Llega Septiembre, y con él la vuelta a una rutina repleta de trabajo, en el caso de aquellos afortunados que aún lo conserven, cosas por hacer, madrugones y, como no, los siempre indeseables atascos de entrada a la gran ciudad que nos anuncian once meses de compromisos ineludibles que no siempre serán de nuestro total agrado por desgracia.
Llega Septiembre, el mes que da comienzo a una nueva temporada musical, repleta de novedades discográficas, noches de conciertos y fiestas que acabaran una vez más al alba, demostrándonos que aun somos jóvenes y que siempre hay motivo para esbozar la mejor y más franca de nuestras sonrisas.
Llega Septiembre, con todo lo bueno y todo lo malo que dicho mes representa, y con él vuelva un año más, y ya son cinco, “El Giradiscos”, nuestro pequeño rincón en el ciberespacio que después del período vacacional retoma su actividad con el más ambicioso de los objetivos posibles. Dicho objetivo no es otro que volver a pasarlo bien y hacerlo pasar bien a nuestros lectores hablando de la mejor música, tanto nacional como internacional, del panorama actual.
Pocas son las novedades que anunciamos para el presente curso, esa es la verdad. Si acaso podemos prometer que trataremos de estar al píe del cañón en lo que a la mejor información se refiere, siendo el principal objetivo que nos planteamos el de traer las noticias y entrevistas más concisas y elaboradas posibles, en la línea de lo que es nuestro estilo, pero yendo un paso más allá que hasta ahora, con el claro objetivo de saborear las cosas con el respeto y calma que merecen, alejándonos de la bola de información que parece devorarnos, convirtiendo la red en un pozo de información sin fondo y en muchos casos sin interés ni contenido de un valor real.
Frente Cumbiero son una joven formación de origen colombiano que, dirigidos por el compositor Mario Galeano, rastrean en sus grabaciones la evolución geográfica y formal de la cumbia instrumental en Latinoamérica. De las raíces a las mutaciones urbanas de la cumbia villera, pasando por la chicha y los injertos psicodélicos, sus hipnóticos brebajes son una de las aportaciones más reconocidas de la intensa red de nuevos arqueólogos de la música popular latinoamericana que está operando a lo ancho del globo.
Munster Records, a través del subsello Vampisoul, se ha encargado de editar en nuestro país su impresionante alianza sonora con el músico y productor guayanés Mad Professor, alumno del legendario Lee Perry y uno de los principales renovadores del dub a partir de la década de los ochenta. De ese disco extraemos la pieza Cumbietíope para abrir nuestro playlist. Con una advertencia: se trata de la cumbia original limpia, sin el proceso de producción y remezcla dub que, a cargo de Mad Professor, puede localizarse dentro del mismo álbum.
Desde la publicación de su primer disco, en 1977, The Clash dejaron claro que su propuesta iba mucho más allá del punk rock de combustión rápida que parecía demandar su contexto. Que en aquella grabación releyesen el Police And Thieves de Junior Murvin, una sedosa producción del jamaicano Lee Perry, fue sólo la piedra de toque de la torrencial exploración, asimilación y filtración sonora que estaban a punto de emprender. “London Calling” (1979), una caldera de sonidos que iban del latido caribeño al rockabilly, del jazz swing al rock de combate y de la música disco al soul, fue su forma de sacar al punk de la encrucijada en que se había metido, preso de sus limitaciones. Con “Sandinista!” (1980), un imperfecto e inabarcable collage de apuntes sonoros, optaron por expandir aquella investigación hasta límites imposibles. Tanto que cuando llegaron a “Combat Rock” (1982), ya heridos de muerte, tuvieron que conformarse con construir un álbum basado en una calculada recapitulación de ideas previas. Fue en este punto cuando grabaron Rock The Casbah, la primera de sus canciones en escalar los charts estadounidenses.
Se trata de un single que parece dar en la diana casi sin esfuerzo, directamente facturado para alcanzar el éxito: una infecciosa fantasía disco-arábiga, con líneas de piano y bajo cargadas de groove, en respuesta a la entonces reciente prohibición del rock’n’roll en Iran por parte del Ayatolah Jomeini. Al tratarse de una de las canciones más conocidas de The Clash (y que partía de una idea inicial de su batería, Topper Headon) hoy preferimos detenernos en la versión remix destinada originalmente a rellenar la cara B de su versión en 12”.
