Muchas cosas se podrían decir acerca de Oriol Llopis, entre ellas bastantes que ya contamos en las primeras frases de nuestra reseña sobre “La Magnitud del Desastre”, el libro autobiográfico que narra sus aventuras vitales que editó hace unos meses bajo el paraguas de la editorial “66 rpm”; el problema sería que entonces volveríamos a contar otra vez lo mismo que dijimos semanas atrás: Que si es un mito del periodismo musical, que si ha escrito aquí, allí y más allá. Que si conoce y es amigo de tal o cuál músico… Pero siendo francos, suponemos que haciendo eso aburriríamos al más pintado, y jugando un poco a ser él, si se nos permite la licencia, creemos que el propio Oriol sería el primero en no leer esta introducción.
De ahí que hoy hayamos decidido cambiar nuestra tónica habitual, dando paso a unas líneas que creemos deben plasmar el enorme placer que supone para las personas que hacemos posible “El Giradiscos” tener en nuestras páginas a un tipo que como él, nos ha demostrado tanta categoría y grandeza humana, tanto por lo que relata en su obra como por lo que ha aportado a través de sus artículos a nuestra cultura musical, por no hablar del trato que en la distancia siempre nos ha otorgado, aunque solamente haya sido a través de un leve intercambio de e-mails que han finalizado con la promesa de vernos más pronto que tarde, con el objeto de charlar y compartir unas cañas como es debido.
Os dejamos con un grande, deseando que lo disfrutéis la milésima parte de lo que nosotros lo hemos hecho.
Tengo entendido que esta biografía nació con un carácter totalmente fortuito, fruto de perder una apuesta con Alfred Crespo, director de “Ruta 66”, sin embargo a medida que uno avanza en las páginas de la misma parece que al final le cogiste gusto al asunto de ir desgranando tu historia. ¿Estamos en lo cierto?
Oriol: Lo de la apuesta va a terminar por convertirse en una leyenda urbana, pero es verdad. Lo típico: “Yo tengo razón y tú estás equivocado”, (repítase diez o doce veces) hasta que llegas al inevitable “¿Qué te juegas?” Y en lugar de responder “la próxima ronda”, A. Crespo respondió que le debería mi autobiografía. En fin...respecto al libro en sí, no lo he leído objetivamente. Sospecho que le encontraría fallos de ritmo y muchas otras cosas, pero te doy la razón en algo: No es exactamente que le cogiera el gusto, pero sí fui encontrando un tono, un ritmo, una cadencia...en una palabra, una soltura que quizás no se halla al principio. E incluso eso es muy relativo, pues hay gente que me ha comentado que su “paquete” favorito es precisamente el primero, el de las aventuras en el Safari Aitana...
Sabemos que la memoria es caprichosa, y más si cabe después de un millón de noches de Rock and Roll, alcohol y otras sustancias. ¿Ha sido complicado recordar muchas de las batallas que relatas?
Oriol: En una reseña sobre “La Magnitud...” un crítico musical de mi época comentaba (“de buen rollo”) que cómo iba yo a acordarme de esto o aquello “con todo lo que nos metíamos...” Vale, de acuerdo. Es lógico. Por eso he escrito sobre lo que recuerdo. Está cantado que, sobre lo que no recuerdo, me sería imposible escribir. Precisamente a raíz de editarse el libro han aparecido viejos colegas evocando situaciones compartidas que, en lo que a mí respecta, me suena como si me estuviesen hablando de otra persona. Pero por lo general tengo buena memoria. Desgraciadamente, es estúpidamente selectiva: No me sirvió para nada en los estudios, y en cambio, por poner un ejemplo y sin que sean uno de mis grupos favoritos, podría recitarte las sucesivas formaciones de Thin Lizzy... Y no es un farol. Es una estupidez, pero no es un farol.
Has trabajado en publicaciones como “Rock Espezial”, “Vibraciones”, “Disco Express” y “Ruta 66”, y programas como “La Edad de Oro”, algo que no mucha gente puede decir. ¿Qué sientes al mirar atrás y darte cuenta de que eres todo un mito dentro de esta profesión?
Oriol: Ay, señor. Eso va a apestar a falsa modestia, pero...¿qué quieres que te diga? En la época en que estaba más, digamos, “activo” en lo profesional, no existía esa interrelación que hay ahora. Yo escribía, me entusiasmaba, ponía ahí hasta las tripas....pero no me llegaba ninguna señal de aprobación de “ahí fuera”, por decirlo así. Como máximo, en la sección dedicada al correo de los lectores se publicaba la carta de alguien que aplaudía un artículo mío o, por lo contrario, se acordaba de toda mi familia. Hasta que no empezó a funcionar todo eso del Google, el facebook y otros bichos parecidos, no me he enterado de que sí, de que había gente que me leía con interés, y la edición de “La Magnitud...” ha provocado que, por fin, nos hayamos conocido los unos a los otros...eso sí ha sido un fenómeno realmente curioso.
