El Fontanar, Córdoba, 23 de Mayo de 2014
Hay bandas, músicos, artistas o personajes que se convierten sin comerlo ni beberlo (y en la mayoría de casos sin quererlo) en una religión cuyos adeptos no admiten ni una pátina de duda en el barniz de su absoluta devoción. Y hay conciertos que se transforman en ceremonias religiosas, con los sermones tornados en dianas verbales y los coros de los feligreses transformados en cánticos de comunión entregada y ciega. Voces, oídos y corazones impulsados hacia el altar sin remedio, como si quedarse fuera del templo ya representara el pecado en su máxima expresión. Y claro, nadie quiere pasar por hereje en estos tiempos proclives a lo acomodaticio. Todo esto, fíjense, para describir de forma más o menos ostentosa lo que representa una banda de rock –sí, eso es básicamente lo que son- para miles de feligreses. Fe, esperanza y caridad en respuesta a lealtad, reafirmación y calidad. Una entente perfecta donde por encima de todo prima la confianza mutua: ambas partes, oradores y deidad, saben que el otro nunca falla.
Aún no ha terminado de despegar la gira de presentación del fabuloso Para todos los públicos y ya la maquinaria funciona a pleno rendimiento. Consecuencias de la experiencia y el poderío de unos músicos tremendos, que se dejan el alma en el estudio y a la intemperie, y de saberse bajo el mecenazgo de una personalidad única, bipolar y siempre a contracorriente: la del indescriptibleRobe Iniesta. Capaz de escupir sobre la mano que le da de comer solo un minuto después de haberla besado, su momento de gloria llegó hace bastante tiempo, cuando superó con mucho las pobres expectativas de un Rock transgresivo agreste y con un regusto a punk viciado de literatura y se postuló como el nuevo mesías de una juventud que ahora hacen suyas, forzadamente a veces, las andanzas intelectuales de su líder memorizando letras como las de Prometeo, Dulce introducción al caos o Entre interiores, por citar tres puntos distantes pero equivalentes en su impecable trayectoria. De su último tramo tiene en un altar, con toda la justicia del mundo, a dos de los movimientos que hicieron de La ley innata la obra maestra que aún es. El segundo y el cuarto, Lo de fuera y La realidad, conservando intensidad pero dispersando sus estrofas en el fragor de la fiesta. Ya se intuía tras un inicio entre contenedores proyectados sobre un escenario que invita a pensar en que su equipo juega en una división de honoris causa, con Iñaki ‘Uoho’ Antón (el aceite que engrasa el motor de Extremoduro, asegurado en cualquier viaje con una base rítmica sin fisuras) flanqueando a un Iniesta más flaco y guerrero que nunca y atacando un Extraterrestre que sirve de introducción al luminoso Sol de invierno y a la cruda Golfa, el primer gran momento de un set list que se empeña en seguir incluyendo muescas como So payaso, Salir, beber, Sucede y La vereda de la puerta de atrás para incrementar la peligrosidad de sus armas. A la vez, el bueno de Robe se repliega en los versos de Calle esperanza s/n y recuerda que es el mismo tipo que grita Puta en cuanto la ocasión lo merece.
Van transcurriendo los minutos y la cosa da para mucho más, pero sobre todo para pensar en el largo camino recorrido hasta aquí y en lo grande, enorme en momentos puntuales, que es la discografía del genio de Plasencia. Hasta el punto de que casi no recordábamos la impresionante Ama, ama y ensancha el alma o la confesional Standby, alma de aquel Yo, minoría absoluta en el que un cristo armado hasta los dientes proclamaba la llegada de una nueva era. Aunque nunca podremos olvidar un disco bíblico como Agila y los vientos de Buscando una luna, tampoco era tarde para que nos pusiéramos a repasarlos. Sin prisa pero con pausa, porque en este concierto no hay bises sino actos, y en el segundo aflora la vena literaria de su reciente entrega, la que late en un Poema sobrecogido (unos compases finales de punteos, improvisaciones e intercambio de papeles guitarrísticos absolutamente brutal) desprovisto de su vestidura flamenca, en ¡Qué borde era mi valle! (el tramo más directo y sin concesiones) y en Mama, con connotaciones completamente alejadas del amor maternal. Un Tango suicida atacado sin aderezos, Mi voluntad hecha añicos por enésima vez, una Locura transitoria pero generalizada que marca distancias con su cancionero anterior y finalmente El camino de las utopías al que aspira todo buen creyente en busca de la verdad. Por medio, don Roberto muestra al público parte de su nueva receta, aún sin título ni sabor definitivo, y el paladar lo degusta sin queja y con el ansia de quien repite plato sin signo alguno de hartazgo.
Mientras existan guías espirituales de este calibre, ¿a quién le pueden importar cosas como la anarquía, la inconstancia y el distanciamiento, males que aquejan periódicamente a una figura enjuta, combativa y superdotada que se mantiene al pie del cañón creando sus mejores obras después de casi treinta años? A nosotros no. Que levante la mano quien tenga algo que objetar.
Por: J.J.Caballero.
Fotos: Raisa McCartney.