Mustapha Dance está directamente inspirada en los sonidos dub que Joe Strummer y el resto del grupo mamaron en el Roxy, local de Portobello Road famoso por las sesiones caribeñas del disc-jokey Don Letts. Aunque no se trata exactamente de una pura reconstrucción dub, conserva todos los elementos del estilo jamaicano: el grueso subrayado de la sección rítmica, la eliminación de gran parte de la letra y el expresivo uso del eco. Localizable en la antología de rarezas “Super Black Market Clash” (1994), resulta uno de los experimentos más estimulantes de la última época del grupo.
Si pensamos en ciudades de los EEUU que nos despierten jugosos recuerdos musicales, Detroit se revela como destino ineludible. La ciudad del motor es sinónimo de high energy y garage, pero también la cuna de una fecunda escena techno que emergió en paralelo al despegue de la década de los ochenta. Y por encima de todo, es la ciudad de Motown: la gigantesca casa de los éxitos soul – pop fundada por Berry Gordy Jr en 1959.
No vamos a detenernos ahora en la importancia que tuvo Motown en el devenir de la música pop. Basta con recordar que, siguiendo la estela del sello, surgieron multitud de pequeñas discográficas ocupadas en explotar el filón del R&B y la chispeante negritud que caracterizaba al proyecto de Gordy. Una de esas etiquetas fue Fortune Records, la disquera para la que el adolescente Nathaniel Mayer grabaría en 1962 su exitoso Top 40 Village Of Love, una pieza de fiiación doo wop que ensombrecería injustamente al resto de su poderoso repertorio.
Capaz de moverse con la misma soltura tanto en el terreno del soul rijoso como en el R&B más áspero y mugriento, su carrera estuvo marcada por inexplicables décadas de silencio: desapareció misteriosamente a finales de los sesenta tras haber editado un puñado de singles, reapareció fugazmente a principios de los ochenta y regresó a escena en 2002, acompañado en primera línea de fuego por una nueva generación de fans ilustres. La rehabilitación tardía de Mayer por parte de bandas como Black Keys, Dirtbombs u Oblvians fue posible, no obstante, gracias a la existencia de candentes rescoldos previos. Un vivo ejemplo es su versión de Summertime (1963), el ineludible estándar de los hermanos Gershwin, que en menos de tres minutos encapsula todos los registros del vocalista, servidos a través de un irresistible acompañamiento de garage soul.
Millie Small puede parecer una nota a pie de página en la historia de ese gigantesco laboratorio de sonidos que es la música jamaicana. Sin embargo, le bastó un único éxito para abrir unas puertas enormes de cara a la popularización del reggae y sus subgéneros en Reino Unido, primero, y más tarde en EEUU y el resto del globo. Ese éxito millonario y meteórico, grabado cuando Millie era apenas una adolescente, se llamó My Boy Lollipop (1964) y pronto se convirtió en obligado combustible en las fiestas (allnighters) del movimiento mod en Europa. Si bien la canción terminó eclipsando al resto de su repertorio, en ella convergían de forma eficaz todos los ingredientes de su particular estilo: una sencilla pero adictiva combinación de ska y R&B, barnizada con influencias procedentes de las girls groups y la música chicle.
Hoy, sin embargo, recordamos una pieza relativamente oscura de su catálogo. Se trata de Be My Guest, canción original de Fats Domino e incluída en el álbum de versiones del artista de Nueva Orleans que Millie editó en 1965. La elección de Fats Domino como músico a homenajear no fue gratuíta. En su esencial construcción de puentes entre el R&B y el rock’n’roll, Domino legó unos cuantos patrones rítmicos que serían aprovechados en la evolución del ska jamaicano, tal y como se puede comprobar en esta pegajosa relectura de la joven Millie.
