Matthew E. White (Richmond, Virginia, 1982) se encomienda a su propio instinto. Alto, de cabello largo, barba y gafas, parece un hippie del barrio de Haight-Ashbury -en San Francisco- . Al verle, podríamos transportarnos hasta 1970 o 1990; décadas, en las que el poliamor era una práctica entre habitual e insólita para los habitantes del citado vecindario. White se presenta con educación y un volumen de voz escaso tras terminar la prueba de sonido en el Teatro Lara de Madrid. El trámite pre concierto nos ha dejado a los allí presentes con la boca abierta. El sonido de su banda es contundente: “Es una cuestión ser instintivo, de saber lo que uno quiere y de saborear el sonido. Creo que es algo que vino solo, después de mucho trabajo. Ya sabes, es como cuando te sientas a escribir un artículo. A veces, las cosas salen por instinto a causa de haber escuchado durante toda una vida mucha música. Y cuando lo descubres, de pronto tu vida se vuelve más fácil. Los instrumentos, prácticamente, suenan con su sonido natural porque apenas hemos utilizado efectos. Trato de hacer mi música de una manera sencilla”. Sí, pero efectiva. Tanto es así que una de las personas que se encuentran en el patio de butacas no se puede contener y habla de lo que hace Matthew como ‘sonido guiri’; que viene a ser una mezcla de ensayar como si lo fueran a prohibir, tomarte el trabajo muy en serio y escuchar cada nota de las canciones para matizarlas o reforzarlas.
Big Inner, su primer LP publicado en agosto de 2012, ha salido bajo el manto de su propia discográfica: Spacebomb Records. Aunque tras las buenas críticas, llegó la oferta de Domino –la casa de Stephen Malkmus, Austra, The Magnetic Fields…- para publicar su álbum en enero de 2013. El debut de White, es como un álbum de fotos en el que ir descubriendo la música que ha paseado por sus oídos: “Era importante para mí transmitir en el disco todo lo que había escuchado en el pasado y comprobar que funcionaba. Lo que más he escuchado ha sido música tradicional americana, blues, rock & roll, góspel, jazz, New Orleans, R&B, soul… Todos los artistas de esos géneros, como por ejemplo Robert Johnson, Stevie Wonder, Ray Charles o Fast Domino son los verdaderos maestros. Gracias a su música he tratado de investigar y extraer cuáles eran sus orígenes. Como por ejemplo, la música jamaicana o la brasileña. Mis hábitos de escucha tienen más que ver con los sonidos tradicionales y creo que eso se nota en el disco. El álbum no está grabado demasiado alto y cada una de las partes se entiende. Los maestros que cité antes son, realmente, mis héroes. Gente que no tiene demasiados artificios”.
Entre esos maestros de los que habla, también está el idolatrado Caetano Veloso y Jorge Ben. La influencia de estos dos artistas pertenecientes a la música brasileña, se ha reflejado en los arreglos del disco y en una manera de cantar susurrada: “Los brasileños son desvergonzadamente buenos en la música; en todos los aspectos: letras, arreglos, melodía… Tienen una manera muy interesante de mezclar su histórico sonido folk con unas letras y unos arreglos muy modernos. Y creo que este es el mejor ejemplo de lo que significa hacer música porque no tienen reparo en experimentar. Mezclan su mirada hacia el futuro, como la electrónica, con su historia y sus tradiciones. Es una música dura y difícil en el mejor sentido de la palabra. El rock & roll a veces tiene esa actitud de despreciar aquello que es demasiado bueno por ser bueno. Hay algo primitivo, oriental y psicodélico en la música brasileña”.
En el disco, también colabora Trey Pollard. Arreglista, músico de White -en estudio y en directo- y uno de los productores que está renovando el sonido country. Pollard le está quitando chorus al asunto para hacer que suene, simplemente, bien. Entre los artistas que han pasado por su estudio están Schuyler Fisk y Bryce McCormick (dos nuevas esperanzas para el country); aunque también ha trabajado con Helado Negro, un artista de origen ecuatoriano que fue una de las revelaciones del indie estadounidense en 2013. Pollard y White crecieron en el mismo lugar, Richmond: “Nos conocemos desde hace tiempo pero nunca habíamos trabajado juntos. Le respeto tremendamente. Es un regalo que él se convirtiera en músico. Y creo que gracias al disco, nos hemos unido más”. Quizá, por eso Matthew reivindica su denominación de origen como causa de quién es. Al este de Estados Unidos, la Capital del Estado de Virginia no ha destacado por sus celebridades musicales. Pero, cabe destacar por su longevidad al grupo Gwar; formado en 1984, son como Lordi – aquel grupo finlandés que ganó Eurovisión en 2006 – pero en versión americana y con unos disfraces mucho más Serie B.
La personalidad del artista es un tema complicado. Se puede aventurar que el escenario es la máscara del tímido y el remanso de paz para el inquieto. Una dicotomía de la identidad sobre la que Matthew habla: “Bueno, lo realmente complicado es que no haya diferencia entre el personaje que se sube a tocar a un escenario y la persona. Me gusta pensar en términos cinematográficos. Cuando uno escribe películas, realmente está escribiendo sobre una historia y sobre un personaje de ficción. Sin embargo, en la música, creo que los autores estamos más confundidos y pensamos que la persona sobre el escenario es el personaje y el disco, es ficción. Y en realidad es solo que estamos contando historias. Lo que pasa es que a veces la diferencia entre persona y personaje es difusa. El desafío es comunicarse y, con suerte, hacer lo mismo con la música retratando situaciones. Si no hay verdad en el trabajo, los conciertos pueden convertirse en una pasarela de moda. Solo estamos aquí una vez en la vida y creo que la música ayuda a documentar lo que sucede”.
Por: Mary Purple.