Podría parecer un trayecto sencillo y sin demasiadas complicaciones viales. Apenas 75 kilómetros entre la capital castellano-leonés y el coqueto pueblo zamorano que en circunstancias normales no lleva más de tres cuartos de hora cubrir. Sin embargo, en la pequeña gran historia de esta banda (joven en discografía a la vez que enorme en resultados) dicha ruta tiene un significado extraordinario. Un día, entre canciones y tragos, la tribu de la que forman parte, que no es otra que la de los músicos que acompañan a Nacho Vegas de ciudad en ciudad, a tres de ellos se les encendió una bombilla que encendería el trayecto del que ahora somos partícipes. Y además tuvieron la suerte de que su “jefe” no solo los apoyó sino que les escribió la nota de promoción que acompaña a su trabajo homónimo. El camino estaba allanado y no podrían haber empezado con mejor pie, solo faltaba ponerse a ello.

Ellos son los primeros en saber que a lo peor habitan (habitamos) en un Estado provisional y que las cosas pueden cambiar en cualquier momento. No serían el primero de esos grupos que cosechan excelentes críticas con su primer disco y que luego ven mermado su potencial creativo y su número de fans, pero sinceramente y visto lo visto, dudamos mucho que corran esa suerte. El suyo parece un imperio sólido, y en Las ruinas del otro, el que vivimos y padecemos día a día, que no es otro que el de la desolación cultural y la falta de recursos para hacerle frente, parecen recrearse con programaciones, teclados furiosos, una batería al galope continuo con César Verdú como implacable jinete y un bajo igual de trotón pulsado por un Edu Baos al que ha dejado de interesar seguir girando con sus ya ex compañeros de Tachenko y entregarse a la nueva causa en cuerpo y alma. Así es como se empieza a hacer la Revolución, con el empuje de la convicción y la preparación necesaria para convencer a amplias audiencias. León Benavente las han tenido de todos los colores, estilos y cantidades, y en todas hasta ahora han dejado poso. No fue esta una excepción.
Así, haciéndonos saber que debemos estar tranquilos porque Avanzan las negociaciones, intentan sonar Muy fuerte antes de que todo acabe y las complicaciones técnicas se alíen en su contra. Una caja desvencijada a la que costó lo suyo devolver al andamio percutor, una guitarra desafinada en el momento más inoportuno (la profesionalidad de Luis Rodríguez, el cuarto en discordia, lo solventó a base de chascarrillos y sudor secado a tiempo) y un bis que no lo es tanto introducen el coitus interruptus que supone la fusión de otra composición extraordinaria, Todos contra todos, con La palabra –la descripción cruda de un desamor transformado en despecho- y la desparramada Ser brigada, el momento en que el señor Boba enfunda guitarras y se lanza a la piscina humana sin trampolín ni bañador que valgan. Los que estamos abajo, admiradores, amigos o simplemente curiosos, descubrimos el verdadero significado de un verbo que aún no sabemos si está aceptado por la RAE: flipar. Con unos músicos vocacionales, que se dejan la piel defendiendo un proyecto en el que creen y que te hacen quedar con la sensación de que te dejan a medias en el momento álgido, el del clímax que hace tiempo que no alcanzas. Y te tienes que ir, contento pero pensando que no es justo, que bandas como esta son muy necesarias y que tienen que seguir tocándote (no sean mal pensados, pillines) donde más te gusta. Es como descubrir que en realidad lo que te gusta es eso, los amores fugaces y apasionados, sin ningún tipo de compromiso. Aunque, pensándolo bien, a León Benavente ya estamos unidos hasta que la suerte nos separe. Brindaremos porque eso no suceda nunca.
Por: J.J. Caballero.
Fotos: Raisa McCartney.