A lo largo de más de cincuenta años de carrera, Jackie DeShannon parece haber transitado por todos los caminos de la música pop, compuesto para todo el mundo, cantado junto a los mejores… pero sigue cargando con la agridulce etiqueta de artista de culto. Le tocó ser mujer y músico todo terreno en el epicentro de los sesenta, cuando las artistas femeninas apenas lograban ser otra cosa que compositoras en la sombra o intérpretes. Y ella se escurría entre todas las categorías. Tal vez porque no encajaba en ningún compartimento estanco, se tuvo que conformar con una modesta colección de éxitos, y sin embargo hoy encontramos su eco en los rincones más insospechados. En los créditos de canciones de Irma Thomas, The Byrds o Brenda Lee; formando equipo compositivo junto a Jimmy Page; armando repertorio propio que salta del pop adolescente al country, y del country al soul blanco; interpretando la primera versión encapsulada del Needles & Pins de Jack Nitzsche y Sonny Bono, y la primera del What The World Needs Now Is Love de Hal David y Burt Bacharach.
De entre su inmensa producción, hoy seleccionamos una de sus colaboraciones junto a Jimmy Page, quien por entonces (1964) rentabilizaba su talento como músico de sesión, antes de su célebre entrada en las alineaciones de Yardbirds y Led Zeppelin. Se titula Don’t Turn Your Back On Me y es una luminosa canción de autoría propia, caracterizada sobre todo por su anticipación: la fantástica guitarra acústica de doce cuerdas que suena en el tema, a cargo de Jimmy Page, conduce el aire Supremes de la pieza hacia el futuro terreno del folk-rock, antes de que dicha etiqueta fuese universalizada por The Byrds.
“Se dice que en la década de los cincuenta quince mil grupos vocales negros grabaron al menos un disco. No sé si es cierto; la primera vez que vi esa cifra se me salieron los ojos. El punk la hizo creíble”. La cita pertenece al crítico cultural Greil Marcus, y bien podría aplicarse al torrencial fenómeno, corriente, llamémosle como queramos, de las girl groups, a caballo entre las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo: conjuntos pop formados por chicas, conjuntos pop con chica al frente, o intérpretes adolescentes que armonizan de forma conjunta. Aún con antecedentes, el boom estalló de forma generalizada a principios de los sesenta; en parte gracias a las estruendosas producciones diseñadas por Phil Spector, en parte gracias a la fábrica de éxitos en cadena focalizada en el edificio Brill Building de Nueva York, y en parte gracias a la sección femenina del sello Motown de Detroit.
Hubo toda una primera división que todavía, leída de corrido, hace salivar: Ronettes, Crystals, Shangri-Las, Martha Reeves & The Vandellas, Supremes, Shirelles, Marvelettes. Y justo por debajo, una corriente subterránea imposible de censar, compuesta por toneladas de grupos efímeros cuyas carreras duraron lo que dura un single reproducido por las dos caras. Uno de esos grupos fueron los ignotos Tammi & The Bachelors, de quienes poco se sabe: eran de Duluth (Minnesota), registraron una única referencia y hoy sólo se les puede rastrear a través de recopilatorios como “Girls In The Garage”, de cuyo segundo volúmen hemos rescatado esta fabulosa canción de idilios veraniegos. La desconocida Tammi canta, y su agradable combo la acompaña desde el fondo del garaje. Perfecta y breve. Tan breve como fueron, seguramente, sus sueños juveniles de estrellato.
The Tornadoes / Phantom Surfer / 1964 –
En El Sonido De La Ciudad, su voluminoso tratado sobre rock, el crítico inglés Charlie Gillett definió la música surf como “un desarrollo del rock’n’roll que usaba varias guitarras discretamente amplificadas, para generar un ritmo contagioso aunque interpretado tranquilamente”. Surgida en la Costa Oeste californiana a principios de la década de los sesenta, esta variante supuso, en realidad, la adaptación del rock’n’roll más o menos primitivo a las particularidades estéticas de la joven cultura surf instalada en aquella zona. El avanzado guitarrista Dick Dale, al frente de sus Del-Tones, otorgó al estilo gran parte de los rasgos que hoy aceptamos como sustanciales (empleo del reverb y frenesí en la técnica de la púa-contrapúa, básicamente), mientras que la incorporación de voces a una corriente originalmente instrumental posibilitó el añadido de un limitado pero eficaz imaginario lírico: chicas, olas y coches.
