Que Loquillo vuelva a la capital siempre es un hecho especialmente reseñable, no en vano por todos es sabido el apego que tiene éste ilustre barcelonés por Madrid, cuna de muchas de las vivencias que han marcado su etapa de juventud, aquí llegó en los años ochenta con la firme intención de llegar a ser una estrella, y también de madurez, hasta convertirse para él en muchos casos en una vivienda, un refugio y hasta en un lugar en que, en compañía de algunos de sus mejores amigos, léase Jaime Urrutia o Pepe Risi, aprender algunas lecciones básicas que aún hoy sigue poniendo en práctica.
Lo que hacía realmente particular la velada de anoche eran dos motivos; el primero de ellos era el escenario en que tendría lugar la misma, para esta ocasión el Loco había decidido cerrar un céntrico teatro de la Gran Vía, que para más inri está a escasos metros del piso treinta y dos del edificio Torre de Madrid, en el que habitó durante algunos meses tiempo atrás, y el segundo era que esta fecha aparecía marcada en el calendario como especial, pues todo lo que aconteciera sería grabado por un ejercito de cámaras con el objeto de ser editado en unos meses en un disco-dvd, que recogerá las mejores imágenes de una actuación que ahora sí quedará para la posteridad.
La expectación era máxima en la puerta del Arteria Coliseum, un incesante ir y venir de gente intentaba esquivar al tráfico de forma atropellada, con la única finalidad de acceder al recinto antes de la hora prevista para el comienzo de la actuación, las nueve de la noche, previo aviso de que la cosa funcionaria con puntualidad británica.
Una vez dentro pudimos comprobar como el público ocupaba sus asientos, hasta completar el aforo, distinguiendo entre los asistentes a conocidas figuras como Luis Alberto de Cuenca, principal protagonista de “Su Nombre era el de Todas las Mujeres”, no en vano todos los textos llevan su autoría, o Sabino Méndez, ex-guitarra de Trogloditas y compositor de muchos de las crónicas que ha defendido durante años en escena el vocalista de El Clot.
De pronto, y con unos minutos de retraso sobre la hora prevista, la luz de los focos se atenuó y comenzó a sonar una evocadora “chanson”, durante la cual los diversos músicos ocuparon su posición sobre las tablas, siendo el último en aparecer Loquillo, recibiendo desde ese instante inicial una calurosa ovación por parte de un público al que tiene metido en su bolsillo desde hace mucho tiempo.
Abrieron, como no podía ser de otro modo, con un homenaje a nuestra ciudad, “Balmoral”, para a renglón seguido dar las bienvenida al grito de “Buenas noches, Madrid. Mi Madrid y el Madrid de Luis Alberto de Cuenca”, atacando sin solución de continuidad “Nuestra Vecina”, uno de los textos del ya mencionado poeta capitalino, a la que siguió “Un poema publicado en el año ochenta en la Luna de Madrid, bajo el título de Cocaína”, ahora renombrada como “La Noche Blanca”, y en la que las baquetas de Laurent Castagnet cobraron un protagonismo que podríamos catalogar como de narcotizante.
Para entonces varias eran las cosas que habían quedado claras, entre ellas que todo lo que estaba ocurriendo estaba ensayado al milímetro para omitir cualquier atisbo de fallo, con una banda capaz de pasar del elegante susurro a la emoción más intensa en un abrir y cerrar de ojos, que nos encontrábamos ante un Loquillo más comunicador, divertido y dicharachero que nunca, y que esta sería una velada que pasaríamos en la grata compañía de los poetas que más gustan al barcelonés.
Llegaba el turno de comenzar a echar la vista atrás, sin abandonar al protagonista de la noche, y lo hizo recurriendo a su disco del año 1993, “Con Elegancia”, y de la mano de “Cuando pienso en los Viejos Amigos”, uno de los cortes que ha recuperado en el transcurso de esta gira y que suena a las mil maravillas gracias a la garra que aporta el violín de Julia de Castro, a la que debemos felicitar por su gran presencia escénica durante toda la noche.
Fue entonces cuando el Loco se acercó al micro y en un alarde de sinceridad nos habló de que este era “el quinto disco” que dedicaba a Madrid, y que esta ciudad, que él siente tan dentro, no en vano siempre dice que le dio su primera gran oportunidad, tiene un lugar que calificó como de “esencial” en su vida. Se refería a la Castellana. Como no podía ser de otra forma llegaba el turno de la nostálgica “Cuando vivías en la Castellana”, una de sus canciones favoritas, tal y como ha confesado, de éste su nuevo álbum.
Tras ella se produjo uno de los instantes más emocionantes de la velada, protagonizados por dos textos que son obra de Bernardo Atxaga y John Keats, respectivamente. Nos estamos refiriendo a “La Vida que yo Veo”, sin duda un espejo en el que observar la forma de ser de el tipo que la defiende en escena, y “La Belle Dame Sans Merçi”, emotivo pasaje que nos habla de una no muerta que regresa por amor al mundo de los vivos; preciosas ambas sin lugar a dudas.
Antes de transportarnos al año 1991, concretamente al disco “Hombres”, un Loquillo profundamente afectado solventó sobre las tablas “La Vida es de los que Arriesgan”, uno de los temas más descafeinado de la noche, volviendo a poner el listón en su sitio con una sublime interpretación coral de “Brillar y Brillar”, en la que destacó profundamente la solvencia en la armónica y los coros de Josu García, otra de las caras nuevas que acompaña al catalán en esta nueva etapa.
