La figura de Lydia Loveless es el perfecto ejemplo de la personificación, aplicado siempre a cuestiones musicales, de esa mezcla entre tradición y modernidad. Con tan sólo 23 años, Somewhere Else significa el tercer disco (sin tener en cuenta su EP publicado recientemente) en su carrera y otro ejemplo, con sus matices específicos, de que en su forma de interpretar conviven los sonidos clásicos americanos con un temperamento rock. Una condición que puede encontrar algo de explicación en el aspecto genealógico, ya que pasó parte de su juventud en un pequeño pueblo rural y religioso además de la influencia de un padre siempre ligado al mundo de la música.
El nuevo álbum de la norteamericana es en líneas generales continuista respecto a sus predecesores en cuanto a su idea musical, pero también hay una característica que llama la atención en él y es que su sonido parece más asentado en el sonido rockero, prescindiendo de esa presencia de ritmos tradicionales que hasta ahora hacían que su propuesta contara con la baza de cierto dinamismo. En contraposición, en estas nuevas canciones se aprecia una robustez y estabilidad que trasluce el nivel óptimo en el que se encuentra su banda, en la que encontramos entre otros a su marido, el bajista Ben Lamb.
Es habitual ver las composiciones de la cantante plagadas de lamentos y quejas en cuanto a las relaciones amorosas y la imposibilidad de encontrar la estabilidad en ese aspecto. Para no romper la tradición, Somewhere Else sigue insistiendo en agrandar e investigar esas turbulencias, lo que acompañado de un sonido más crudo llega a dar forma a un auténtico lamento musical, algo que no significa necesariamente que de cómo resultado un disco lánguido.
La presencia de un recio sonido de las guitarras con un claro regusto americano pero chirriando con rabia casi punk, una mezcla al estilo de bandas como Lucero, queda demostrado desde el primer momento en la trepidante Really Wanna See You o posteriormente en la, algo más sosegada, To Love Somebody. En Wine Lips jugará más con la emotividad, sobre todo construyendo un pegadizo y bello estribillo donde toma peso el contrapunto de la segunda voz que aporta el guitarrista Todd May. Más melódica se va a mostrar en la versión que hace de They Don’t Know, de Kirsty MacColl, llevándola a terrenos rockeros pero siempre manteniendo ese tono pop de la original.
La aparición de elementos más clásicos del sonido country, en este caso relacionado sobre todo con el uso del slide, coincide con el incremento de dramatismo y se hace patente en temas como las dolientes Chris Isaak (de nuevo utiliza el nombre de un músico como título tras aquel Steve Earle), Verlaine Shot Rimbaud (¿puede haber un ejemplo de relación amorosa más dañina que la de los dos poetas franceses?), Somewhere Else o Hurts So Bad, un auténtico torbellino de sentimientos, en los que se asoma a las formas de Lucinda Williams.
Somewhere Else supone, a pesar de lo arriesgado de la afirmación por la joven edad de su creadora, un disco rotundo y que establece unas sólidas pautas de su sonido. Quizás se pueda echar en falta en un primer momento esos toques de sonidos de raíces, aquí presentados de forma más difuminada, que imprimían un color más variado al conjunto, pero viendo el resultado final uno no puede más que congratularse por la robustez y emotividad que desprende este disco.
Kepa Arbizu