La elección surf para este listado es una rareza en muchos sentidos. Se trata de una canción de The Tornadoes, grupo de Redlands (California) esencialmente orientado a la música instrumental, pero que presenta aquí una fabulosa pieza cantada. Originalmente relegada a Cara B de su exitoso single Bustin’ Surfboards (recuperado treinta años después por Quentin Tarantino para la banda sonora de Pulp Fiction), Phantom Surfer es un extraño caso de composición surf mística, impregnada de una conseguida atmósfera espectral. Es Gerald Sanders, su bajista, quien se encarga de aportar la elegante pista vocal, aunque recomendamos prestar atención tanto al exquisito interludio de guitarra como al saxo que serpentea a lo largo de todo el tema.
Se podría construir un único playlist con canciones de The Kinks que tuviesen el verano como telón de fondo… y casi todas compartirían una profunda carga de pesimismo: para Ray y Dave Davies, las vacaciones estivales son el síntoma de las promesas rotas y el aburrimiento terminal, aunque a menudo nos llegasen envueltas con celofán del Swinging London.
Si picoteamos en su gruesa discografía, lo inmediato es hacer parada en Sunny Afternoon (1966), la primera canción en la que Ray Davies aplicó su fórmula para diseñar una obra maestra: melodías levemente optimistas que envuelven letras cargadas de cianuro. En esta ocasión, dibujando el retrato de un aristócrata decadente que se marchita bajo un sol de justicia. Tirando del hilo llegamos hasta Holiday (1971), su reverso working class: en este caso, es un pobre parado el que aletarga en la playa, quemándose la espalda ante un mar que es como “una cloaca abierta”.
Hoy regresamos a su primera época para rescatar Wait Till The Summer Comes Along (1965), composición original de Dave Davies que no ofrece una perspectiva mucho más halagüeña: el invierno como interminable desierto, y un verano en el que apenas se vislumbra un fugaz paréntesis de felicidad.
Tras abandonar la formación original de Los Brincos, Juan Pardo y Antonio Morales Junior levantaron el tándem compositivo que mejor definió la esencia del sunshine pop en nuestro país. Sin embargo, todavía eclipsado por el éxito de Anduriña, su exiguo legado (doce canciones) se mantiene semioculto, aguardando un acto de justicia poética que reubique su rompedora propuesta sonora. Juan y Junior se movían en el terreno de las orquestaciones elegantes y las armonías cuidadosamente trenzadas, importando el modelo californiano de la época en una música que destacó, ante todo, por la rotunda diafanidad de sus producciones.
Una romántica escena playera es, como no, el telón de fondo de Bajo El Sol, tal vez la canción que más méritos atesora para ser aislada de su repertorio y ocupar un espacio destacado en nuestro playlist. En primer lugar, porque pertenece a esa infinita categoría de temas fantásticos relegados a la ingrata posición de cara B de single (Nos Falta Fé ocupaba la cara A), táctica habitual en formaciones que pasan por un período de creatividad especialmente inspirado. Pero también por tratarse de un extraordinario ejemplo de freakbeat español, construido en indiscutible pie de igualdad con respecto a sus referentes sajones. No podemos dejar de destacar, pues, la característica guitarra que, a cargo de Miguel Morales (hermano de Junior), inyecta fuzz a lo largo de todo el tema.
Como Phil Spector, Brian Wilson o Gary Usher, Lee Hazlewood explotó su talento dentro de los anchos límites del estudio de grabación. O digamos, con mayor propiedad, que él contribuyó a anchearlos, buceando a fondo en las posibilidades técnicas de la época. Fue también, como podemos comprobar a través de sus grabaciones junto a Nancy Sinatra y sus infravaloradas aventuras en solitario, un excelente compositor y vocalista de elegante barítono.
