Es relativamente complicado para la persona que se plantea reseñar un disco enfrentarse a la hoja en blanco siendo sabedor de antemano que todo aquello que está a punto de plasmar en un texto jamás estará a la altura de la obra a valorar. Ante el pequeño poso de frustración que acaba por aparecer más pronto que tarde uno poco puede hacer, por lo que lo más sensato suele consistir en sentarse lo más cómodo posible y disfrutar del álbum en cuestión, para a renglón seguido ponerse a escribir, sin mayor presión que la de hacer lo que buenamente se pueda.
Pues bien, todo lo relatado en el primer párrafo es lo que me ocurrió cuando llegó a mis manos “Dreams are Gone”, el primer disco en solitario del toledano Julián Maeso.
Vaya por delante que era conocedor de la trayectoria musical de Julián (sabía de su militancia en bandas como The Sunday Drivers, The Sweet Vandals o The Blackbirds, un grupo minoritario al que conocí no hace demasiado tiempo pero cuyas canciones sí lograron calarme, además de ser conocedor de las colaboraciones puntuales que había realizado junto a nombres del calado de los de M-Clan o Quique González), una carrera que siempre he seguido desde una relativa distancia y hacia la que profesaba grandes dosis de respeto, un interés real pero exento de cualquier fervor militante (salvo, como digo, en el caso de la aventura que le unió a Marcos Meseguer y Pablo Junquera en The Blackbirds).
Esa ausencia de fervor por su música cambió drásticamente al escuchar la primera referencia que ha editado bajo su propio nombre, el ya mencionado “Dreams are Gone”. Un fantástico disco doble rebosante de belleza, emoción, compromiso y riesgo, que contiene dentro de sí la apuesta firme, directa y sincera de un artista que con su debut se nos destapa como un gran compositor de canciones.
El álbum recorre a través de dos discos que funcionan a la manera de cara A y B de un antiguo vinilo, el primero con una pulsión más rockero y el segundo asentado en una solida base folkie, el amplio abanico de las sonoridades americanas, aquellas que contienen desde claros apuntes de rock sureño, ramalazos soul, acercamientos al country y una vertiente mucho más acústica y desnuda cercana al credo “dylanita”, todo ello desde un posicionamiento lírico que nos habla de perdida y dolor, pero en el que se percibe de fondo unas enormes ganas por cerrar los puños y volver a la lucha con la premisa de no rendirse jamás.
Supongo que llegado a este punto tocaría hablar de elementos como la calidad de las canciones, desentrañándolas y hablando abiertamente de influencias directas, de lo acertado de la producción y de la categoría de muchos de los que desinteresadamente; es decir, solo por amistad han decidido colaborar con Julián Maeso para acabar de dar vida a “Dreams are Gone”, al ver el nombre del ex-Troglodita Sergi Fecé en los créditos juro que dan ganas de hacerlo, pero no, ésta vez no lo haré.
No voy a caer en el tópico, no es necesario. Y no lo es porque, cómo apunto en el primer párrafo, jamás estaré a la altura de lo que escuchan mis oídos. Así de simple. Por eso esta vez apelaré al gusto y a la inteligencia de todo aquel que desde el desconocimiento, claro está, y con un mínimo de inquietud, lea este texto. Estoy seguro de que caeréis rendidos ante este enorme trabajo a las primeras de cambio. Tengo esa convicción. El que ya conozca esta magna obra que se ha marcado Julián, sabe de qué estoy hablando y me juego lo que haga falta a que compartirá opinión conmigo.
Poco más queda que añadir en esta especie de reseña. Quizás únicamente nuestra sincera felicitación a Julián Maeso, por haber facturado un primer trabajo sublime, capaz por sí mismo de confirmarle como uno de los grandes talentos de nuestra música. Ahora solo esperamos que la suerte, esquiva con él en los últimos tiempos, no le de más la espalda y nos permita disfrutar de su carrera solista de una manera lo más longeva y fructífera posible.
Por: Javier González/ javi@elgiradiscos.com