A éstas altura de la película creemos que a pocos, muy pocos, les sorprenderá el hecho de que el maestro José Ignacio Lapido haya vuelto a firmar un disco redondo de principio a fin.
Y es que el que fuera principal compositor y guitarra de los siempre añorados 091, (sí, esa gran banda de rock que todos los grupos alternativos de Granada citan una y otra vez para decir que gracias a ellos entendieron que era posible hacer música en la ciudad nazarí) ha vuelto a poner el dardo en el centro de la diana con “Formas de Matar el Tiempo”, el séptimo álbum de una discografía que por sí misma está tomando el cariz de mítica; en parte gracias a la repetición de unas constantes, entre las que destacan una actitud a prueba de bombas y una personal melancolía, sus particulares marcas de fábrica, que paso a paso le han ido granjeando el favor de un público cada vez más numeroso que le sigue con un fervor militante.
Pero bueno, esa es otra historia que abordaremos la próxima vez que el maestro tenga a bien acercarse hasta nuestra ciudad. De momento lo que toca es desentrañar las bondades de estas “Formas de Matar el Tiempo”, así que vayamos a ello.
Estamos ante un trabajo de aspecto más que reconocible desde los primeros compases del teclado que sirve de introducción a “Un Día de Perros”, tras el que se esconde como no podía ser de otro modo Raúl Bernal, una de las piezas fundamentales del habitual equipo de trabajo que acompaña desde hace años a Lapido y que completan Víctor Sánchez, a la guitarra, Popi González, batería, y Paco Solana, en el bajo; si a ese hecho, le sumamos que el disco ha sido grabado en los estudios Producciones Peligrosas, bajo la producción del propio José Ignacio, la familiaridad que más arriba mencionábamos está más que servida.
Como decimos el disco se abre con “Un Día de Perros”, una composición orgánica de origen reposado, donde los tonos grisáceos de las letras de Lapido asoman una vez más, en la que los coros y el piano cobran especial protagonismo en primera instancia, para acabar por romper en un estribillo que parece anunciar el final de la pesadilla. En una línea parecida se mueve “Muy Lejos de Aquí” en la que rastreamos en primera instancia un optimismo que invita a conocer mundos distintos.
De sorprendente podemos calificar “Cuando Por Fin”, sobre todo por su riff inicial, inesperado a todas luces por su procedencia netamente “stoniana”, dando paso a una canción repleta de ritmo, en la que llama la atención el juego de corcheas que se dibuja a ratos con la batería, algo que a buen seguro hará las delicias del público en directo.
El ciclo de composiciones que encierran connotaciones positivas se cierra con “Cosas por Hacer”; sin lugar a dudas otro de esos cortes que son marca de la casa, tanto por lírica como por cadencia; es más, suena tan familiar que puede llegar a pasar casi desapercibida en primeras tomas de contacto, pese a que después acabe por ganar un sitio preeminente en todo el desarrollo del minutaje.
La parte más crítica con la situación del mundo actual de éste “Formas de Matar el Tiempo” comienza de forma acertada con “40 Días en el Desierto”, repleta de tristeza y desesperanza, a pesar de lo cual sigue representando uno de los momentos álgidos de todo el álbum, para continuar con el existencialismo de aires folkies de “No Hay Vuelta Atrás”, muy en la línea de la posterior “Desvaríos”, y el rock visceral de la gran “La Ciudad que nunca Existió”.
En la recta final del disco se continúa redundando en las constantes anteriormente citadas, sobre todo de la mano del blues-rock “Está que Arde”, una canción serpenteante, capaz de subir y bajar sin por ello resentirse, especialmente disfrutable en sus pequeños matices sureños y fronterizos.
El epilogo llega con “Al Azar” una composición con múltiples lecturas, donde el maestro Lapido parece dejar las puertas abiertas para que sea el propio oyente quien dote de su propio significado al último renglón de la obra.
Después de la escucha, pausada y reflexiva, de “Formas de Matar el Tiempo”, uno no puede evitar esbozar una sonrisa de franca satisfacción en su rostro. ¿El motivo? A bote pronto se me ocurren tres. Quizás la sonrisa venga motivada por la simple satisfacción de escuchar un trabajo bien hecho, que huye como animal herido de sonidos enlatados y rimas de cajón, mucho más habituales de lo que quisiéramos en estos días. Tal vez sea por el hecho de que José Ignacio Lapido ha vuelto a firmar un trabajo tan notable como reconocible con respecto a lo que son sus patrones estéticos y sonoros, algo que en su caso siempre es motivo de alegría; o simplemente esa sonrisa venga motivada por el estúpido hecho de saber que existe un tipo que ha demostrado de sobra que entre el orgullo y el dinero no siempre lo segundo es lo primero y al que encima ahora en su carrera le va de perlas. No sé por cuál, pero sí sé que por alguno de esos tres motivos, ahora mismo en mi rostro se dibuja una gran sonrisa.
El epilogo llega con “Al Azar” una composición con múltiples lecturas, donde el maestro Lapido parece dejar las puertas abiertas para que sea el propio oyente quien dote de su propio significado al último renglón de la obra.
Después de la escucha, pausada y reflexiva, de “Formas de Matar el Tiempo”, uno no puede evitar esbozar una sonrisa de franca satisfacción en su rostro. ¿El motivo? A bote pronto se me ocurren tres. Quizás la sonrisa venga motivada por la simple satisfacción de escuchar un trabajo bien hecho, que huye como animal herido de sonidos enlatados y rimas de cajón, mucho más habituales de lo que quisiéramos en estos días. Tal vez sea por el hecho de que José Ignacio Lapido ha vuelto a firmar un trabajo tan notable como reconocible con respecto a lo que son sus patrones estéticos y sonoros, algo que en su caso siempre es motivo de alegría; o simplemente esa sonrisa venga motivada por el estúpido hecho de saber que existe un tipo que ha demostrado de sobra que entre el orgullo y el dinero no siempre lo segundo es lo primero y al que encima ahora en su carrera le va de perlas. No sé por cuál, pero sí sé que por alguno de esos tres motivos, ahora mismo en mi rostro se dibuja una gran sonrisa.
Por: Javier González/ javi@elgiradiscos.com