Seamos sinceros: ¿A cuántos de los que leen esto se les ocurriría pensar en seguir adelante como si nada hubiera pasado tras serles diagnosticado un cáncer irreversible? Tal vez a más de los que pensamos, pero claro, ninguno se llamaría Wilko Johnson ni habría militado en una banda que se hizo con el dudoso cetro de monarcas del pub-rock que atravesó el Reino Unido durante la dulce resaca setentera. Ni tampoco, obviamente, se le habría ocurrido asociarse con otro incombustible destroyer de gesto rotundo y garganta efervescente como el enorme Roger Daltrey. Si la historia de los Who parece que ya ha quedado reducida a esporádicos ejercicios de revival alimenticio, la del excelso vocalista va unos cuantos pasos más allá y parece trascender tiempo, espacio y estéticas. En efecto, una alianza indestructible, por mucho que el páncreas del guitarrista se empeñe en ceder a la terrible batalla.
Más datos: el dúo de sexagenarios se asocia con una banda sencillamente incombustible, no solo por las sobradas prestaciones demostradas en motores de alto octanaje como los de The Blockheads, The Style Council o The Dexys (Mick Talbot, el teclista habitual de Johnson en su última formación, es el nexo de unión entre estos dos últimos), sino porque transforman en dinamita cualquier rastro de pólvora que encuentran a su paso. Y en tan solo una semanita, oigan, que no han necesitado más para demostrar que las diferencias no solo las marcan los respectivos documentos de identidad y que este término jamás estará reñido con otro: caducidad. En definitiva, la sana costumbre de convertirse en eterno sin perder la cualidad de humano. Pero también podría añadirse la actitud, ya que es de eso de lo que se empachan en este impactante trabajo cuyo título mira a las raíces de las que se enorgullece un enfermo terminal en su penúltimo grito de rabia. Inteligente y ladino, sabe que en ciertos momentos no hay mejores aliados que los que han compartido mesa y salón con él aunque nunca hubieran coincidido en la misma estancia. Ya iba siendo hora, por todos los demonios.
Sin rehuir, más bien al contrario, de la base rhythm and blues que siempre ha cimentado su carrera, se marca unos guitarrazos de infarto en Some kind of hero y I keep it to myself que Mr. Daltrey se encarga de arropar con los mejores rugidos a los que ha sido capaz de llegar en mucho tiempo. Everybody’s carrying a gun (¿hay un título más expícito en cualquier discografía anterior o posterior?) ya sonaba demoledora cuando el bueno de Wilko capitaneaba a los Solid Senders, la banda que supo armar bajo las cenizas de Dr. Feelgood, pero unas cuantas décadas después encuentra en su armazón rockabilly un nuevo resquicio para impresionar; Keep on loving you se modela en una inesperada melodía soul, mientras que Ice on the motorway nos deja plantados justamente ante eso, ante una autopista abarrotada y eterna en la que abrirnos paso con unos neumáticos viejos y la carrocería recién pulida. Hasta hay un guiño al último trabajo que compartió con el “doctor”, un Sneakin suspicion aún más poderoso y eficaz. Para alucinar sin límite.
¡Ah! Que también hay baladas –o mejor dicho, momentos de mínima tregua- como Turned 21, pero las cosas vuelven a donde siempre debieron estar con una reversión del Can you please crawl out your window dylaniano (versión a su vez de un olvidado grupo vocal de los 60, los maravillosos The Vacels) que consigue hacernos dudar de nuestros principios, y ese es un verbo que los fieles de la sacrosanta congregación del tío Bob no solemos conjugar con frecuencia. Es lo que sucede cuando te encuentras de sopetón con un gancho de izquierda en la misma boca del estómago, que al recuperar el aliento solo tienes fuerzas para sentenciar: “Dadme más duro, mamones”. Eso es Going back home, y así hay que contarlo.
Por: J.J. Caballero.