España es un país de prejuicios
musicales que poco a poco va acercando el mechero a su sujetador, creo. Es
cierto que hay ciertos dogmas que son de una absurda credibilidad, como el rollo
ese de sexo, drogas y rock and roll necesario para ser un rockero respetado.
Como la historia de las chapitas para ser un “popero”. No creáis, hermanos, en
las doctrinas de desconocidos que tras un telón de ondas electromagnéticas nos
dicen lo que es bueno y lo que es malo.
Para todo amante del arte, la
pregunta primigenia debería ser: ¿Esto es interesante o no? Que no es lo mismo a
“me gusta” o “no me gusta”. Léase. También, claro, la honestidad del
artista es un punto muy importante para que la rueda gire, para arriba o para
abajo, ¿qué más da?
Lo de Klaus and Kinski es un bofetón
de honestidad, de credibilidad y de un buen hacer muy meticuloso. Cuando
Alejandro y Marina empezaron a juguetear con la grabación casera se veía la
genialidad de Alejandro y la elegancia de Marina (carente de ella para algunos
adoctrinados). Yo estuve cerca, hermanos, cerca de esa transformación, pero no
desvelaré mi nombre ni mi estado sentimental, lo siento. Además, soy poseedor de
la primera grabación que hicieron en casa.
Lo que he venido a decir es que me
causa inestabilidad la macedonia de géneros en sus discos, pero que lo que me
atrae indefectiblemente es la calidad de sus textos, la aparente melancolía que
encierran sus frases. La cercanía y la falta de prejuicios a la hora de titular
canciones.
La primera frase del disco deja ver
que estamos ante autores con unos amplios gustos, por eso mismo, porque están
más cerca del “me interesa” que del “me gusta”:
“La duda abre todas las casas de tu
población”.
La simpleza que contemplaban Le Mans, Aventuras de Kirlian o Vainica Doble en las letras, cercanas y
humildes, simples y de una belleza minimalista difícil de conseguir, “…y así
contemplar la existencia sin sufrir ninguna contaminación…” “Te querré aunque
gestes en tu vientre al hijo de Satán, me daría igual”. La horterada bien
revistada de Kansas en “Poderoso Caballero” y el ¿porqué no? de Astrud en “La pensión”. La oratoria “Sacrificio” es un arrojo
que pocos tienen el valor a hacer…y además bien.
Perder los prejuicios es importante
para que el arte sea arte y el disfrute placentero, que podamos cambiar alguna
vez el “Yeah” por “La, la, la, oh, oh, oh” y sepamos donde está el
rock and roll y donde la imagen del rock and roll.
Para mí, “Herreros y Fatigas”
(nombre de una calle de “Los Garres” en Murcia) es un disco
imprescindible para entender un pop bien hecho, con mucha genialidad y actitud.
Un disco que muchos rockeros llegarán a escuchar a escondidas mientras lo niegan
rotundamente en el bar donde degustan el whisky que más le gustaba a Jhonny
Thunders sin que a ellos llegue a gustarle realmente.
Por: R.