Por: Kepa Arbizu
Hay músicos que cargan con algunas historias personales que, aunque no deban de influir decisivamente en su valoración artística, son dignas de conocer y admirar. Steve Wold, conocido como Seasick Steve, desde su más tierna juventud tuvo que ganarse la vida fuera de su casa, situación que le llevó a trabajar, y vivir, de forma itinerante y en situaciones muy precarias. Situado desde hace décadas en la escena musical, aunque siempre en una posición secundaria, no sería hasta pasados los sesenta años, a principios del siglo XXI, cuando comenzara su carrera discográfica.
Recientemente acaba de publicar lo que es su séptimo disco, Sonic Soul Surfer, un álbum que se mantiene estilísticamente en el mismo terreno y que no nos ofrece cambios sustanciales respecto a anteriores trabajos. Esto significa acercarse al blues primigenio pero, sobre todo en sus últimos años, desde una óptica actualizada y algo más limpia. Todo guiado por sus guitarras customizadas, su ruda y penetrante voz y unas historias alimentadas de su amplio bagaje vital.
Con su habitual baterista, y mano derecha incuestionable del proyecto, Dan Magnusson, el álbum ha sido registrado en el estudio-granja del propio músico, por el que también han hecho acto de aparición algunos invitados que encajan a la perfección en su idea central; ahí están por ejemplo Luther Dickinson, que repite experiencia, Georgina Leach o Ben Miller.
En la música de Seasick Steve, y este disco no supone una excepción, es fácil intuir la influencia de intérpretes clásicos del blues. Por ejemplo, y de forma especial, por lo relevante en su estilo, la de John Lee Hooker, como se observa en la sobria y hechizante Your Name, aunque también lo hace fusionado con unas formas más actuales y rotundas, como sucede en la oscura y arrastrada Swamp Dog. Roy’s Gang cabalga a ritmo de una percusión repiqueteante hasta ambientaciones típicamente The White Stripes; si en Sonic Soul Boogie se manifiestan repuntes funk y en Bring it On los conjuga con un deje sureño, para Summertime Boy opta por el rock pegadizo a lo North Mississippi Allstars.
Pero el imaginario del músico norteamericano no sólo se alimenta de electricidad, y es capaz de ofrecernos temas de una cruda belleza como el country-blues de In Peaceful Dreams, condimentado con un excelente sonido de violín. Haciendo hincapié en esa parte más acústica nos encontramos con la también desnuda, pero esta vez bucólico folk, de Right on Time o con la íntima y rasgada Heart Full of Scars, cercana a una balada rock.
Seasick Steve sigue siendo uno de los puntales a la hora de partiendo del blues primitivo conjugarlo con otras sonoridades de una manera personal, a pesar de que cada vez esté más lejos de esa forma polvorienta y sucia de sus inicios en detrimento de una, relativamente, más aseada y mezclada con rasgos más actuales. Sonic Soul Surfer ejemplifica esa situación y también la de seguir mostrándole como un genuino contador de historias a ritmo de la música del diablo.