Incluso a ciertos seguidores del blues el nombre de Big Bill Broonzy no les dirá gran cosa, aunque pertenezca a esa lista de músicos de gran calidad y que a base de cuajar una extensa y variada carrera se conformaron como destacados representantes del género. Algo semejante, aunque en diferente contexto, se puede aplicar al caso de The Blasters, banda formada por los hermanos Phil y Dave Alvin que en los años ochenta, y que por medio de excelencia, supusieron un revitalizador del sonido cercano al rock and roll.
A lo largo de la historia de la música no son una excepción los problemas y las divergencias en los grupos marcados por las relaciones familiares. Las desavenencias entre los Alvin también fueron moneda común, algo que ha tenido mucho que ver en que no hayamos tenido material nuevo grabado por ambos conjuntamente desde aquel ya lejano Hard Line, de mediados de los ochenta. A pesar de que en los últimos años ha habido acercamientos puntuales, no ha sido hasta este disco, dedicado a adaptar parte del repertorio del bluesman mencionado, cuando se han juntado en un estudio de manera firme. Así que estamos ante un trabajo que al margen de su aspecto artístico, deja la enseñanza de que la música es capaz de unir y/o superar muchas adversidades.
En los últimos años ha quedado demostrado que ambos mantienen un buen nivel; mientras que Phil ha continuado con el legado de la banda, Dave ha optado por una carrera en solitario, la que hace tres años tuvo su, hasta ahora, último capítulo con el brillante Eleven Eleven. Ahora, con este nuevo material, se disparaba la expectación por ver qué frutos daba dicha colaboración, y viendo el resultado final sólo se puede calificar de sobresaliente.
Para dar forma definitiva a este disco han contado con parte de la banda con la que trabaja Dave Alvin, The Guilty Ones, además de con el staff que tomó parte en su último disco, lo que significa también contar con el productor Craig Parker Adams y algunos de los músicos colaboradores. Junto a todo ellos están los dos hermanos, que al margen de su buena labor con las guitarras saben empastar y jugar con sus voces, donde una (sobria y profunda) sabe ocupar los lugares que la otra (nasal y más impostada) no puede abarcar y viceversa.
A la hora de recrear el legado musical del bluesman van a respetar su esencia, pero también lo encaminarán hacia la característica batidora de influencias relacionadas con las raíces norteamericanas que siempre han practicaso, algo que además pueden hacer, y a la perfección, ya que la obra de Broonzy es rica en ritmos y estilos, algo de lo que los Alvin se valen para todavía hacer más patente esa variedad y crear un gran dinamismo. Así por ejemplo sacarán todo el partido posible a las composiciones originales utilizando diversas tonalidades, que van desde el boogie al jazz-swing pasando por el rock and roll, para crear melodías pegadizas como las que transmiten All by Myself, I Feel So Good, Big Bill Blues o Tomorrow.
El sonido más aguerrido vendrá de la mano de temas como la contundente y punzante Southern Flood Blues, todo un arrebato sureño, o los acercamiento al blues de la escuela de Chicago, de hecho es la zona donde se desarrolló artísticamente el intérprete, a través de Just a Dream o You’ve Changed. Con Truckin’ Little Woman llega el momento de desmelenarse y mover los pies por medio de un rotundo rockabilly. En contraposición a ellas se encuentran esas canciones que optan por el lado más tradicional, y en buena medida acústico, como las campestres, pero bajo ritmos muy trotones, Saturday Night Rub o How You Want It Done?, o Key to the Highway, que se pasea por el Delta del Mississippi.
Common Ground es un disco que perfectamente puede servir para dar a conocer, o reivindicar, a un músico clásico pero carente de fama como Big Bill Broonzy; incuso hacer lo propio con la banda en la que militaron los hermanos Alvin, The Blasters, pero por encima de todo estamos ante un trabajo que se nutre de las raíces clásicas del sonido estadounidense para presentarlas con una energía y calidad envidiable.
Kepa Arbizu