Si John Lennon regresara de ese idílico campo de fresas en el que yo le imagino desde aquel fatídico ocho de diciembre de 1980, caería rendido ante la frescura y sinceridad que ofrece cada página de este libro. Se atusaría bien esas redondas lentes con las que el mundo entero le recuerda y se deleitaría descubriendo las historias de una serie de personajes reales, “minúsculos”, tal y como los define el propio autor, “pero que, al mismo tiempo, son capaces de llevar a cabo grandes hazañas diarias”.
Para empezar, el de Liverpool no podría reprimir su sorpresa al descubrir la sorprendente historia de los Custodios de Lennon, uno de los trece relatos que se incluyen en esta obra de Alex Ayala, periodista vitoriano afincado en Bolivia desde hace varios años.
En las trece primeras páginas del libro se nos presenta a un pequeño grupo de jubilados cubanos que, día y noche, se encargan de vigilar a un Lennon de bronce, sentado en uno de los bancos del parque de El Vedado, en La Habana. El británico esbozaría una pequeña sonrisa al recordar cómo en su época de músico estuvo prohibido en las radios y televisiones de toda la isla y, por el contrario, hoy tiene un séquito de guardianes que se encargan de vigilar que nadie estropee su regia figura ni robe sus famosas gafas. El escultor ya no recuerda en cuantas ocasiones ha tenido que reconstruir las lentes que, al parecer, se han convertido en un objeto muy apetecible para los visitantes y han sido sustraídas en numerosas ocasiones. Por ese motivo, ni Asunción, ni Juan González, que con 87 años es uno de los custodios más mayores del grupo, quitan la vista de encima a la figura del “melenudo británico”. En turnos de doce horas y pertrechados con agua, café y algún que otro cigarro pasan las horas sentados en una humilde silla de plástico y apuntan el número de visitantes que cada día se acercan a Lennon. Así “se nos pasan las horas más rápido”. Ellos lo definen como su última “misión revolucionaria por la patria”.
Tras este primer capítulo, Lennon podría continuar con Los Mercaderes del Che, relato que da nombre al libro, y en el que descubriría qué escribir sobre los últimos días de Guevara puede salir muy caro. Ayala viaja hasta Vallegrande, ese pequeño pueblo boliviano en donde el guerrillero murió asesinado. Allí recorre la ruta turística del Che, promovida por Evo Morales, y conoce a varios personajes que, de algún u otro modo, tuvieron algo que ver con la figura del argentino. Se encuentra con Susana Osinaga, la enfermera que se encargó de lavar su cadáver o el fotógrafo local que realizó sus últimas fotos. Nos cuenta que en varios locales del pueblo se venden camisetas, calendarios, obras de arte e incluso botes llenos de tierra. Tierra de la fosa común en la que dicen que el revolucionario estuvo enterrado durante treinta años. Ayala describe, con gran acierto, una especie de parque temático en torno a este personaje histórico convertido en mito.
Me gusta imaginar que Lennon, al igual que me ocurrió a mí, se emocionaría al conocer al Saxofonista sin saxo; El contador de relámpagos o Sillerico, el hombre que viste a Evo Morales. Estas son solo otras de las historias que Ayala relata de una manera magistral en este pequeño y delicioso libro repleto de grandes tesoros del reporterismo más literario. No hay más que dejarse llevar por la lectura para adentrarse en el penal de San Roque, donde los sesenta reos que poblaban sus paredes tuvieron la oportunidad de ser libres y, por el contrario, decidieron permanecer entre esas cuatro paredes donde fueron recluidos. En el undécimo capítulo, Ayala nos ofrece El secuestro más extraño del fútbol y cierra su libro con Las calaveritas investigadoras… Con todos y cada uno de estos textos, el autor consigue hacernos cómplices de una realidad que puede llegar a ser tan fantástica como la ficción.
Por Cristina Pascual
Por Cristina Pascual