Para muchos, muchísimos, Jimi Hendrix representa el mejor y más influyente guitarrista de toda la historia del rock. Fallecido dentro de ese fatídico grupo de los veintisiete (todos murieron a esa tierna edad) hace ya más de cuarenta años, su figura sigue siendo hoy en día venerada (con razón). Es lógico por lo tanto que la noticia sobre la publicación de un disco con “nuevo” material suyo suponga todo un revuelo.
El álbum en cuestión es “People, Hell and Angels” y recopila material que el músico grabó entre 1968 y 1969, poco antes de su desaparición. Un momento artístico que se encuadra en el tránsito que hizo desde The Jimi Hendrix Experience hacia la Band of Gypsys y su consiguiente ampliación de registros musicales además de su incipiente gusto por la experimentación. Precisamente son los músicos con los que formaría ese último proyecto, Billy Cox (bajo) y Buddy Miles (batería), los que aparecen como acompañantes fijos (hay otros invitados) en los temas que aparecen en este álbum. La producción ha estado dirigida a tres manos por Eddie Kramer, Janie Hendrix y John McDermott.
Llegados a este punto hay que aclarar un matiz importante respecto al material que nos podemos encontrar en este disco. Sin querer ser una sentencia respecto a su calidad o el interés que hay detrás de él, es cierto que estas canciones tienen de novedoso las versiones en las que aparecen interpretadas, ya que originalmente todas ellas ya eran conocidas o habían aparecido en alguna grabación del músico de una u otra forma. Eso no quita para que el sonido final sea perfecto, al igual que el acabado con el que se muestran.
A pesar de que, principalmente, el disco supone adentrase en la experimentación y los caminos por los que se intuye podría ir la música de Hendrix, hay también algunos temas que se podrían englobar en lo que entendemos por el estilo más o menos característico del genial guitarrista. En ese ámbito podríamos incluir a canciones como “Somewhere”, con Stephen Stills al bajo y en la que la guitarra termina enzarzándose con el efecto “wah wah”; el medio tiempo clásico y marca de la casa que es “Hey Gipsy Boy” o los rimos funk de “Crash Landing”. La influencia del blues, omnipresente en la carrera del de Seattle, también deja su presencia en canciones como “Hear My Train A Comin’”, representante de su vertiente mas clásica, la misma que aparece en la versión de Elmore James “Bleeding Heart”.
Pero lo más llamativo del disco son esas sonoridades o caminos estilísticos que Hendrix da rienda suelta en varios momentos, por ejemplo los que se atisban en “Earth Blues”, con esa omnipresente guitarra acelerada y trotona, acompañado de unos coros psicodélicos a lo Cream. Más llamativo todavía resulta el ambiente a Nueva Orleans que desprende “Mojo Man”, compuesta por los Ghetto Fighters, o la pura experimentación sonora que hay en “Inside Out”. Un apartado especial requiere el acercamiento a las raíces negras y las formas diversas de tratarlas, desde la enloquecida “Let Me Move You”, entre el jazz y el soul, con un desbocado saxofón de Lonnie Youngblood, que también aporta su voz, hasta su particular visión del rhythm and blues en “Izabella”.
Tienen su parte de razón aquellos que ven este disco una nueva estratagema para seguir sacando partido del legado de Jimi Hendrix, pero eso no debería obviar el valor que también guarda en su interior, y es, al margen del atractivo propio de las composiciones, mostrar de manera nítida y compilada unos temas que sirven de intuición de lo que tenía en mente el guitarrista y los caminos por los que podría haber derivado su música. Una aportación que para nada hay que desdeñar.
Kepa Arbizu