Mark Lanegan puede abrir claros de hasta ocho años entre sus proyectos en solitario, pero no suele pasar más de una semana sin que tengamos noticias de una nueva colaboración con músicos afines. El problema de su apretada agenda paralela es el riesgo de solapamiento: resulta difícil seguir su rastro en los créditos de tantos discos, por lo que corremos el peligro de dejar escapar alianzas, cuanto menos, seductoras. Pienso ahora en su temporal coalición con Soulsavers, “It’s Not How Far You Fall, It’s The Way You Land” (2007), pero también en la reciente grabación compartida con el multiinstrumentista inglés Duke Garwood.
“Black Pudding” es la materialización de un viejo deseo del imponente vocalista de Washington: registrar un disco a medias con uno de sus músicos favoritos, tras llevárselo de telonero en su gira acústica de 2010. El resultado no sorprenderá a los fans con el pie cambiado. Estamos ante otra de sus conocidas excavaciones en terreno blues, gobernada por su voz granulosa y el habitual tejido acústico de sus discos pre – “Bubblegum” (2004).
Es Garwood, mano a mano con Alain Johannes (Eleven, Queens Of The Stone Age), quien se encarga de espesar progresivamente ese fondo sonoro, completando un álbum de asimilación lenta e impresionante construcción ambiental. El fúnebre corte inicial, sin más abrigo que la guitarra de Garwood, marca el tono de todo el disco, pero no nos advierte del gradual despliegue instrumental que comenzará a empujar la grabación a la altura de “Mescalito”: una sutil malla de cajas de ritmos, drones de violín o melotrón, pianos disonantes o teclados de funk sintético que rematan un tapiz noir cuidado al milímetro, obviamente alejado de lo que podríamos confundir con un posible capricho entre amigos. Al contrario de lo que sucedía en sus escapadas junto a Isobel Campbell o Greg Dulli, fijadas en discos que acaso no terminaban de explotar, el Lanegan de “Black Pudding” se resiste a ser rápidamente archivado, por hondura y riqueza sonora.
“Black Pudding” es la materialización de un viejo deseo del imponente vocalista de Washington: registrar un disco a medias con uno de sus músicos favoritos, tras llevárselo de telonero en su gira acústica de 2010. El resultado no sorprenderá a los fans con el pie cambiado. Estamos ante otra de sus conocidas excavaciones en terreno blues, gobernada por su voz granulosa y el habitual tejido acústico de sus discos pre – “Bubblegum” (2004).
Es Garwood, mano a mano con Alain Johannes (Eleven, Queens Of The Stone Age), quien se encarga de espesar progresivamente ese fondo sonoro, completando un álbum de asimilación lenta e impresionante construcción ambiental. El fúnebre corte inicial, sin más abrigo que la guitarra de Garwood, marca el tono de todo el disco, pero no nos advierte del gradual despliegue instrumental que comenzará a empujar la grabación a la altura de “Mescalito”: una sutil malla de cajas de ritmos, drones de violín o melotrón, pianos disonantes o teclados de funk sintético que rematan un tapiz noir cuidado al milímetro, obviamente alejado de lo que podríamos confundir con un posible capricho entre amigos. Al contrario de lo que sucedía en sus escapadas junto a Isobel Campbell o Greg Dulli, fijadas en discos que acaso no terminaban de explotar, el Lanegan de “Black Pudding” se resiste a ser rápidamente archivado, por hondura y riqueza sonora.
Por: Carlos Bouza.