Cuenta Manolo, la anti estrella por antonomasia, que en 1994 le ofrecieron a él y a su media naranja artística (el imprescindible Quimi Portet) le hicieron una provocativa oferta para tocar en el nuevo Woodstock que conmemoraba los veinticinco años del evento original. Obviamente, dada la proverbial austeridad del músico o quién sabe si temiendo no estar a la altura, la invitación fue declinada mas en la mente del señor García quedó una extraña fijación por dejar su huella de alguna manera en algún valle de aquellas célebres montañas. Ahora, más de dos décadas después, ha conseguido reunir a dos bandas diferentes pero complementarias y convencerlas para que se reúnan allá bajo sus órdenes, en el mítico The Clubhouse Studio, en Rhinebeck (Nueva York), un espacio rural acondicionado para que las guitarras suenen más limpias que en cualquier otra parte y los métodos analógicos apenas se dejen contaminar por jerarquías digitales. La empresa resulta aún más exitosa si se conoce el dato de que los músicos que tocan en Todo es ahora, el disco, figuran en varios créditos de Bruce Springsteen, John Lennon, Patti Smith o David Bowie –lástima que a éste le dedique la peor composición de este trabajo y puede que de su carrera, una bochornosa Esta noche he soñado con David Bowie-. Y la profesionalidad se antoja indudable al confiar ciegamente en un músico humilde cuya única pretensión (o incluso mero capricho) era disfrutar de una experiencia sonora única y seguramente irrepetible.
Alejado desde hace un par de discos de las irregulares experiencias “étnicas”, entendiendo como tal sus otras excursiones a parajes recónditos de Grecia o Brasil para contactar con el artisteo autóctono y dotar de otro color a sus canciones, el catalán vuelve a encontrar el faro rockero –a su manera, pero ya es mucho- al que dirige sus dardos líricos, no por cada vez más intrincados menos brillantes. Leer sus letras con el diccionario junto al reproductor puede convertirse en un ejercicio a medias entre el placer y la incomodidad, y perderse en los recovecos de sus rimas –ripios indecentes incluidos- una actividad solo reconfortante si participas de su habitual imaginario: conciencia ecológica, hastío del mundo que le toca vivir, amores perdidos pero esperanzados y trayecto vital marcado por el deleite en la belleza del instante. Filosofía utópica y nada banal, habría que añadir. A la cuadratura imposible de las estrofas se aplican unos instrumentistas maravillados por la guitarra española de Juan Manuel Cañizares, unas manos prodigiosas recuperadas de la mejor etapa de El Último de la Fila y desaprovechada en los temas más obvios del disco, y al ímpetu eléctrico del autor responden con riffs de marcado carácter clásico, incluso con apuntes de slide guitar y los anárquicos teclados de Mike Garson, fajado también en sudorosas grabaciones con Billy Corgan, entre otros. Tantas buenas intenciones no impiden que haya momentos bajos y casi indignos de un músico tan experto y curtido. Al ya comentado desmán cometido con el tema dedicado al Duque Blanco y el forzado inglés de “thank you for making people feel happy” se suma el anodino tema de presentación, un endeble Es mejor sentir y otra nadería en forma de media balada, Volveremos a encontrarnos, que aportan poco por no decir que restan varios puntos a un trabajo que remonta en atractivas explosiones como las de Caminaré, Canción del solitario que se reconcilió con el mundo (con una espléndida conjunción de guitarras) y sobre todo Es tiempo de retornar, probablemente el mejor tema jamás escrito en solitario por Manolo García, con una melodía redonda y rotunda, giros de rock duro y contundente base rítmica.
Es en ese desequilibrio, en esa profunda descompensación entre las partes, lo que hace complicado calificar un disco como este, tal vez demasiado largo y disperso. Si
consiguiera transformar el insulso manto que cubre Exprimir la vida, Todo es ahora o la pretendidamente enérgica Campanas de libertad en la sabiduría melódica de Arrastré la noche, Pan de oro o la incontestable El club de los amantes desairados estaríamos hablando de un trabajo ciertamente impecable y de los que pueden dejar muesca en la carrera de un artista multitudinario. Ayuda a acercarse a él su inmejorable presentación gráfica (no nos referimos a la portada, tan espantosa como de costumbre) y la inclusión de cada una de las maquetas en un segundo volumen solo apto para seguidores acérrimos o, en todo caso, oyentes con la suficiente curiosidad. Y un último aviso para los que aseguran que escuchado un disco de García, escuchados todos: no acerquen demasiado las orejas, podrían reafirmarse en su opinión y eso sería demasiado injusto para los que pensamos que en cada uno de sus trabajos hay mucha vida inteligente. Solo hay que tener paciencia para descubrirla. Y además, este tipo es un grande, le pese a quien le pese.
J.J. Caballero