Definitivamente Jack White se ha pasado al color azul para “decorar” sus discos en solitario. Evidentemente no deja de ser un elemento simbólico y aparentemente superficial, aunque como tal se pueden buscar conexiones con lo relativo a la parte musical, pero eso no quita para que sea significativo que haya dejado atrás las tonalidades rojizas que abundaron en su trayectoria con The White Stripes.
Si hay algo que ha resaltado a lo largo de la carrera del músico de Detroit es su capacidad para adaptar los viejos sonidos, en los que ha demostrado un control y conocimiento total, a los tiempos actuales y además ser capaz de hacerlo bajo un manto de alta calidad, lo que le ha capacitado para acercarse a un público tendente a la nostalgia del pasado como aquellos más inquietos por la novedad.
Toda esa ambición sonora que ha desarrollado en cada uno de sus proyectos (The White Stripes, The Raconteurs o The Dead Weather), como incluso en aquellos que ha tomado parte en papeles más externos, se manifiesta en su mayor expresión a través de sus discos en solitario. En ese sentido Lazaretto es una continuación, y agrandamiento, lógico de lo que nos mostraba en su anterior Blunderbuss. Eso quiere decir básicamente que mantiene esa caótica manera de no ser ajeno casi a ningún estilo musical para acabar llevando cada uno de ellos a un terreno totalmente personal. Uno de los detalles más significativos en ese proceso es la utilización del piano como elemento esencial a la hora de conformar sus composiciones, absorbiendo en parte el protagonismo habitual de las guitarras.
Esa dicotomía entre pasado y presente que cohabita en la figura de Jack White se va a hacer patente en este álbum desde el primer momento por medio de la adaptación que realiza del blues clásico Three Women Blues de Blind Willie McTell, titulado ahora Three Women, y que lleva por terrenos cercanos al hard rock, con reminiscencias a Led Zeppelín, donde la habitual fiereza de las guitarras cede su papel a los ya mencionados teclados. Algo que, por ejemplo, no sucede en la instrumental High Ball Stepper, un desbarre eléctrico que entronca más con el habitual sonido de sus The White Stripes. Esa parte más contundente del álbum se completa con temas como Lazaretto o That Black Bat Licorice, que abordan terrenos del hip hop, recogiendo influencias de Beastie Boys e incluso Rage Against The Machine.
Dentro de este catálogo estilístico que es Lazareto no faltan representaciones de entornos más ambientales-épicos como Would You Fight for My Love?, otra vez el piano como elemento vertebrador, o la demostración de la destreza de Jack White para las melodías en la pegadiza Just One Drink, una suerte de power pop con aroma a The Beatles. Pero una de las cosas más llamativas que contiene este trabajo es el acercamiento al sonido americano tradicional, abarcando desde Gram Parsons a The Rolling Stones, que lo hará con una atmósfera puramente campestre, como ese violín que suena a lamento y tierra, junto al apoyo vocal de Lillie Mae Rische, en Temporary Ground, o por medio de cadencias de vals, algo habitual en el género, ya sea en la sobria y bellísima Entitlement o en la brillantísima Want and Able. Un tema que sirve de colofón y también como resumen de las capacidades del músico, encargándose de todos los elementos, incluso llegando a doblar su propia voz, realizando un juego de tonalidades para recrear el formato dúo.
Jack White, como casi todos los genios, es difícil de abarcar, incluso de entender y a veces hasta de empatizar con él, pero por medio de un disco como Lazareto, evidencia bien a las claras un desbordante talento, incapaz de encerrarse en estilos ni formas concretas y donde vuelve a demostrar que su calidad viene de un conocimiento amplio de las raíces musicales que le permite hacerlas suyas y presentarlas de una manera inconfundible y exultante de calidad.
Kepa Arbizu