The Delta Saints regresaban a los escenarios bilbaínos, una de las diferentes fechas que conforman su gira, tras haber recabado en ellos hace relativamente poco tiempo, un hecho que posiblemente influyó en la media entrada que se produjo en el Kafe Antzokia. Una situación que no impidió que el público que se acercó hasta allí se entregara desde el primer momento al espectáculo ofrecido por los de Nashville.
Antes de que llegara ese momento fue el turno para el extravagante Abstract Artimus, músico proveniente de Estados Unidos, tal y como ratificaba la bandera que colgaba de uno de los amplificadores y que allí se quedó hasta el final de la noche, pero que se hizo acompañar para la ocasión de una banda formada por músicos españoles, entre los que destacaba Javier Vielba (Corizonas, Arizona Baby) en su papel de aguerrido guitarrista. Y es que esa era su propuesta, un hard rock con tintes de heavy metal tan efectivo como efectista (cantante con chamarra vaquera rota sin mangas y pecho al descubierto, greñas al compás del movimiento de cabeza, poses de "guitar hero" y sus agudos chillidos). Un contundente y divertido cañonazo sonoro que nos agarraba por la pechera para ponernos en situación.
The Delta Saints saben las cartas con las que cuentan y conocen cómo utilizarlas a la perfección. En directo se han decantado decididamente por un hard rock sureño rítmico con influencias negras, preferentemente lo que abarca el soul-gospel-funk, pero ofrecidas desde una perspectiva limpia y aseada (aquí influye la decisión de prescindir de la armónica, por ejemplo), destinada a un público amplio. A ello le suman el carisma de su líder y cantante, Ben Ringel; su buena apariencia; su magnífico control del tempo, expertos en manejar, y emocionar con, los cambios de ritmo; saber desarrollar por igual su parte más sensible o energética, o su capacidad para alargar los temas en el empeño de empatizar y/o cautivar al público. Un esquema magistralmente asimilado pero que en ciertos momentos quizás les haga mostrarse algo repetitivos.
Con esa maquinaria engrasada y controlando a la perfección la situación se sucedió parte de su repertorio; ya sea marcado por la rotundidad (Cigarette o Company of Thieves); la sinuosa senda de las raíces (Steppin’) o los ataques de adrenalina en cuanto a aceleración que suponen temas como Death Letter Jubilee, The Devil’s Creek, que además sirvió como punto final al concierto, o el auténtico desbarre sonoro que es Boogie.
Algo más oscuros y densos, que también es un ambiente al que le sacan muchísimo partido, se presentan en Pray On e incluso en la nueva Sometimes I Worry. La parte menos agitada, pero igualmente efectiva y sin descender en su contundencia, llegó de la mano de canciones como Chicago, una composición realmente lograda, o sobre todo la desgarradora Crazy, que supuso el punto álgido en cuanto a emotividad.
No se le puede poner ninguna pega al show que desarrolla la banda estadounidense, su asimilación del rock americano y su posterior puesta en escena en impecable, sólo sería achacable su aparente determinación de situarse en algo así como una “zona de confort” e invitarles a que se asomaran más a la hondura de los pantanos, pero no deja de ser un matiz muy subjetivo que no debe de empañar en absoluto la energía y calidad que desprenden estos chicos.
Fotografías: Lore Mentxakatorre