Por: Kepa Arbizu
Hay una capacidad que pasa por ser para los músicos, y por extensión para cualquier creador, realmente indispensable, no es otra que la de lograr construir un sonido totalmente reconocible. Los burgaleses La M.O.D.A., al margen de consideraciones posteriores, son poseedores de esa cualidad; su peculiar forma de manejar un folk country con aires celtas y cierta actitud punk, conforman unas señas de identidad realmente originales.
Hay una capacidad que pasa por ser para los músicos, y por extensión para cualquier creador, realmente indispensable, no es otra que la de lograr construir un sonido totalmente reconocible. Los burgaleses La M.O.D.A., al margen de consideraciones posteriores, son poseedores de esa cualidad; su peculiar forma de manejar un folk country con aires celtas y cierta actitud punk, conforman unas señas de identidad realmente originales.
Su nuevo disco, La primavera del invierno, mantiene esas mismas coordenadas. Continuador en líneas generales de su exitoso anterior trabajo, ¿Quién nos va a salvar?, también contiene algunos matices que se pueden observar. En estas composiciones nos encontramos, ya sea tanto en lo musical como en sus textos, otra de las características reseñables del grupo, con un mayor empeño en trabajarlas de forma más pormenorizada. Menos inmediatas y pegadizas quizás en un primer momento pero más pendientes de los detalles. También es palpable, y de alguna manera derivado de lo comentado, un tono más íntimo y oscuro a la hora de afrontar su música.
Otra vez para la ocasión han vuelto a contar con Kaki Arkarazo en las labores de grabación, en las que además se ha sumado Santi García (Standstill, Nueva Vulcano, The New Raemon, etc...). Un tándem que inevitablemente ha influido en la consecución de esos nuevos detalles que contiene el álbum. Para comprobarlo vale con observar la primera canción, Nubes negras, que hace el papel de breve introducción y donde la voz de David Ruiz suena en su máximo esplendor, con esa capacidad que tiene de, por medio de su tono rasgado, aunar lo crudo con lo emotivo. Apoyada sólo bajo el acompañamiento de un cello de robusta presencia, se presenta como un esperanzador canto por los ausentes.
No faltan en el disco esos momentos que el grupo ha logrado convertir en rasgos personales, donde lo épico y lo melancólico aparece dibujado entre el sonido, principalmente acústico, que emana de guitarras, mandolinas, acordeones, etc.. Ahí están los ritmos totalmente reconocibles de Amanecederos, cantada de forma casi atropellada para llegar a ese estribillo de esencia coreable, o la intensa y combativa-emancipadora PRMVR, con la presencia de Gorka Urbizu de Berri Txarrak. Siendo también canciones que fácilmente llevan su sello, en Miles Davis prevalece un medio tiempo más oscuro mientras que Flores del mal, una de las pocas decoradas con electricidad y con tendencia al rock, se inicia de forma algo más enrevesada para acabar genuinamente en su estilo.
La propuesta de la banda siempre sabe esquivar muy bien el posible peligro de ser repetitiva, y en este trabajo lo hacen añadiendo algunos ritmos a su habitual entramado musical. Por ejemplo destaca Disolutos, con ese deje blues que le confiere un tono lúgubre, apoyado en sus habituales relatos sobre marginados, que le sienta a la perfección. En Hay un fuego optan por relajarse y dejarse llevar, acompañados por la voz de María Rodés, por un sonido más clásico americano y que puede llegar a recordar a Quique González; Los lobos, mientras, toma prestadas sin complejos maneras balcánicas para su visión de la mítica sentencia utilizada por Hobbes, y cierran el disco de manera melancólica y casi desnuda bamboleándose a los compases de vals de Rascacielos.
La M.O.D.A. han sido capaces de crear un copyright sonoro no sólo original sino sabiendo manejar a la perfección la melancolía, la indignación o la crudeza bajo una pegadiza forma de interpretar los sonidos tradicionales norteamericanos, de ahí su capacidad para también abarcar un abanico variado de público. La primavera del invierno además demuestra que son capaces de, sin variar sustancialmente la fórmula, seguir matizándola para llevarla hasta terrenos todavía más personales y trabajados.