Tres logros demarcan su carrera. En primer lugar, la autoría del influyente sonido twang (metálico, reverberante) desarrollado por el guitarrista Duane Eddy desde finales de la década de los cincuenta. Por su importancia en el devenir de la música pop, más seminal aún puede considerarse su condición de maestro de Phil Spector: fue Hazlewood quien enseñó al productor neoyorquino los secretos del eco y la mezcla de sonidos, lo que a su vez nos da la medida de su peso específico en la trayectoria de Brian Wilson y otros célebres spectorianos declarados. Por último, su faceta más conocida por el gran público: trabajador a sueldo del sello Reprise a partir de 1965, donde se convirtió en pigmalión de Nancy Sinatra y edificó para ella rotundos números pop como These Boots Are Made For Walking o Summer Wine.
En el modelo implantado por Hazlewood en sus dúos junto a Nancy convergen muchas constantes de su sonido: las orquestaciones satinadas y atmosféricas, los contrastes vocales erotizantes, y una versión sofisticada de los sonidos norteamericanos de raíces. La canción seleccionada para este playlist pertenece a su álbum conjunto “Again” (1971), y describe, como podemos imaginar, la postal idílica de un encuentro amoroso en París. Una idea a priori no muy original, pero de magnéticos resultados.
Persiste el misterio acerca de cómo Jonathan Richman, un joven obsesionado por Velvet Underground que terminó siendo una mezcla imposible entre Maurice Chevalier, Lou Reed y Marty Robbins, consiguió integrarse en pie de igualdad en la ruidosa primera oleada del punk. Él, tan poco beligerante; un músico con fachada de niño bien que en su álbum debut junto a los Modern Lovers (1976) había escrito electrizantes pero cándidos temas de garage sobre el deseo de tener novia, para poder ir con ella al museo y contemplar juntos cuadros de Cézanne. El mismo Jonathan Richman que, desubicado temporalmente, cantaría en el futuro a los envoltorios de chicle, a los carritos de helados y al abominable hombre de las nieves. Sólo él podía haber sido víctima de la enorme broma de conseguir su único éxito internacional con un disparatado instrumental reggae (y acústico) ambientando en Egipto.
Una guitarra con ascendiente arabesco, un golpe de gong y la percusión imitando el trote de un ¿camello? es lo único que necesita Jonathan para hacernos entrar en ambiente. Por lo demás, se trata sólo de mantener el groove durante dos minutos y medio, y servirlo como cara A de single. Sucedió en 1977, mientras The Clash, a cinco mil kilómetros de distancia, fantaseaban con la idea de ver un Londres envuelto en llamas.
Lloydie Campbell y Boasy James fueron el más paradigmático resultado de la explosión de la música vocal en Jamaica, y de cómo ésta se tiñó, en el puente entre los años cincuenta y sesenta, con las sonoridades propias de la isla caribeña. Facturaron sus primeros singles bajo la batuta del productor Coxone Dodd, pronto convertido en leyenda reggae gracias a su gestión en los estudios / disquera Studio One, y que se encargó de arroparles con una banda de confianza: los mismos City Slickers, precursores de los Skatalites, a quienes podemos escuchar en este lumínico y cadencioso There Is Always Sunshine.
Su estilo no tardaría en forjarse en tierra de nadie, lo que imposibilitó que alcanzasen un auténtico y merecido reventón comercial. Muy deudores del R&B y el soul, el dominio de los explosivos Sam & Dave en EEUU abortó su introducción en territorio norteamericano, mientras que su refinada ejecución del ska chocaba con los sonidos primitivos que alimentaban los sound systems jamaicanos. Esta hibridación, sin embargo, puede considerarse hoy como una parte esencial de su encanto. El hechizo no pasó desapercibido para todo un Sam Cooke: el soulman de Misisipi no dudaría en reclamarles para que le flanqueasen en una serie de conciertos isleños, extendiendo así la más honrosa carta de recomendación posible.
Nota: A continuación os adjuntamos una lista abierta de Spotify en la que podréis disfrutar de estos magnificos cortes.
http://open.spotify.com/user/ 113199253/playlist/ 6aLQpynZNlmC4teJPaCwwu
Intro: Javier González/javi@elgiradiscos.com
Texto y selección de canciones: Carlos Bouza.
Nota: A continuación os adjuntamos una lista abierta de Spotify en la que podréis disfrutar de estos magnificos cortes.
http://open.spotify.com/user/
Intro: Javier González/javi@elgiradiscos.com
Texto y selección de canciones: Carlos Bouza.