Por: J.J. Caballero
No tuvo la suerte que merece Willie B. Planas con su anterior banda, unos The Pauls que hacían canciones radiantes y rebosantes de grandes referencias pop que abandonaron la batalla antes de que la guerra los diezmara sin remedio. Allí coincidió con otro gran escritor de temas redondos como Paul Zinnard, que ahora vuelve a ayudarle a dar forma a un trabajo directo, casi crudo y con las concesiones mínimas. Una piel musical que brilla sin base alguna de maquillaje en la que el ex violonchelista se regocija y se deja broncear sin miedo a que el duro sol de los tiempos que le ha tocado vivir acabe provocándole serias quemaduras.
En el transcurso de estos ocho cortes se concentra la esencia de un aprendizaje que ha dejado atrás la placidez de su anterior Landscapes & still-life, modoso ejercicio de blues acústico, y se revuelca en una cierta anarquía creativa en la que la improvisación parece haber jugado un papel bastante importante. Mecca, bautizado así en honor al estudio en el que ha sido íntegramente grabado (fantásticas instalaciones, por cierto, en la localidad guipuzcoana de Oiartzun), contiene guitarras desatadas (So special, incluyendo miradas de reojo a Neil Young), altibajos rítmicos (los de Möbious band se antojan imprescindibles), ambientes lúdicos (All I had, uno de los temas más básicos y efectivos que ha grabado nunca) y sutiles líneas de piano (en Colors son sus teclas las que condicionan casi toda la melodía). Casi nada, desde el punto de vista del aporte técnico, pero muchísimo desde la visión y las orejas del oyente ajeno. En apenas un par de temas, el concepto de este disco te atrapa e incluso cuando sus momentos más bajos amenazan con dar al traste con tu ilusión (Always and forever no deja de ser una balada de bajo perfil) esperas el momento de la sorpresa. Y afortunadamente, siempre llega.
Tal vez algo más disperso pero igualmente seguro de sí mismo, el tercer álbum de este outsider es un homenaje a sí mismo, una pequeña gran fiesta en la que mira hacia adentro para encontrarse haciendo lo que siempre ha querido: coger una guitarra, un bajo y una batería y dedicarse a cantar rock. Y al final, sin embargo, vuelve a sentarse al piano para decir que, por mucho que titule una canción You don’t need it, él simplemente lo necesita. El mundo que le rodea, en el que nos incluimos, puede que también.