Bajo el título de “La Magnitud del Desastre. Memorias de un rock critic poco fiable”, y procedente de la editorial “66 rpm”, dirigida por el mítico periodista musical Alfred Crespo, a buen seguro conocido por muchos de nuestros lectores por ser el co-director de la revista musical más importante de cuantas se editan en la actualidad en nuestro país, Ruta 66, llegaba hace unas semanas hasta nuestra redacción el libro, trabajo o novela, como cada cual guste llamar, que recoge la biografía de Oriol Llopis, sin lugar a dudas uno de los críticos musicales más importantes y de mayor talento que ha visto circular esta caínita y peculiar piel de toro llamada España.
Para todos aquellos que desconozcan al protagonista de las peripecias vitales que se relatan en “La Magnitud del Desastre”, simplemente diremos que el Sr. Llopis ha tenido el privilegio de firmar en las cabeceras más importantes de la prensa musical especializada de nuestro país. Léase Disco Express, Vibraciones, Rock Espezial o la ya citada Ruta 66, además de haber trabajado en programas de televisión que han pasado a la historia de nuestro país como La Edad de Oro, casi nada vamos.
Y como decimos lo que se narra a través de los diez “Paquetes”, que no capítulos, en los que Oriol Llopis nos cuenta su historia es el recorrido vital de un personaje, creo que ese es el término más adecuado que podemos darle, que se ha movido en casi todas las tesituras que a uno puedan ocurrírsele. Viéndose envuelto en chanchullos, historias y situaciones que si nos llegaran procedentes de fuera de nuestras fronteras y con un apellido impronunciable probablemente hace tiempo le hubieran elevado a la categoría de mito.
Por las distintas páginas de su obra, y a través de un estilo sencillo y directo, el mismo del que hacía gala en cada uno de sus artículos, se nos muestra una serie de aventuras que van de lo desternillante, a lo asombroso, pasando por momentos de claro riesgo en los que roza la tragedia, esquivándola sin saber muy bien cómo. Eso sí, sin orden ni concierto fijo. Pues el relato es una relación de “gags”, “sketch” o simples “recuerdos”, que por momentos parece obedecer al capricho de la memoria o, porqué no decirlo, de la real gana de su autor, algo que nos parece muy loable, haciendo de ciertos pasajes de la lectura completa de “La Magnitud del Desastre” un ejercicio de riesgo, salvado, y de qué manera, por su capacidad para resultar interesante y ameno en casi cada de una de sus páginas, algo digno de valorar.
El lector encontrará nombres conocidos que se deslizan por las diferentes páginas como los de Johnny Thunders, Sabino Méndez, Jesús Ordovas o Paloma Chamorro, por citar unos ejemplos, que siempre sirven para dar caché a una obra. Así como pasajes en que se relatan viajes, lisérgicos pero también de ocio a diferentes puntos de nuestra geografía y del globo terráqueo en general, anécdotas con algún que otro crítico aburrido y pedantón, y las habituales dosis de yonkies y camellos de tres al cuatro, que le harán a veces pensar y en otros casos esbozar una sonrisa.
A todo ello le debemos añadir el hecho de que la historia cumple los cánones de Hollywood y tiene final feliz, pues nuestro protagonista deja atrás sus adicciones, reorienta el timón de su vida, cambia de residencia y felizmente emparejado con una hembra de carácter y tronío, se nos muestra realmente contento al final de su autobiografía, siendo quizás esa la principal enseñanza que nos sirve para entender que “La Magnitud del Desastre” pudo ser de enormes consecuencias, pero que finalmente la sangre no llegó al río, o al menos no en la medida que pudo haber sido.
Un último consejo para hipotéticos lectores. La perfecta banda sonora para acercarse a “La Magnitud del Desastre”, no es otra que “Santa Leone”, el disco de Pájaro que tan hechizado tiene a Oriol Llopis, si a eso se le añade la inclusión de alguna canción suelta de sus adorados Golden Earring, cuyos versos sirven para abrir los diferentes paquetes de la obra, es probable que uno llegue a mimetizarse con el periodista y quizás así también se sienta protagonista de sus andanzas.
Nota: Tampoco queremos dejar de felicitar a los responsables de “66 rpm”, Alfred y May, una vez más por su labor. En unos tiempos tan difíciles y complicados como estos es admirable observar que aún queda gente capaz de arriesgar editando obras de verdadero interés, pero que no siempre tienen asegurado el respaldo del gran público. Gracias por mirar más allá de los artistas y dar voz a personajes autorizados que conocen el mundo de la música y la vida en general desde dentro. Es algo muy necesario.
Por: Javier González/ javi@elgiradiscos.com