La portada de Medicine, el nuevo disco de Drew Holcomb, nos muestra al músico en una sobria pero intensa fotografía en blanco negro. Ese clasicismo, tradición y tonalidad que desprende la instantánea reproduce en verdad a un hombre joven, el estadounidense tiene poco más de treinta años. Se trata de una imagen que evoca con relativa exactitud lo que esconde este trabajo, ya que el sonido tradicional americano que contiene queda expuesto de manera íntima, incluso a ratos dramática, pero también con un ánimo sosegado y siempre tendente a la esperanza.
Como es costumbre, acompañado de su grupo, The Neighbors, que incluye a su mujer Ellie en la guitarra y voces, en este nuevo trabajo dicha unión parece romper algo el sentido más rockero en el que había derivado su propuesta musical. Para esta ocasión recupera, de manera netamente satisfactoria, unos modos mucho más relajados y delicados, cosa que no impide que haya algunos momentos en los que despunten los ritmos, lo que no deja de ser anecdótico en el cómputo global del álbum y que incluso se manifiesten como (mínimas) incoherencias con respecto a él.
Una canción como American Beauty es ideal para abrir un disco, tiene las proporciones justas entre sobriedad, profundidad y su punto de amabilidad. Una mezcla que toma forma en un folk llevado por un sonido de guitarra agradable, una voz con presencia pero que no arrolla, sino que más bien abraza, y una delicada y cuidada ayuda instrumental. Todo bajo una historia de bella nostalgia amorosa. La hermosísima You’ll Allways Be My Girl, dedicada a su esposa, contiene un disimulado ritmo de valls en el que se superpone un poderoso piano que se encarga de aportar la profundidad y el romanticismo, junto a su emocionante voz en primer plano. Si aquí ya hay ecos de su admirado Ryan Adams, en la primera época, también los va a haber en la elegante y sentida Heartbreak, otra vez adecuadamente decorada con pequeños detalles musicales. La épica que ya sobresale en el estribillo de ésta, despunta en Tightrope, con una base construida por medio de una guitarra acústica incisiva, al estilo de un Damien Rice sin su sobreexposición al dramatismo, y la utilización de un, no excesivo, “in crescendo”.
Con la llegada de Ain’t Nobody Got It Easy lo hace también uno de los momentos más emotivos y nostálgicos. Apoyada en un bellísimo pedal steel, la voz de fondo de Ellie, aporte muy habitual en muchas de las canciones, y ese estribillo tarareado junto al sonido de órgano que agrega las gotas de soul necesarias, dan forma a una melodía por momentos irremediablemente lacrimógena. Avalanche será otra deliciosa composición donde resuena Ray Lamontagne y en la que otra vez la voz de fondo de su mujer, esta vez con un deje ronco magistral, termina por redondearla.
Pero el disco también juega a desdramatizar y rebajar la intensidad en muchos momentos, que si bien no constituyen la parte más rotunda del disco no son para nada desdeñables, por ejemplo ahí está la juguetona Here We Go, donde saca su lado más sureño y transmite esa sensación de buen rollo a lo Jack Johnson, o en el robusto rock americano de Shine Like Lightning. The Last Thing We Do quizás desentone algo entre todo el conjunto, en esa pretensión por seguir con la tensión guitarrera pero de una manera algo grandilocuente. La curiosa, a pesar de ser un buen tema, Sisters Brothers tampoco termina de cuajar con su blues-funk de la escuela The Black Keys.
Drew Holcomb y su banda han vuelto a retomar su mejor camino, el que trabaja las raíces con delicadeza, con amabilidad y donde el dramatismo siempre encuentra una rendija para dejar pasar, aunque sea, un pequeño rayo de sol. La “medicine” que aplica en este nuevo álbum es de una belleza incontestable, y por lo tanto totalmente efectiva. En definitiva, un disco a tener muy en cuenta.
Kepa Arbizu