Si todavía hoy en día las portadas fuesen un reclamo a la hora de hacerse con un disco (hubo un tiempo en que sí lo fue), sin duda la elegida para ilustrar el último trabajo de John Hiatt hubiera cumplido ese cometido de manera más que satisfactoria. Además, en este caso el sombrero clásico y la desvencijada máquina de escribir que adorna este Terms of My Surrender es una metáfora exacta de lo que esconde en su interior: clasicismo y vuelta a las raíces.
Si quisiésemos alabar la figura de este músico norteamericano no nos haría falta remontarnos al pasado y citar por ejemplo Bring the Family, una de las obras capitales del sonido americano a lo largo de la historia, ya que el sexagenario intérprete sigue labrando una excepcional carrera en cada disco que publica. Al contrario que otros coetáneos, su labor no se dedica al recuerdo ni a los viejos éxitos, cada nuevo paso dado en el presente sirve para engrandecer un perfil que le consolida como un clásico en vida.
Terms of My Surrender significa un nuevo peldaño en ese recorrido, pero ni mucho menos uno cualquiera. Pongámonos en situación: los dos anteriores trabajos de Hiatt (Dirty Jeans and Mudslide Hymns y Mystic Pinball), bajo la supervisión en la producción de Kevin Shirley, habían optado por trabajar en el contexto de un rock americano standard. Ni mucho menos se trataban de trabajos fallidos, pero transmitían cierta sensación de estar moviéndose en un territorio (demasiado) cómodo para sus cualidades. Con este nuevo disco la decisión es, apoyado en su guitarrista de confianza Doug Lancio a los mandos, ceder la prioridad al sonido acústico y embarcarse en los orígenes y antecedentes del rock. Y qué manera de hacerlo.
El paso del tiempo deja sus huellas en la voz de Hiatt, cada vez se muestra más rasgada, más grave, aunque manteniendo ese tono tan característico. En vez de suponer esto un lastre en el desarrollo global del disco se convierte en virtud, dotando de una profundidad e intensidad a los temas que terminan por exponenciar sus emociones. Bajo esa voz construye, como suele ser habitual, historias en las que se mezclan lo cotidiano con lo divino, lo trágico con lo esperanzador y sobre todo el amor con su ausencia. La vida misma al fin y al cabo.
Una canción como Long Time Comin’, encargado de abrir el disco, cabalga entre el folk y el rock, sostenida sobre una curiosa percusión alterna una forma más desnuda con otra más instrumentada, creando una robusta y épica composición, una de esas que alguien como Springsteen lleva años buscando sin éxito. Baby’s Gonna Kick mantiene ese tipo de sonido, es decir, enmarcado principalmente en el rock americano, aunque ahora con gotas de blues, un género que aparecerá en una representación más aguerrida, con los ritmos de John Lee Hooker en la mente, en Nothin’ I Love.
El grueso del disco se dirigirá hacia terrenos más ancestrales donde predominará lo acústico. En su faceta más oscura se mostrará en Face of God, por medio de un sonido rural y arrastrado interpretado con una virulencia en su voz por momentos acongojante; Nobody Knew His Name opta por terrenos más sinuosos al estilo de Tom Waits y Here to Stay será un compendio de ambas. Un estilo más folkie, pero sin perder todavía esa intensidad, se abre paso en Wind Don’t Have to Hurry, bajo esa cadencia casi bélica tan típicamente Richard Thompson. Más melódico se mostrará en Marlene, esta vez con ecos de Leadbelly, y por medio de la canción que da nombre al disco, un blues acogedor y romántico, u Old People, en lo que adopta una forma de nana, muestra una cara más reposada.
John Hiatt ha optado con este Terms of My Surrender por regresar a las raíces del sonido americano, y lo ha hecho con toda la intensidad y profundidad posibles. Un disco que está llamado a ser parte de lo más granado y relevante en la carrera del norteamericano, y eso sólo es posible estando ante un álbum excelente, que precisamente es el caso.
Kepa Arbizu