Por: Kepa Arbizu
Cinco años hace que saltó la noticia, por suerte para muchos reversible, de que Los Ilegales ponían fin a su trayectoria. Un grupo que abanderó, y abandera, como pocos, por no decir como ninguno, un espíritu macarra (en el mejor sentido de la palabra), ácido e inteligente a partes iguales pero en el que también palpita de manera significativa un gusto por las melodías y un tono poético dispuesto a mezclarse sin complejos con los (atinados) exabruptos.
Desde aquel momento hasta el actual hemos asistido al nacimiento (veremos a partir de ahora cuál es su desarrollo) del proyecto del indiscutible líder del grupo asturiano Jorge Martínez bautizado como Jorge Ilegal y Los Mangníficos. En él, con cierta vocación educativa-reivindicativa, recuperaba y dignificaba géneros clásicos (del originario rock and roll al bolero) habitualmente marginados y/o vituperados. Tras dos discos dedicados a tales menesteres ha llegado el momento de volver a poner en marcha la mítica banda.
Aunque para algunos pueda sonar extraño, esta “revuelta” ilegal parece surgir como una evolución casi lógica. Y es que si uno echa un vistazo a ese segundo capítulo del mencionado anterior proyecto, observamos como, en comparación con su predecesor, los sonidos más eléctricos tomaban un mayor protagonismo, como si inevitablemente el diablo del rock and roll se estuviera haciendo paso de nuevo entre la carnes de su líder y su explosión fuera inminente. El resultado no tardó mucho en llegar: nuevo disco de Los Ilegales de sentencioso título, La vida es fuego.
Aunque el principal cerebro pensante y auténtico vertebrador de la banda es Jorge Martínez no hay que obviar que son ya muchos los años en los que mantiene una formación fija, escoltado de Jaime Belaústegui a la batería y Alejandro Espina al bajo, lo que a la larga les dota de una estabilidad y un sonido reconocible. En este nuevo disco la sensación que a uno le queda es que la intención ha sido abarcar los diferentes registros que la banda ha desarrollado a lo largo de toda su andadura, con la vista puesta en su manifestación más clásica y orgánica. Un hecho que ayuda a mostrar sus variadas caras, y la perfecta resolución de todas ellas, pero que a la vez puede suponer el pequeño hándicap de hacer perder unidad, y de alguna forma una identidad propia, al resultado global.
Sea como sea este trabajo recupera la rabia y ese ardor guerrero de los asturianos, los característicos riffs sincopados de Voy al bar, junto a su reconocible base rítmica y la voz de Jorge que rompe en un estribillo con tono épico, son los elementos utilizados para crear un tema sencillo, pegadizo y efectivo, en lo que se presenta como un canto a la “verdadera patria” de muchos. Siguiendo con esa parte guitarrera e incisiva aparecen La Vida es fuego, otra clara declaración de intenciones ("qué asco me dan los cobardes"), esta vez interpretada de forma más rocosa y donde llama la atención la ausencia de un estribillo claro; el sorprendente casi rock urbano que es Regresa a Irlanda, o la trotona y recitativa Hipster, una mirada, sin hacer demasiada sangre, de ese neo dandismo vacío al que sentencia con frases como “con mi nuevo look en el Primavera Sound, marcando tendencia reviento de satisfacción”.
Hay un puñado de composiciones que se mueven por terrenos más clásicos en cuanto a su forma de afrontar el rock and roll, por ejemplo el ritmo a la vez juguetón y melancólico destinado a representar al “antiamor” de Vivir sin novia ni reloj. En El souvenir nos encontramos con un Jorge que interpreta de forma más nítida en lo que se podría considerar algo así como un bolero electrificado-rockero. Mucho más sucios van a sonar en el blues crudo (ya saben, la cosa se trata de no joder la música a los negros) de Aquel boogie pesado o en el oscuro y agresivo rockabilly de La mala hierba.
En esa amalgama de formas en lo que se convierte el disco no puede faltar una que a lo largo de los años siempre ha tenido cabida en el repertorio asturiano, y es esa encaminada a buscar una ambientación entre psiodéclia y onírica, como sucede en la popera El teléfono y el mal. En este tipo de canciones también es habitual ver lucir el lado más poético/íntimo de la banda, algo que queda muy patente en las susurradas Hacia las profundidades o la hipnótica Las rosas trepadoras asesinas.
La figura de Jorge Martínez, en uno u otro formato, nunca ha desaparecido de nuestro presente musical, pero el regreso de Los Ilegales supone su forma de expresión más pura y salvaje. La vida es fuego actúa como “recopilatorio”, con todo lo que puede significar dicha palabra, de las diferentes sensibilidades que aglutina la banda y como primer paso de lo que esperemos sea una nueva vida, porque hay grupos mejores y peores, pero luego están los esenciales, como es el caso.