Debemos confesar que hay un pasaje de “La Magnitud del Desastre”, probablemente uno en que mucha gente no reparará, con el que por momentos nos hemos sentido muy identificados contigo. Nos referimos al “paquete” en que cuentas que llegó un momento en que no parabas de escribir sobre grupos y más grupos que te interesaban poco o nada, algo con lo que nos vemos obligados a lidiar muchas de las personas que nos dedicamos a esto. ¿Crees que el oficio de crítico musical tiene mucho menos glamour del que se le supone?
Oriol: Lo tuvo. Por lo menos fuera de nuestro país, y por algún tiempo, lo tuvo. Keith Richards reconoció en Nick Kent (crítico musical de la prensa británica) a un colega de correrías, física y, ejem, “espiritualmente” hablando. Gustos musicales parecidos, predilección por una estética en el vestir muy parecida...un día, a media entrevista, Richards le dijo a Kent, más o menos, que puesto que coincidían frecuentemente en los mismos sitios (cada lector puede imaginarse a qué tipo de “sitios” aludía Keith), seguro que tenían mucho en común. “Seamos colegas, tío. Vente a casa y dejémonos de entrevistas. Vamos a ponernos a gusto”. Se montaron en el Ferrari Dino de Richards y pallá que se fueron, rumbo a “KeithRichardsVille”. Vale. Será un glamour más o menos canalla, pero...tela, ¿no? Esa imagen, ahora, es inconcebible. Otro ejemplo podría ser un grupo, actualmente olvidado por el público -Uriah Heep-, que llegaron a organizar la presentación de un disco suyo en plenos Alpes suizos, llevando hasta ahí a toda la prensa especializada de la época y con todos los gastos pagados...será un glamour más hortera, pero también cuenta. Joder, ¡a quién le amarga un dulce!
También destaca el afán desmitificador de las “rock stars”, puesto que narras en primera persona anécdotas con Iggy Pop o Johnny Thunders, revistiéndolas de la normalidad más absoluta. ¿Conocer a las estrellas de cerca es la mejor formula para desmitificarlas?
Oriol: No lo escribí con afán desmitificador, aunque, evidentemente, está cantado: Todos somos iguales. Algunos tienen un don, sea en el mundo de la música, la pintura...el arte en general, vaya. Pero ya sabemos que el genio más fascinante puede ser una persona repulsiva en su trato con el resto de los humanos...Picasso, sin ir más lejos: A poco que uno se informe sobre su vida, no tardas ni diez minutos en concluir que, de llegar a conocerle, le retirarías el saludo instantáneamente. Rafa Cervera, crítico musical de largo recorrido y dilatadísima experiencia, confiesa en una anécdota que siempre había tenido a John Cale en un pedestal, y sin embargo al poco de hablar con él ¡Ya deseaba no haberle conocido en su vida! A veces la sorpresa es agradable, pero en un porcentaje muy elevado lo que te encuentras no es sino un tipo cargado de manías, a cual más estúpida, y que parece disfrutar únicamente complicando las cosas a los que trabajan con o para él. Me vienen a la memoria mil ejemplos de esas características, mientras que en el otro sentido tendría que pensármelo mucho más antes de citar a alguien.
Por momentos a uno le queda la sensación de que haber logrado reorientar el timón de tu vida de la manera en que lo has hecho es algo realmente sobresaliente, sobre todo con la perspectiva de que haber salvado la vida después de conocer el lado oscuro implica ya todo un logro. ¿Cómo de cerca estuvo el desastre más absoluto?
Oriol: No, de sobresaliente nada. Es puro instinto de supervivencia. Hay gente que a la larga lo pierde, lo que significa, en el fondo, perder ya por completo la curiosidad por la vida, por vivir, por saber qué pasará mañana. Es entonces cuando ya bajas por completo la guardia y, por poner un ejemplo, saltas de un balcón a otro sin pararte ni un segundo a calcular las consecuencias. Y, vaya casualidad, ese mismo ejemplo me sirve para responder la segunda parte de la pregunta. ¿Que cómo de cerca estuvo el desastre más absoluto? Pues digamos que ahí, en un balcón y con una caída libre de cinco pisos, sin contar el principal y el entresuelo.
¿Qué es más complicado salir de la dinámica autodestructiva que por momentos relatas o, como viene a decir en su libro Dani “El Rojo”, aprender a vivir simplemente de tu trabajo en una vida normal y corriente?
Oriol: Cada vez me haces preguntas más raras (Risas). Dinámica autodestructiva puede ser tener un enganche del quince con la heroína, pero también puede serlo trabajar años y años en una empresa de recambios para el automóvil sin verle ningún sentido, ninguna gratificación a eso. Me he comido ambas situaciones, y las dos son igualmente destructivas, una por exceso y la otra por defecto. Por otra parte...defíneme “trabajo”, defíneme “vida normal”, defíneme “corriente”. Para Dani “El Rojo”, la vida que lleva ahora será normal y corriente, pero únicamente en contraposición a la vida que llevaba antes. Si los años que he pasado colocando pedidos a talleres de coches es una vida normal y corriente, entonces...no puede decirse que ahora lleve precisamente ese tipo de vida, del mismo modo que ir invitado a un programa de Tele 5 a contar tus andanzas y conduciendo un Bentley último modelo tampoco es, precisamente, vivir simplemente de tu trabajo en una vida normal y corriente...aunque a Dani sí se lo parezca.
