No es habitual, aunque algunos casos hemos visto, que las carreras musicales de hijos y padres sean contemporáneas y se solapen. Si hace poco hablábamos aquí mismo sobre los maravillosos trabajos recientes de Justin Townes Earle, ahora, muy poco tiempo después, llega el turno de su progenitor, Steve Earle. Ni es lo más interesante, ni algo que tenga demasiado recorrido, entrar en disquisiciones comparativas intergeneracionales, pero es bien cierto que la carrera del “padre de familia” en los últimos años no ha estado al nivel, aunque nos haya brindado algunos momentos disfrutables, que de él se puede esperar. Una situación que en parte se subsana con este Terraplane, situándonos al músico en un punto realmente interesante.
Por todos es sabido, al margen de los estereotipos y lugares comunes, que el blues nació con la intención de contar/cantar los sinsabores de los humanos y también que a muchos creadores, aunque suene mal decirlo, la tristeza o las situaciones de crisis personales les sienta mejor que los días soleados. Ambos aspectos parecen coincidir en este nuevo álbum; primero porque opta por meterse de lleno en el género mencionado y luego porque sus canciones están ligadas a la separación del músico de, la también colega de profesión, Allison Moorer. Y, repito que aunque esté feo desear el mal ajeno, son dos situaciones que le han caído realmente bien compositivamente hablando a Earle.
No se trata ni mucho menos de un estilo que le sea ejeno al norteamericano, su música siempre ha estado influenciada por él, pero en pocas veces le hemos visto que tenga una presencia tan absoluta como en este caso. Para todavía aumentar esa preponderancia, los mandos del disco los ha cogido el productor R.S. Field, quien ha trabajado con gente como John Mayall o Buddy Guy (y si se quiere hurgar un poco más en la herida con la propia Allison Moorer).
Por si todo lo dicho hasta ahora no encamina lo suficiente sobre lo que esconde Terraplane, sólo hay que probar a escuchar los primeros instantes del tema inicial, Baby Baby Baby (Baby), donde atruena una armónica con la herencia del sonido negro a sus lomos y la banda, geniales en ese aspecto sus The Dukes, con la columna vertebral formada por The Mastersons, se mueve por un blues rotundo que nos trae hasta la mente intérpretes como Elmore James. La voz de Earle, siempre particular y rasgada, se mueve en esta ocasión incluso por registros más descarnados y arrastrados. Siguiendo con su acercamiento a clásicos del género, aparece ese tono boogie indisolublemente unido a la figura de John Lee Hooker en composiciones como The Usual Time o sobre todo en King of the Blues, oscura y con una rudeza digna de mención; incluso proyectará en el tiempo esa misma influencia, emparentándose con ZZ Top, por medio de The Tennessee Kid, otro eslabón fuerte y contundente de la cadena cantada de una forma totalmente desinhibida. Otro momento destacable en cuanto a su crudeza, en forma y fondo, es Better Off Alone, donde incorpora un deje soul emotivo pero en un entorno denso y eléctrico.
Una visión más campestre del género también tendrá su hueco en el álbum. Una dirección estilística que lleva consigo una cierta dulcificación de la propuesta, tal y como se escenifica perfectamente con ese delicado violín que decora Ain’t Nobody’s Daddy Now o la preciosa voz de Eleanor Whitmore como contrapunto en Baby’s Just As Mean As Me. Estos tonos folk-country tomarán su representación más clásica y tradicional, al estilo de Mississippi John Hurt, en Gamblin’ Blues. Acquantied with the Wind, por su parte, podría escenificar la conjunción de esas dos sensibilidades: la melódica y la contundencia blues-rockera, con pegadiza resolución.
Puede sonar exagerado decir de alguien como Steve Earle que le hemos recuperado, pero este nuevo disco sube sustancialmente la media de sus anteriores trabajos y sobre todo nos muestra a un músico inquieto y con interés por maniobrar con su estilo, en este caso adentrándose en el blues a través de sus derivaciones estilísticas y temporales. El resultado realmente notable.
Kepa Arbizu