Vivir en la zona de confort. Moverse siempre dentro de unos límites definidos por uno mismo. Adaptarse a los vaivenes del destino impertérrito y rearmado. Convertirse en una firma neutra e inmutable. Conceptos vanos, todos permanentemente cuestionables y ampliamente debatidos. En la música, como en la vida, todo depende de que el cristal con el que la miras se haga más o menos estrecho.
En el caso de Interpol, el forzado trío compositivo remanente tras la marcha del añorado Carlos Dengler (ahora es el vocalista Paul Banks quien multiplica sus labores instrumentales para ocupar su vacío), buscar sendas tangenciales no se hizo nunca necesario. Abordan cada una de sus grabaciones con la seguridad y el crédito que les dio su obra magna, aquel inmaculado Turn on the bright lights lleno de actitud y talento, pero olvidan que el habitual y cruel giro del destino les puede estar aguardando a la vuelta de cualquier canción. Baquetear el farragoso legado del post punk a su propia imagen y semejanza les ha granjeado solidez y algún destello de luz en medio de la obligada oscuridad de sus trabajos. En su última entrega la atmósfera sigue igual de viciada que de costumbre pero encontramos algunas puertas entreabiertas con posibilidad de escape inmediato. Hacia dónde nos conducirán es la perenne incógnita tratándose de una banda de sus características.
Caminan peligrosamente por el filo de la épica en Twice as hard con la inestimable colaboración de Rob Moose (un tipo que aparece en los créditos de trabajos tan prestigiosos como los de Antony & The Johnsons o Sufjan Stevens, aparte de tener banda propia y brillante, My Brightest Diamond) y retoman la energía pretérita con trallazos como Ancient days y Tidal wave. Nada que no hayamos oído ya por boca de otros discípulos igual de aventajados pero que nos sigue pareciendo igual de estimable. Anywhere es un ejemplo más de que tampoco esperamos nada nuevo a estas alturas de su carrera ni nos hace ninguna falta, y las guitarras de Daniel Kessler en My desire, por ejemplo, remontan un camino que vuelve a perderse al primer recodo en Same town, new story –uno de esos temas que no debería grabar ninguna banda con ínfulas de grandeza- y resurge frondoso en el nervio de All the rage back home. Una de cal y otra de arena, podría pensarse, ¿verdad? Digamos que es una manera de verlo, aunque no tal vez la mejor.
Podríamos seguir hablando de la justificada arrogancia de Everything is wrong, de la omnímoda voz de Paul Banks o de la esperanzadora potencia de My blue supreme. Incluso no dejaríamos que nadie pasara por alto la gran labor a los teclados de Brandon Curtis, otro humilde operario que sigue colocando ladrillos graníticos en la fábrica de Secret Machines, o para rematar lamentaríamos la insustancialidad de Breaker 1, un tema tan innecesario como la última tanda de himnos lacrimógenos de The National; pero de momento preferimos quedarnos con la esperanza en la resurrección definitiva de un proyecto que ha dejado de ser apasionante para quedarse solo en correcto. Las pretensiones y las intenciones solo se verán a medida que vayan cayendo las puertas de un campo que ellos mismos decidieron vallar hace ya demasiado tiempo. Y si no caen, habrá que dinamitarlas.
J.J. Caballero