Escribir y dedicarte a la música está cada vez peor pagado. ¿Qué futuro le auguras a la profesión?
Oriol: Dedicarse a la música de modo profesional, viviendo únicamente de ello, es ya prácticamente imposible, seas músico o crítico. En televisión el panorama es inexistente, y en radio....hay que ver como caen programas con solera, viéndose obligados a pasarse al modo internet. Por otro lado, sin salir del mismo internet te puedes encontrar infinidad de blogs de gente que ejerce como crítico musical, muchos de ellos muy puestos en lo suyo, no lo discuto. Resultado: Todo el mundo es crítico musical, todo el mundo quiere que le lean a él...como dijo alguien, muchos jefes y pocos indios, y lo mismo sucede con los que están encima del escenario: Todo cristo juega a tener una banda, mientras que nadie quiere “jugar” a ser público. Pero me he ido por las ramas. La respuesta es sencillísima: La profesión como tal ya no existe.
Se puede trabajar en eso como afición, y punto.
Al final de “La Magnitud del Desastre” dices que apenas empaquetaste unos pocos disco para tu última mudanza, entre los que creo recordar se encuentran los de Flamin´ Groovies, Golden Earring y los de los Stones. ¿Es todo lo que salvas después de una vida dedicada a escuchar música? Eché a faltar que en ese listado incluyeras alguno de Mink Deville. ¿Se te olvidó o no le consideras digno de mención?
Oriol: Ni siquiera los Stones: También se han quedado por el camino. Pero, uh, la verdad es que abrevié mucho. En vinilo debo conservar unos veinte discos, más o menos, entre los que se conservan el “Raw Power” original, que se editó en España allá por el ´73, un par de Todd Rundgren, el primero de Roxy Music...todo muy básico...y clásico. En cuanto a mister DeVille conservo el “Cabretta” y el “Coup De Grace”, también originales. ¡Cómo iba a abandonar a Willie! Ahora bien, nunca he sido muy fetichista con el asunto de los vinilos. No soy de los que se tiran de los pelos por haber olvidado por ahí su “Exile” de los Stones auténtico, el que contenía en su interior una curiosísima colección de postales, o cosas parecidas. Dentro de ese aparato con el que estoy escribiendo sé que, en algún lugar, hay material pirata de los Stones que me llevaría días escuchar en su totalidad. Cosa que, confieso, dudo que llegue a hacer nunca.
Sabemos que actualmente andas enamorado del disco de Pájaro, “Santa Leone”. ¿Qué tiene ese disco que eches a faltar en la mayoría de los que se editan actualmente?
Oriol: ¡Es tan gráfico! La música de Pájaro y su banda tiene la virtud de evocar, de construir imágenes con muchísima fuerza. La primera vez que escuché el tema “Santa Leone” pegué tal brinco que un poco más y atravieso el techo. Una vez empleé una comparación que parece poco acertada, pero que a mí ya me va bien: Es como la primera vez que, entre la resaca que estaba dejando la primera ola del punk, entre toda aquella morralla apareció Mink DeVille. Era pura elegancia entre porquería, aparte de que entre líneas podías adivinar perfectamente las fuentes de las que bebía...pues con Pájaro ha sido algo parecido. Las fuentes pueden ser otras, pero el resultado es el mismo...pura elegancia. Algo que, si te paras a pensarlo, es bastante difícil encontrar hoy en día.
Te has encargado de realizar el prólogo del libro “Burning. Madrid”, escrito por Alfred Crespo. ¿Qué opinión te merece el mismo?
Oriol: Crespo me invitó a participar en la presentación del libro en Málaga, y estuve dándole vueltas al asunto varios días. Tenía muy claro lo que quería decirles a los allí reunidos, pero temía que se me malinterpretara. Que lo entendiesen todo en sentido negativo, vaya. Y no lo es. En fín, ahí va: Pienso que es un libro duro, crudo y sangrante. Pero es que la historia de Burning es así, con todos los pros y los contras. Creo que al final dije que el libro en sí venía a ser como una canción más de Burning. Y de las mejores.
Antes de terminar la entrevista nos gustaría preguntarte si después de haber reflexionado sobre tu vida, con la perspectiva que da el tiempo y la edad. ¿Cambiarías alguna de las cosas que has hecho en tu peripecia vital?
Oriol: Es imposible contestar a esta pregunta. Es un enigma irresoluble, por muy petulante que suene. Igual sólo con haber cambiado una de las muchas decisiones que he tenido que tomar, el libro de “La Magnitud” no habría existido, ni yo habría llegado a donde estoy ahora, en Sevilla y con mi mujer, también sevillana. Y eso sí que no lo cambiaría por nada, conque....no, no cambio ni una coma.
Por: Javier González/javi@elgiradiscos.com