Por: Kepa Arbizu
Hoy no resulta extraño encontrarse con que grupos/músicos ubicados en nuestras fronteras opten por orientar su propuesta bajo la clara influencia del rock clásico norteamericano. Como sucede en estos casos hubo un tiempo en que tomar dicha decisión era menos habitual y casi una excepcionalidad. No es por lo tanto descabellado ver en ciertas bandas un espíritu pionero a ese respecto. En dicha categoría se podría nombrar a grupos como Más Birras, BB sin Sed, La Frontera o también, por ejemplo, La Gran Esperanza Blanca, que acaban de publicar un nuevo disco titulado Tren fantasma.
Los valencianos han retomado en los últimos años, con su trabajo Derrota editado en 2013, una carrera que hasta ese momento permanecía en barbecho. A dicha publicación le ha seguido esta actual, en la que la banda ha optado, en comparación con su predecesora, por un sonido más guitarrero, intenso y directo, todo ello incorporado a su habitual iconografía, musical y temática, surtida de elementos de los sonidos de raíces.
Para esta ocasión el grupo recupera su formación original, lo que significa la incorporación de Chiti Chitez a Chuso Al, Spagnolo Ferocce y Cisco Fran, del que hay destacar también su destreza a la hora de elaborar las letras, no obstante tiene en su debe un par de libros de relatos publicados, que se mueven en un territorio cotidiano pero impregnadas de una justa dosis poética. En líneas generales un disco, argumentalmente, vertebrado bajo la épica y el romanticismo que emana de la figura de los trenes, elementos capaces tanto de traer como de llevar esperanzas, amores o sueños (ilusiones) de libertad.
El disco musicalmente maneja, principalmente, un sonido de rock americano pero orientado hacia un tono de western evidente. Un elemento catalizador a lo lago de todo el álbum que influye decisivamente en que esa ambientación adopte una representación realmente sobresaliente es la presencia de unas aguerridas guitarras. Un ingrediente que toma su mayor, y mejor, representación en composiciones tan compactas y perfectas (también en sus impactantes versos "Aquí estoy contigo en mis brazos / tu pelo sangra con naturalidad / en este abrazo interminable") como Aquí estoy (en vía muerta), en la que se intercala un tono altanero con otro más sensible; la compacta Música antigua, perfecta para ser entonada como himno agridulce sobre el paso del tiempo, o la sobria elegancia de La última copa. Canciones que se alinean con las de grupos ya mencionados como Más Birras o BB sin Sed pero que también miran incluso al Loquillo de sus primeros tiempos o al denominado “Nuevo Rock Americano”, en su representación de bandas como The Long Ryders.
En Tren Fantasma, el clásico ritmo trotón de este tipo de géneros adopta un tono más nostálgico, con la aportación puntual de la armónica. El chico del tren supone una de las joyas de la corona del disco. Una canción en la que encajan todos los elementos, el contraste de voces que supone la voz femenina de May Ibáñez y el violín de Raff Deen, ambos integrantes de la banda Badlands, para conformar una melodía entre lo épico y lo trágico. Estrella de mar supone el punto “extravagante” del disco al trabajar con la distorsión, orientándoles hasta propuestas como las de Lagartija Nick.
Un acercamiento al folk-country más campestre, más relajado, y en ocasiones acústico, llega de la mano de la melancólica y agradable Tu risa, esta vez con un papel primordial de la armónica; de la similar Mar del coral, algo más incisiva, o de la “dylaniana” Cantad conmigo. Un tema como Payaso supone un descenso a los infiernos, con grandes momentos líricos (“Ropa sucia colgada de un hilo / libros abiertos y sin leer / aspirinas, entradas de circo / ceniceros y el olor de su piel”), por medio de aromas de blues sugerente y pendenciero.
Escuchando el manejo que hacen de los sonidos americanos La Gran Esperanza Blanca, no resulta extraño comprender que Orson Welles pretendiera rodar un western en Valencia, quizás aquí tiene su banda sonora ideal, porque lo que consiguen Cisco Fran y los suyos es un disco sobresaliente, repleto de potente lírica apoyada en un sonido polvoriento, rudo o melancólico por momentos, con un poder de atracción realmente impresionante.