No es una tarea fácil la de situarse en dos orillas, a veces incluso antagónicas, y salir bien parado siendo aceptado por ambos “bandos”. Más bien suele suceder lo contrario, naufragar en una especie de tierra de nadie, sin llegar a convencer ni a unos ni a otros, suele ser un destino bastante frecuente. Pero el caso de The Decemberists se encuadra en el primer supuesto. La banda ha sabido estar tan cerca, y ser alabada, del “indie”, a pesar de ser un término tan ambiguo y etéreo a veces, como de los sonidos relacionados o influenciados por las raíces norteamericanas.
Tras cuatro años desde aquel The King is Dead, intervalo en el que su líder Colin Meloy ha estado ocupado en su carrera de escritor infantil, que les catapultó a la fama y a la admiración, desde muy diferentes sectores, ahora publican What a Terrible World, What a Beautiful World. Un explícito título surgido como consecuencia del terrible suceso de la matanza en la escuela de Newton y que sirve como “excusa” para la reflexión sobre esa contraposición de sentimientos que tantas veces se vive entre la tranquilidad-felicidad individual y lo cruento que se nos ofrece el mundo.
Volviendo al inicio, si la banda de Oregon había creado su último disco hasta la fecha basado principalmente en los sonidos más cercanos a las raíces americanas, y su predecesor , The Hazards of Love, se movió en zonas más rebuscadas por medio de una opera-rock, en este recién editado sabrá nutrirse de ambas sensibilidades, aunque tenga predominancia la presencia de lo “tradicional”. El resultado global es un trabajo de cierta extensión, supera los cincuenta minutos, con variados fogonazos estilísticos y que continúa dejando atrás, o por lo menos consiguen limar con acierto, el recargamiento al que suelen tender.
Es imposible no ver todavía a día de hoy, algo que para nada pretende ser una crítica, semillas de un grupo como R.E.M. en ciertas composiciones y en determinadas melodías de The Decemberists. Si éstas ya se pueden atisbar, aunque bajo una forma instrumentada y algo más azucarada, en Cavalry Captain, son más evidentes, e incluso se pueden hacer extensible a otras bandas como Big Star, en Make You Better. En ese cabalgar que realizarán entre la delicadeza pop y el rock más árido, el grupo recorre caminos como las melodías cercanas al sonido “bubblegum” en la retro Philomena o la desértica, pero pegadiza, y que casi parece ser una actualización del spaghetti western, Easy Come, Easy Go.
Pero la parte más jugosa y donde está el meollo del disco, y quizás de dedicarse sólo a ella estaríamos ante una obra maestra para perdurar en el imaginario durante mucho tiempo, es en la que se dedican a manejarse con formas y sonidos más tradicionales. Es precisamente en este tipo de temas cuando podemos ver en toda su extensión la gran voz de Meloy, que resuena en la bella The Singer Addresses His Audience, una acertada ironía sobre la relación entre músicos y público a base de folk delicado y sensible, perfectamente instrumentado por las cuerdas en una primera parte y que sufrirá un “in crescendo” hasta alcanzar más épica y nervio.
A partir de aquí nos vamos a ir encontrando con auténticas gemas, ya sea desde la elegancia de Lake Song, con influencia de Nick Drake, hasta la aparición de sonidos folkies irlandeses, disimulados en la bellísima Anti-Summer Song, que haciendo caso a su letra intercala sensaciones luminosas con melancólicos, o más evidentes en Better Not Wake the Baby, aquí bajo esa apariencia más marcial/tribal a lo Fairport Convention. Una canción como Mistral es de esas que nunca se olvidan. Ataca, y acierta, a la zona más emotiva del oyente, como una excelsa mezcla entre Wilco y The Avett Brothers, perfecta de intensidad y que se termina por manifestar acongojante. Pero es que no acaba ahí la cosa, porque esta vez por medio de la sobriedad, casi aridez, de Carolina Low vuelve a conseguir el mismo efecto, bajo esa voz levemente gelatinosa y una espectacular guitarra, que junto a unos delicados coros le otorgan un carácter magistral. Y si en la recién mencionada destacaba la labor de las seis cuerdas (en formato acústico), mucho más lo hace en la afectada y sublime Till the Water’s All Long Gone, en la que asoma cierto aroma a Leonard Cohen.
What a Terrible World, What a Beautiful World es un disco impresionante, y eso no quiere decir que sea perfecto, quizás una excesiva duración y en ocasiones demasiada heterogeneidad puede quitarle algo de sentimiento de unidad, pero todo eso deja de importar frente a la grandeza de algunas canciones que aquí se encuentran, las más destacadas (da miedo pensar el resultado final de un álbum dedicado sólo a ellas) entorno al sonido de raíces norteamericano, y que no disputarán sólo ser las mejores de este año recién comenzado, sino metas mayores. Colin Meloy confirma que se trata de uno de los compositores más geniales que hay hoy en día, y para los que tenían dudas sobre tal hecho ha dejado en este álbum algunos regalos que muchos no podremos olvidar jamás.
Kepa Arbizu