Una de las mejores tandas de canciones llegó justo en el momento en que se atrevieron a interpretar la siempre emotiva “No Volveré a ser Joven”, del poeta catalán Jaime Gil de Biedma, a la que siguieron las beligerantes, políticamente hablando, “Antes de la Lluvia” y “El Año que Mataron a Salvador”, dedicada a Salvador Puig Antich asesinado durante la dictadura franquista en el año 1974, y en la que volvimos a darnos cuenta de la magia que es capaz de generar entre sus dedos y los trastes de la guitarra el gran Jaime Stinus, un mito de nuestro rock con el que hay pendiente una entrevista en estas páginas.
En esa misma senda de denuncia continuaron de la mano de la adaptación al castellano de “La Mala Reputación”, el clásico de George Brassens, y que a nuestro país llegó popularizada por la versión que en el disco grabado en directo en el Teatro Olimpia de Paris realizó el siempre respetable Paco Ibáñez, del cual Loquillo contó la simpática anécdota que le ocurrió cuando quiso pedirle permiso para realizarla. Comentó que estaba en la compañía de su amigo Quico Pi de la Serra y que decidieron llamarle para hablar de la posibilidad de utilizarla, ante lo que un afable Paco les dijo con la sencillez y cercanía que le caracteriza, “Loquillo, haz lo que te salga de los cojones”, en ese mismo instante todo el Teatro Arteria rompió al unísono en una sonora carcajada que hasta los propios músicos compartieron.
De la mano de Cesare Pavese, “Los Gatos lo Sabrán”, y Mario Benedetti, “Trangresiones”, nos acercamos peligrosamente hasta el momento de los bises. No sin que antes de los mismo sonaran “El Encuentro” y con anterioridad “El Hombre de Negro”, la adaptación del clásico del señor Johnny Cash, que vino precedida de una bonita alegoría en la que Loquillo nos habló de una cadena de radio que funcionaba como una suerte de sucursal de “Ali Babá y los 40…ladrones”, cuya pretensión era quedarse con el 50 por cien de los royalties de los grupos, llegando incluso al extremo de presionarle para que le pidiera al bueno de Johnny la mitad de los derechos de la famosa canción; y es que hay algunos que hacen bueno el lema de esa famosa camiseta dedicada a este mito del rock y del country que reza algo así como “In Cash we trust”, claro que creo que no se refieren al mismo "cash"…
Tras un breve paréntesis en que abandonaron el escenario para tomar aire y refrescarse, la banda al completo, perfectamente engalanados como si los temas a interpretar por su categoría necesitan de revisar una estética impoluta durante toda la noche, volvió al mismo para realizar tres canciones de muy alto nivel.
La primera en sonar, como no podía ser de otra forma, fue una composición de clara raigambre castiza, repleta de chulería y señorío, de esas que solamente pueden ser facturadas por el mejor grupo de rock que haya dado este país. Evidentemente nos estamos refiriendo al eterno “Caray” de Gabinete Caligari, que en la voz de Loquillo sonó como un guante, por la impronta del personaje y por su forma de entenderla, haciendo suyo cada fraseo en una más que correcta interpretación, que sin embargo no logró, ni logrará, hacer sombra al original interpretado por el más grande, el maestro Jaime Urrutia.
Después llegó el turno de ponernos el traje de gangster para bailar a ritmo de Swing y viajar hasta La Habana a encontrarnos con “Billy La Roca”, una composición de Carlos Segarra que se incluyó en el álbum “Nueve Tragos” y que nos hace pensar en parte del eje argumental que sigue ese clásico del cine que es “El Padrino II”.
Nos acercábamos peligrosamente al final del concierto por lo que Loquillo nos invitó de manera deliberada a ser “Political Incorrectness”, para después pasar a interpretar un poema inédito de Jacques Brel que contiene una frase que todos deberíamos hacer nuestra en tiempos tan difíciles como los que nos ha tocado vivir que dice algo así como “Estamos desesperados pero… con elegancia”.
El broche de oro llegó con otra declaración de intenciones como es “Vintage”, un tema dotado de un encanto crepuscular que en cierta medida es el reflejo de mucho de lo que sentimos los que en la pasada noche de Lunes nos acercamos a ver el espectáculo que había programado en el centro de nuestra ciudad. Ajeno a corrientes y a modas, simplemente en la búsqueda del placer y la belleza forma. Digno/s de otra época.
Antes de despedirse de la parroquia madrileña y secundado por sus músicos, Loquillo se sirvió una copa de Cava, catalán a buen seguro, para en un gesto sincero alzarlo al cielo capitalino y soltar un emotivo “Madrid, te quiero”, que no hizo más que aumentar el calor del aplauso que el público le estaba brindando.
A la salida todo eran felicitaciones después de haber comprobado como Loquillo, Madrid y la poesía, habían brillado con luz propia en una noche que quedará para la posteridad y a la que solamente le faltaba una crónica que hablara de algunos de los detalles que pudieron vivir los privilegiados, amantes del buen gusto y el cuidado de las formas, que estuvieron allí presentes.
Por: Javier González // javi@elgiradiscos.com
Fotos: Iván González.