Es curioso como a veces en esto de la música no bastan las buenas intenciones, y ni siquiera unas ideas brillantes ni el equipo de producción adecuado pueden salvar de la más absoluta mediocridad lo que en los mimbres iniciales parecía abocado al triunfo sin paliativos. Y con esto no queremos decir que escuchar este disco, grabado con tan altas dosis de pulcritud como de inanición, sea una mala idea. Ni muchísimo menos.
Afincada en Nashville, por aquello de la cuna y de que la tierra influye, esta joven nativa de Cleveland no se lanza al vacío del country sin oficio ni beneficio, sino que más bien pega volantazos por la manida autovía del soul acústico, embebido de cuerdas y vientos y grabado con suma meticulosidad por el experimentado equipo de Spacebomb, bajo la dirección del mecenas Matthew E. White. Si al director de orquesta le ha acompañado hasta ahora el talento pleno, a su discípula parece querer dejarle en herencia unas trazas de estética vintage y varios ejercicios de pop “retro” bajo la óptica experimental marca de la casa. La nueva Dusty Springfield (sí, hasta hipérboles por el estilo se han llegado a escribir sobre su perfil) consigue buenos picos de emoción en cortes inundados de puro sentimiento como Never over you o baladas hinchadas de rabia contra la máquina del desamor como Violently, en la que sí se puede hablar de que en su voz, habitualmente escasa, se esconde una personalidad mucho más fuerte. Por algo algunos de los temas incluidos en este debut llevaban en el escritorio más de un lustro y reflejan un largo y tortuoso stand-by sentimental tras llenar folios con las ruinas de una relación a la que parece agradecer los destellos de inspiración. En los tejidos agónicos de Ella Fitzgerald o Nina Simone, temazos en esencia como Your fool y My baby don’t understand me penetrarían hasta el tuétano, pero en su interpretación Natalie Prass apenas consigue sonar decente, tarea nada complicada escuchando a la excepcional banda que le calienta la cama a lo largo del álbum.
Lo intenta sumergiéndose en aguas pantanosas, porque solo así se puede calificar el frustrado intento de filtrar Reprise por el filtro del spoken word, aunque no sale demasiado perjudicada de la zambullida campestre de Why don’t you believe in me, un medio tiempo del que Carole King no renegaría, ni del tono bailable de Bird of prey, una vía interesante si quiere desmarcarse creativamente hablando en próximos trabajos. Sin embargo, hay fallidos homenajes a instituciones de la música brasileña, otro género al que se arrima, por lo que Gal Costa brilla por su ausencia –nunca mejor dicho- en las estrofas de Christy, un tema paradójicamente coescrito con el responsable masculino de las toneladas de desamor que sepultan las letras de este trabajo. Al final, It is you, con ese suave aroma de vals, y un par de piezas en las que no se sabe si este disco es realmente la banda sonora de un musical, consiguen despistar al oyente a la vez que lo estimulan para futuras y seguramente más reconfortantes escuchas.
Hasta qué punto debíamos esperar más o menos de una chica que se ha metido en el estudio muy bien apadrinada y con las excelentes referencias de haber formado parte de la banda de Jenny Lewis es algo que aclarará el tiempo, mas por ahora el exceso de halagos de semanarios hipsters, portales demasiado pendientes de vendernos el nuevo y definitivo nombre de la modernidad y cansinos buscadores de falsos tesoros sonoros solo han logrado que el transcurso de estas nueve canciones nos resulte algo monótono y con apenas unas esporádicas gotas de clase. Esperando que alguien sea capaz de pulir lo que para muchos ya es
un diamante en bruto, dejamos reposar el supuesto hallazgo. En unos meses, si alguien recuerda estas líneas, volvemos a hablar. Y a escuchar.
J.J. Caballero