremenda colección de canciones, potenciada por una más que notable sección de vientos, el atractivo diseño para la edición en vinilo, en el que cada una de las portadas está marcada con una diferente impresión, y la diáfana producción de Santi García en los estudios Ultramarinos Costa Brava, las ganas de echar la vista atrás y comprobar que en el fondo sigues siendo el mismo, como ellos, solo son equiparables a la necesidad de compartir dicha emoción con la escucha de estos radiantes temas. Porque en el fondo todos somos unos dichosos modernistas.