Por: Alejandro Guimerà
Ya está aquí, después de 12 años, después del insulso Think Tank (en el que no estaba Graham Coxon), ha llegado el octavo disco de estudio de la banda londinense. Entremedio su líder Damon Albarn se ha labrado una exitosa carrera con Gorillaz, ha capitaneado la superbanda The Good, The Bad And The Queen, se ha metido en mil proyectos (BSO, colaboraciones,...) y justo hace un año publicó un álbum en solitario muy celebrado (Everyday Robots). La otra cabeza de la banda Graham Coxon ha estado sacando discos en solitario aunque bastante correctos no han tenido demasiada repercusión. Mientras que el bueno de Dave Rowntree, en cambio, abandonó las baquetas para meterse en política, en el partido Laborista.
Además, desde 2008 se han metido en una intermitente vuelta a los escenarios que sólo ha servido para dar una segunda oportunidad a quienes se los perdieron en los noventa y para grabar varios directos como All The People: Blur Live At Hyde Park (2009) y Parklive (2012).
Con las rencillas internas aparcadas (¿por interés?), el esperado disco ha sido gestado en dos años y producido por Coxon junto al que ya fuera productor de la banda Stephen Street, y lo más complicado: haciendo un hueco en la apretada agenda de Albarn para que acabara con el primer trabajo con los cuatro desde el acertado 13 (1999).
¿Y que tenemos como resultado? Pues en primer lugar un disco que viene falto de canciones emblemas, pues nadie espere un Coffee & TV, Tender, Song 2 o Beetlebum - por no hablar de sus pegadizos temas de la época dorada del Britpop -. Aunque muy cercano de aquellos está Ong Ong, buen tema pop melódico de estribillo pegadizo y simpáticos coros. Y I Broadcast, dinámica, simpática no viene falta de los guitarrazos de Coxon, santo y seña de los mejores Blur. También los tiene la movida Lonesome Street, que recuerda a los discos de la "Trilogía británica".
Interesante There Are Too Many of Us con ingredientes tecno-pop, voz distorsionada y multiefectos Synth. Luego aparecen temas como My Terracota Heart y Go Out que transcurren en la línea pop del último Damon Albarn, más experimental, menos fresco y espontáneo como antaño.
En cualquier caso el disco es bastante superior al insulso Think Tank aunque inferior al lúcido 13 (1999) y al americanizado Blur (1997), por no hablar de la cadena Modern Life Is Rubish (1993), Parklife (1994) y The Great Escape (1995), enormes discos sacados en un trienio y que actualizaron el retrato de la vieja inglaterra que Ray Davies había hecho en los sesenta, a través de buenas (y no siempre fáciles) melodías pop. Unos álbumes y una banda que agitaron a toda una generación que descubrió el pop-rock con ellos.
Por ello, siendo un disco más que correcto, The Magic Whip, puede llegar a defraudar a los fans más exigentes, nostálgicos de las sorpresas, espontaneidad y luminosidad que gozó Blur en sus tiempos mozos.