Andre Williams: músico de soul (aunque se ha movido por todos los estilos), que inició su carrera durante los años cincuenta, de un arrebatadora personalidad musical y todo un crápula en su esfera privada. The Sadies: banda surgido a finales del siglo XX y como mínimo, uno de los grupos más elegantes del rock americano. Ambos juntan sus fuerzas de nuevo, en el noventa y nueve ya lo hicieron en “Red Dirt”, para dar forma a este “Night & Day”.
Una idea, la de aunar diferentes generaciones a modo de homenaje paterno filial que ya la hemos visto representada desde hace mucho tiempo, desde que los grupos de blues blancos (surgidos principalmente en Reino Unido en los setenta) sacaban del ostracismo a los viejos bluesman inspiradores de su sonido, hasta la actualidad, con casos como el de Jack White con Wanda Jackson o Reigning Sound con Mary Weiss.
En la colaboración que nos ocupa no se puede hablar de “desempolvar” la memoria de Andre Williams, ya que el cantante en estos últimos tiempos ha estado muy activo publicando nuevos álbumes y dejando bien a las claras que quiere hacer del presente también su casa. En relación a la anterior colaboración con los canadienses han pasado más de diez años, que aunque suene a dato baladí no lo es tanto, ya que su particular forma de cantar, más cerca de un narrador de historias que de otra cosa, todavía se ha radicalizado y hecho más patente.
Para este nuevo disco al margen de The Sadies se han multiplicado las colaboraciones, y a la de Jon Spencer como productor y de alguna forma “jefe de operaciones”, se han sumado una amplia lista de músicos, como el integrante de Heavy Trash, Matt Verta-Ray, Jong Langford o Danni Kroha (The Gories) entre otros, que aportan su oficio a unas canciones que tienen su origen en unas sesiones en las que el septuagenario músico tomó parte en el Key Club Studio de Detroit, en una época de su vida poblada de problemas con la justicia, una temática presente en varios momentos del disco.
En comparación con el anterior trabajo hecho junto a los canadienses, este se sale de los límites del country-rock que en aquel estaban claramente impuestos. Una sentencia de fácil comprobación al escuchar el tema que da inicio al álbum (“I Gotta get Shorty out of Jail”), a ritmo de una mezcla elegante de soul, blues y jazz al mejor estilo Booker T. & the MG’s y en el que encontramos un juego de contrastes de voces entre la de Andre Williams y los cálidos coros femeninos interpretados por Sallie Timms y Kelly Hogan. Esas mismas voces pondrán su granito de arena en la sombría, tétrica y magnífica “America” (You say “A change is gonna Come”), con una ambientación no demasiado alejado del death country o de un Nick Cave por ejemplo, y en la que el viejo Andre muestra su incomodidad con el país en el que vive.
Tampoco faltarán buenas dosis de blues, visto tanto desde el punto de vista de Tom Waits, con ese deje oscuro (“The Seventhy year Old”) o desde uno más clásico y contundente, también con su tono profundo como el de Howlin´ Wolf (“Mississippi & Joilet”). Las guitarras chirriarán y pondrán el punto culminante en cuanto a sonido brusco se refiere en “Don’t take It” y “Bored”, donde de nuevo vuelve a atizar sin compasión al “país de las oportunidades”, que llegarán a recordar a esos torbellinos sonoros que realizaban The Stooges.
La ortodoxia “campestre” que dominaba al anterior trabajo conjunto aquí se presenta en episodios muy concretos como: el country clásico de “Hey Baby!”, con sus violines y demás parafernalia del estilo; con un sentido más rockero en “I´ll do most anything for your Love” o mezclado con el folk en la delicada “That’s my Desire”, donde las voces femeninas vuelven a jugar una parte decisiva en conseguir ese ambiente. Soul sentido y romántico pero con empaque, al modo de Janis Joplin, es el género utilizado para “I thank God”.
Los años no pasan en balde (más en una vida tan atribulada como Andre Williams) y dejan su poso en la voz del intérprete, por un lado evidenciándose más cansada pero por otro dejando entrever el poso de una existencia larga y jugosa que se vuelca en las canciones, que además, están instrumentadas con el talento habitual de The Sadies. Una mezcla imposible a priori pero totalmente recomendable.
Kepa Arbizu.